Padre que mira a su hijo preso...

15.11.04

A Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo

Luis Beroiz - Licenciado en CC. Económicas y Derecho
2004-11-15


Si nefasta, por injusta e irresponsable, fue, ya, vuestra primera sentencia, todavía han sido peores, si cabe, las otras dos que acabáis de emitir detrás de aquella. No es que esperáramos cambios sustanciales en estas últimas respecto a la anterior, ya que seguís siendo los mismos, pero escuchar de expertos abogados decir que, en su larga vida procesal, jamás habían contemplado dictámenes más soezmente construidos, nos llena de indignación. No resulta fácil cobijar esperanzas sabiendo como sabemos que, desde el mismo momento en que se acepta la pertenencia a esos tribunales especiales que constituyen la Audiencia Nacional, la dignidad queda depositada en la taza y sólo basta con tirar suave de la cadena para que salga corriendo, desapareciendo cloacas abajo; sabiendo como sabemos que decir sí, como lo habéis hecho, a integrar estos tribunales especiales equivale a decir no, como lo habéis demostrado, a cualquier atisbo de justicia. Lo sabíamos, lo hemos experimentado y queremos, por necesario, que lo sepa cuanta más gente mejor.

No se trata de culpar a la judicatura, a la fiscalía o a los partidos o sistemas políticos. Como organismos, son entes amorfos, anónimos; y como tales, resultaría iluso enjuiciarlos y vano acusarles de algo. Nosotros, en nuestras constructivas misivas, siempre nos referiremos a determinados jueces, a fiscales determinados y a determinados políticos. Porque si los encausados todos tienen nombre, los que les detienen, torturan, acusan falsamente y condenan injustamente, también lo tienen; el mío, sin ir más lejos, yace ahí arriba. Así es mejor entendernos. Por eso, Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo considerad, además de una necesidad, un honor encabezar este escrito, jamás una injuria.

Tengo delante vuestras tres sentencias, las tres condenatorias. A su lado, las sentencias de los otros dos tribunales que han intervenido, ambas absolutorias. En ninguna de las cinco se aportan pruebas objetivas de los autores. Este hecho, a Angela, Raimunda y Eustasio en un caso, y a Manuela, Antonio y Javier en el otro, les obliga a no conferir veracidad a las inculpaciones, según dicen textualmente, y, en consecuencia, absuelven. Vosotros, en cambio, Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo, a pesar de confesar, también textualmente, que carecéis de pruebas, nos habéis condenado a prescindir de nuestros hijos durante, ni más ni menos que treinta y un años y medio, y eso de momento, porque nos queda otro juicio en el que ya se han pedido veintidós años de propina. Entenderéis que nos resulte de todo punto imposible asimilar cómo si dos tribunales ven leche en una botella llena de leche, otro tribunal, vosotros, os empeñéis en ver vino, y esto por tres veces, sin que, hasta ahora, hayamos oído cantar al gallo.

Pero es que hay más, Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo. Desnudos como estabais de pruebas, os habéis visto abocados a aceptar argumentos tan paranoicos como irrisorios. Así, unas veces, para condenar a todos, aducís en la sentencia que los chavales «configuraban grupo» y, claro, en la acción no podía faltar ninguno del equipo, siendo así que, en otras acciones, ni figuran todos ni se condena a todos ni estaban todos, como rezan algunas coartadas que no habéis tenido más remedio que tener en cuenta. Otras veces, coherentes con vuestra consigna, rechazáis los relatos espeluznantes de tortura, apelando, como razón concluyente, a que no han existido resoluciones judiciales que las confirmen, siendo como sois sabedores de que, en el preciso instante en que se denuncian, vuestros colegas las ningunean y las archivan, a pesar de estar demostrado que se trata de una práctica habitual en los sótanos de la Ertzaintza. En estas dos últimas sentencias, también a falta de pruebas objetivas, habéis traído a colación, con ánimo de justificar y apuntalar una condena previamente decidida, acciones, ekintzas que nada tenían que ver con el hecho que se estaba juzgando, conscientes, porque así os lo recordó nuestro abogado, de que estaban sobreseídas, archivadas y, algunas, incluso caducadas; a pesar de ello, las habéis utilizado porque servían para dorar el dictamen. Y, aún, hay más. En la primera de vuestras resoluciones, cogidos en renuncio por la coartada fidedigna de uno de los imputados que, de ser aceptada, echaba por tierra toda aquella inmensa farsa, habéis tenido la osadía de rechazarla, apoyándoos en dos genialidades: en la primera diciendo textualmente que el transcurso del tiempo hacía difícil creer que los testigos pudieran recordar con exactitud lo que pasó aquel día de autos, siendo así que, a renglón seguido, admitís otros recordatorios, en la misma fecha, incluso menos relevantes, de otros testigos, y, en la segunda genialidad, aseverando, también textualmente, que el testigo se equivoca en el día porque manifiesta que el 17 de julio de 1998 era viernes, siendo así que, ay ama, era jueves. Y no señor, ese día era viernes como dijo el testigo y no jueves como decís vosotros en la sentencia para rechazar su testimonio y tener así manos libres para la condena preconcebida. No os ha importado calzaros el calendario ¡qué vergüenza!, con tal de calzaros la coartada.


Vuestras sentencias, Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo, dan más juego, pero no merecen comerse todo el espacio. Basta ser mediano de talento para comprobar todo el esfuerzo que habéis desplegado, conscientes de que mentíais, para intentar dejarnos de por vida sin gozar de nuestros hijos. Y a ellos sin el gozo de sus progenitores. Con estas sentencias terroríficas, aterradoras, habéis intentado impregnar de espanto nuestras vidas, aterrorizarnos a perpetuidad. Entenderéis, por ello, que nos rebelemos y que hagamos todo lo que esté en nuestras manos para evitar que vuestros dictámenes se cumplan.

Tenemos la intención, cuando finalicen todas las comparecencias, de hacerlas circular por Universidades, Colegios de Jueces y de Abogados, por asociaciones y organismos múltiples, al tratarse de ejemplares únicos e irrepetibles. No sabemos lo que pensará el Tribunal Supremo, al que hemos recurrido, cuando las vea. O el Tribunal Constitucional, si hay que llegar hasta allí. O Estrasburgo, si fuere necesario. Y, si, a pesar de todo, nada sale como pensamos y persiste la ceguera, no tendremos más remedio que aplicar nuestra propia justicia. Podéis tomarlo como palo al aire, como jaculatoria o, incluso, como amenaza. Nos da lo mismo. Vamos a pelear duro para que esta señora no sea, como está siendo, la gran ramera y no vamos a parar hasta conseguirlo. El empeño que estáis mostrando por meter en la cárcel a nuestros hijos, a pesar de saberlos inocentes, y, al mismo tiempo, la facilidad con que se abren las cancelas a criminales abyectos, a pesar de saberlos culpables, requieren una respuesta contundente. ¡Mira que si encima desvela Vera su amenaza y aparecen fiscales y magistrados en su nómina!...

Todos los problemas tienen su solución. Todavía, estáis a tiempo Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo. Rectificad humildemente el signo de vuestras sentencias, decid que todo ha sido un error, una mala interpretación, confesad que os habéis equivocado y que no volverá a ocurrir. Si tenéis hijos, si tenéis padres, volveréis a recobrar su credibilidad. ¡Son tan flagrantes vuestras contradicciones! Todos estamos a tiempo. Vosotros de pedir perdón y nosotros de perdonar. Más costoso lo segundo que lo primero. Y los chavales, de una vez por todas, a casa, de donde nunca jamás debieron salir.

13.11.04

La solución al conflicto

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
2004-10-01

Aupa tú, burukide! ¿Qué tal las vacaciones? ¿Playa o monte? ¿Al sol o a la sombra?. ¿En Euskadi o en Euskal Herria? Tú sí que sabes. Mi verano, ¿qué quieres que te diga? ha transcurrido de acuerdo con el programa que un día, hace ya demasiados años, esbozasteis para todos nosotros. Aquellos desvelos vuestros de antaño me han permitido sumergirme hogaño en ese mar inmenso de tierra ocre que son las campiñas zamorana y salmantina. Un mar sin peces, cierto, pero con bandadas de codornices en su seno, escurridizas como aquellos. En sus aguas de asfalto, bandadas de conductores, a ver quién llega antes, a ver quién es más ocurrente en la creación de peligro, a ver quién es más listo. Para colmo, bandadas, también este año, de autos destrozados en las cunetas. Una gozada, burukide, estos viajes que los familiares de presos nunca os vamos a agradecer lo suficiente. Y siempre, siempre, un recuerdo para ti, sin poder evitarlo, a mi paso muy cerca de los sótanos de Arkaute, siniestros a la mano izquierda, según se va.

No es hoy mi intención hablarte ni de mis ni de tus vacaciones, agua pasada. Hoy quiero hablarte de dos damas que, coincidencia, han irrumpido en escena con idéntica solución del conflicto en sus labios. Me niego a aceptar, burukide, que el criterio de estas mujeres sea suyo, que sea de ellas el veneno que destilan sus declaraciones. Me inclino por que estén siendo utilizadas por quienes realmente mandáis en vuestros respectivos colectivos, debido más que probablemente a su condición de mujeres y, lo que sería peor, a su condición de víctima, en el caso de Maixabel. No encuentro otra explicación a la coincidencia en la ilusa solución que ambas damas nos ofrecen a los familiares para erradicar el conflicto.

Nos dice Mercedes, la Gallizo, que se ve impelida a seguir haciéndonos sufrir por presuntas razones tácticas y que no hay más remedio que seguir poniendo en peligro nuestras vidas, por motivos estratégicos. Intenta esta señora que los lazos con nuestros hijos se rompan así en mil pedazos y que les culpemos, repudiándolos, de todas nuestras desgracias sobrevenidas. Esa es, y no otra, la sutil solución que nos propone. Y lo intenta, como ha sido habitual en su partido, ciscándose en su propia legislación vigente, en la ética, en el sentido común y en la justicia. Ellos, precisamente ellos, que tienen repleto su zurrón de soluciones asesinas aplicadas infructuosamente con asiduidad y anterioridad y contra las que luchan, han luchado y lucharán, siempre con nuestro aliento, nuestros hijos, porque, tenéis que saberlo, no han aprendido otra cosa de nosotros. Ellos, precisamente ellos que no han podido, tras mil repugnantes intentos, acabar con la dignidad de nuestros chavales, lo intentan, ahora, a través nuestro, de sus padres, de sus madres, a través de nuestra claudicación. ¿Nos estarán viendo, acaso, más fáciles, más débiles, más sobornables a nosotros que a ellos? Ingenuos...

Maixabel, desde su puesto institucional y como «paso definitivo para la resolución del conflicto», nos ruega que aceptemos, reconozcamos y proclamemos lo errados, lo equivocados que estamos tanto nosotros como nuestros hijos. Que hagamos acto de contrición y propósito de enmienda, que reneguemos de ellos, en una palabra. Yo, burukide, le tengo un grandísimo respeto a esta señora que no conozco pero que intuyo, por lo que leo, que es una víctima más de esta guerra, que lleváis años interesada e intencionadamente perpetuando. Evidentemente, ella no sabe lo que dice ni sabe por qué dice lo que dice. Tú sí, pero no se lo has explicado, se lo has ocultado.

Y, si no, contéstame a estas pocas preguntas. ¿Por qué estas señoras, en puestos tan cruciales, no están informadas de que habéis sido incapaces, en ninguno de los juicios habidos hasta ahora, de aportar ninguna prueba contra nuestros chavales, juicios en los que las peticiones son de más de cien años para cada uno de ellos? ¿Nos pedirían, si lo supieran, que les echemos en cara el no haber dejado evidencias de su autoría en acciones que, si hacemos caso a las coartadas que han supuesto la absolución de la mayoría de ellos, ni siquiera han cometido? ¿Por qué no están informadas estas señoras de las torturas a las que se vieron sometidos por parte de vuestra Ertzaintza? ¿Nos estáis pidiendo acaso que reprochemos a nuestros hijos el haberlas padecido, el haberlas denunciado, aunque esto último haya sido en vano? ¿Nos estáis pidiendo que culpemos a nuestro hijo por la muerte del guardia civil que conducía el furgón donde, con las manos ilegalmente esposadas a la espalda, dio un montón de milagrosas vueltas de campana, a la vuelta de unas diligencias en la Audiencia? Pudo venir en traje de madera. ¿Por qué no les habéis contado a estas señoras el dantesco paseo que, días más tarde, le dieron por las calles de Madrid, esos mismos guardias civiles, tras los atentados del 11-M? Pudo ser linchado. ¿Le culparemos al chaval de la neumonía carcelaria que provocó su, en mala hora, viaje al hospital? Por lo que veo, estas señoras tampoco saben las contradicciones contenidas en unas sentencias esperpénticas que nos abocan, de por vida, a prescindir de la presencia en casa de unos hijos inocentes, entrañables. No añado otro sinfín de infamias que, dicho sea de paso, ya han narrado con enorme dignidad otros colegas familiares, en estas mismas páginas. ¿Se puede saber qué queréis que reprochemos, qué queréis que condenemos, qué queréis que reprobemos, burukide?

A pesar de lo gravísimas que son vuestras declaraciones e insinuaciones, no ha sido mi intención, como habéis podido comprobar, cargar las tintas en vosotras, Mercedes y Maixabel. Como le dije un día al Ararteko, más bien creo que son deslices de principiante o peaje exigido por los emolumentos del puesto. Sinceramente pienso que no sois más que un eslabón electoral e involuntario de este engranaje macabro que han puesto en marcha los partidos. Porque no me cabe en la cabeza, y la tengo grande, que una mujer albergue en su corazón de madre la esperanza de que otras mujeres madres puedan abandonar a sus hijos, renegando de ellos y de sus actos. Ni siquiera la condición de víctimas nos da a nadie credenciales para devenir en verdugos. ¡Abandonarles nosotros que diariamente sentimos el calor de las adhesiones, de las muestras de cariño, de la solidaridad que nos ofrecen, tanto a nuestros hijos como a nosotros, cientos de gentes de todas las sensibilidades, hartas de tanto político corrupto, tanto charlatán, tanto caradura! ¿A quién se le ocurre?

Estas declaraciones que habéis puesto en labios de estas dos mujeres, ni tú, Almunia, mi lejano Koki, ni tú, burukide, cerebro en la sombra, tenéis redaños para hacérnoslas a los familiares, mirándonos a la cara. Vuestros partidos, el autodenominado nacionalista vasco y el autotitulado socialista obrero, desde el momento en que dejasteis de servir a esta nación para serviros de ella, en un caso, y desde el momento que no os importa empobrecer esta sociedad que os ve asombrada medrar a su costa, en el otro, hace ya tiempo que dejaron de tener diferencias de fondo, a pesar de vuestro esfuerzo en disimularlo aparentando diferencias de forma. Desde que ambos hicisteis dejación de los presupuestos esenciales con los que fueron creados por sus fundadores, los dos sois la misma pestilente cosa. Ni nacionalistas ni socialistas. Sólo oportunistas.

Y dentro de unos días, otra vez a la Audiencia. A primeros de noviembre, para asistir al juicio estrella. 22 años para cada uno de los 13 imputados. Pero de esto charlaremos otro día. Hasta entonces.

Bienvenido, Ararteko

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
22/07/04

Lo primero que has hecho, nada más ocupar el puesto y antes de jurar el cargo, ha sido lavarte las manos, subirte al carro de Pilatos. Sin que ninguno de los implicados te hayamos pedido tu opinión, has sido tú el que te has adelantado y nos has advertido o nos has querido dejar muy claro que sólo denunciarás la tortura cuando tengas pruebas, a sabiendas de que, mientras no desaparezca la incomunicación, torturas sí que las va a haber pero pruebas, lo que se dice pruebas que te convenzan, ninguna. Con tus palabras, te has unido al coro de consejeros, portavoces, directores y de un largo etcétera, consciente de que tus declaraciones, igual que las de ellos, acrecientan la impunidad de los que por oficio han elegido ser torturadores, forenses o fiscales. Hasta mi balcón llegan las carcajadas de los empleados de los calabozos de Arkaute. Lo has querido enmendar, más tarde, prometiendo imparcialidad e independencia, insistes en abogar por todos los derechos de todos los ciudadanos, pero a mí tu voz, al menos en este tema, me ha sonado a la voz de tu amo, ojalá me equivoque, metálica. Te diré que, cuando habláis de pruebas, nos confundís a todos. Resulta que los jueces nos están condenando a penas espeluznantes sin necesidad de que la Ertzantza les aporte prueba alguna de sus acusaciones y, ahora, vienes tú y nos exiges unas pruebas que sabes imposibles, para osar investigar a esa misma Ertzantza, que sabes que tortura. Tú y todos lo sabemos, nadie lo duda a estas alturas. Y seguirán torturando hasta que no los expongamos enjaulados, a ellos y a sus mandos, en la plaza mayor de los pueblos. Torturarán mientras les permitamos seguir ejerciendo su oficio, a ellos y a los que les necesitan. Lo que nos has venido a decir es que jamás creerás en la palabra de nuestros hijos salvo que te lleven un ojo en la mano, entre los dientes una oreja o un testículo colgando de la otra.

Nuestros hijos no se han inventado ni la postura del hombre araña ni la postura de gozar. Nuestros hijos han sufrido tocamientos, golpes, interminables horas de insomnio, vejaciones verbales, sexuales y hasta espirituales. No fueron personas en Arkaute. Además, nuestros chavales reconocerían, entre millones, a los torturadores que actuaron a cara descubierta, pero no se les ha dado esa oportunidad, ¿Se la vas a dar tú? Podría hablarte de la envenenada felicitación navideña que mi chaval recibió en la cárcel de uno de sus torturadores, el que se hacía pasar por bueno. Te podría presentar a los guardias que, con él esposado ilegalmente por detrás en un traslado, dieron varias vueltas de campana, con resultado de muerte para uno de ellos. Y del paseo que, tras la matanza de los trenes, le dieron por la capital del reino esos mismos guardias. Nuestros chavales podrían, también, hablarte de sus aislamientos, de su dispersión, de su alejamiento ¡de tantas cosas podrían hablarte nuestros chavales! ¿Y qué me dices de esos inculpados que en el juicio demostraron con pruebas contundentes que no podían estar allí donde sus inculpadores, amigos, dijeron que sí estaban, y que, lógicamente, fueron absueltos? ¿No se te ha ocurrido pensar en el único motivo posible por el que un amigo no tiene más remedio que acusar falsamente a otro amigo? ¿Necesitas más pruebas? A Instituciones más prestigiosas que la que has comenzado a gestionar, les han bastado éstas. ¿Seguirás sentado esperando a que te traigan en bandeja el ojo, la oreja, la uña o un huevo del torturado?

En ese carro donde has montado, me supongo que te habrás dado de bruces con el Director de Derechos Humanos de Lakua. Ahí anda el hombre atareado en «colaborar en todo lo que esté en su mano con el objetivo fundamental de plantear la revisión del proceso de Paco Larrañaga, joven de ascendencia vasca en el pasillo de la muerte, en Filipinas»; atareado en dar el callo «para que se le admita el derecho a un juicio justo». Muy loable su gesto, no voy a negarlo. Ni es momento éste de contarte las razones por las que este señor declinó a última hora la invitación que le hizo EiTB para hablar sobre torturas autonómicas, desvirtuando con su ausencia un debate que pudo ser clarificador. Ni las razones que tuvo, que las tuvo, para denegarnos la limosna que tenemos asignada para paliar los gastos que nos supone la dispersión, antaño bendecida y hoy consentida por ellos mismos, ni las que tuvo para hacer las declaraciones que hizo en la última concentración de Gesto, a la que sí asistió. Sólo quiero que prestes atención al contraste que supone su esfuerzo en favor del joven filipino y su inhibición en los juicios de nuestros jóvenes, en los que se están pidiendo penas que sobrepasan los cien años para cada uno de los tan falsamente acusados como salvajemente torturados. La diferencia no está en las condenas, las dos igual de terribles, sino en que allí no pero aquí sí sabemos quienes han sido, precisamente él y los suyos, los que han abocado a nuestros hijos a esta injusticia que estamos padeciendo. ¿Tan lejos hay que ir para denunciar sentencias demenciales?

Entiendo que a todos, pero sobre todo a los nuevos cargos, hay que juzgarles por sus hechos y yo lo estoy haciendo por tus declaraciones, que confío sólo sean un desliz de principiante, aunque debes saber que hacen mucho daño. Por eso y para que sepas que mi intención es amigable, te voy a quitar trabajo retirando una queja que envié hace tiempo a la Institución que gestionas y que, seguramente, te la encontrarás encima de tu mesa. Entre tú y yo, se trata de una multa que, por supuesto sin razón, la Ertzaintza le intentó endosar al chaval, cuando todavía lo gozábamos libre. Los motivos, que no vienen al caso, los tienes en el expediente al que distéis la referencia 585/2004. Seré breve y te diré que la sanción data del 10-10-99, que la recurrimos, que nos quitaron la razón en primera instancia, que volvimos a recurrir, que por la brava se cobraron en junio del 2001 el importe de la multa de la declaración de la renta que daba a devolver, que con fecha 30-11-03 nos dan, por fin, los tribunales la razón, que, a pesar de ello, como nadie nos abona lo sustraído, en mayo del 2004 os exponemos la queja y que, por fin, después de casi cinco años, nos notifican desde Lakua que, no procediendo el cobro, nos efectuarán en breve su devolución, si bien, a fecha de hoy, todavía no lo han hecho. Esta anécdota que te cuento que quede entre tú y yo, mi querido Ararteko, porque éstos son capaces de volver a incautar la cantidad por la brava, si se dan cuenta que en alguno de los juicios pueden condenarle al chaval a infames indemnizaciones.

Tienes mucho quehacer por delante en un país cimentado en el cinismo, en la mentira, en el euro y en la prepotencia. No quisiéramos otra cosa que poder ayudarte. Acabamos de volver de Madrid, Iñigo. Otro juicio, otra farsa, otros quince años por quemar un coche, que vaya usted a saber quién lo hizo. ¿Podremos contar contigo para sacarlos a todos de aquel infierno? Si es así, bienvenido, Ararteko. -

Carta para cuatro condenados

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
06/06/04

Supongo vuestra alegría, chavales, cuando os informaron de que, en lugar de los 18 años que la fiscal había solicitado, los jueces os rebajaban a 17 y medio la condena. ¿Habéis dado las gracias por ello? ¿No? Pues ya lo estáis haciendo ¡desagradecidos!
La verdad pura y dura es que, en el juicio, os limitasteis a demostrar fehacientemente no sólo vuestra inocencia sino la certeza de las torturas a que fuisteis sometidos. En aquella jaula de cristal se palpaba alegría, compromiso y despreocupación, reflejo de la tranquilidad de vuestra conciencia. En la sala, sin que ello mereciera vuestra atención, un grupo de agentes de la policía autónoma española se esforzaba en influir en los magistrados narrando pánicos insuperables, llamaradas descomunales y riesgos inconmensurables para su vida.
El motivo de escribiros es que acabo de recibir la sentencia y quiero compartirla con vosotros. No lo haré bajo la perspectiva de mi formación jurídica porque se me iban a nublar los ojos ni como padre de condenado para no pecar de subjetivismo. Lo haré desde la perspectiva de ciudadano amante de la verdad y de las cosas claras.
De entrada, el veredicto da por probado, sin probarlo, que «los tres acusados conformaban el grupo de Galdakao». De hecho pertenecéis a cuadrillas diferentes del pueblo pero esta aseveración gratuita no es inocente, como veremos más tarde, sino que lleva adosada una poderosa dosis de cicuta. A ti, Ugaitz, no te incluye en principio en el grupo, incluso parece absolverte cuando dice un poco más abajo textualmente que «no consta que efectuaras acción alguna de las expresadas a continuación», aunque sólo cinco líneas más adelante te involucrará, como uno más, en los ataques. Dejémoslo en un ligero e intrascendente lapsus de los magistrados. Luego dicen: «la prueba de carga viene dada fundamentalmente por las declaraciones sumariales de Ugaitz Pérez y de Jon Crespo y, sólo como corroboración, la declaración sumarial no ratificada judicialmente del acusado Andoni Beroiz».
Fíjate bien Jon en lo que viene porque, como las declaraciones no son suficientes para condenar, lo adornan con un argumento sorprendente por indecente. Dicen «la declaración de Jon Crespo es prueba de cargo no tanto de los hechos de esta causa, pues se omitió preguntar sobre los mismos, como en lo relativo a la forma de constituirse el núcleo que lleva a cabo diversas acciones coincidentes con los fines de la organización». O sea, Jon, a ti ni te preguntan ni dices nada ni te comes esta ekintza en los calabozos de Arkaute, eres inocente, pero por tu capricho de constituir presunto núcleo ¡toma castaña!, diecisiete años y medio. Lo que la Ertzaintza no logró con tortura ahora lo intentan los jueces con fórceps.
Y tú, Andoni, agárrate a las baldas de cemento, porque la perla que te dedican no tiene desperdicio «la declaración del acusado Andoni Beroiz no es prueba en sí misma y, además, tampoco se le pregunta por los hechos de esta causa, pero corrobora lo anterior de Jon Crespo». O sea, eres inocente, pero como dicen que Jon no lo es porque ambos constituís núcleo, otros diecisiete años y medio. Si los jueces que te absolvieron en el primer juicio llegan a usar este mismo peregrino argumento, tu cadena sería perpetua. ¿Les sancionarán por no hacerlo?
Tu condena, Xabier, ni se han molestado en argumentarla ni en justificarla, pero, como al resto, también te regalan con otros diecisiete años y medio.
Pero no acaba aquí el absurdo, chavales. A Jurdan, Kepa y Arkaitz los absuelven, como no podía ser menos, «porque la declaración inculpatoria que efectúa Ugaitz no se concreta en cuál pudo ser la actuación de aquellos pues se limita a decir que los vio en el lugar de los hechos y, además, Kepa y Jurdan ofrecen una coartada de su presencia en otro lugar con cierta base documental». O sea, o los vio o no los vio. Los magistrados han decidido que no los vio y es en lo único que tienen razón. Pero no se han preguntado por qué Ugaitz dijo en comisaría y ante el juez ver lo que no vio, por mucho que en otra parte de la sentencia afirman que «rechazan que la declaración policial y judicial de Ugaitz no se haya emitido libre y espontáneamente». ¿En qué quedamos? Resulta extraño que ellos, tan deductivos para lo que quieren, no se hayan puesto a pensar que, quizás, las declaraciones estaban ya preescritas y que sólo restaba firmarlas, de ahí la necesidad, volvemos siempre a lo mismo, de la tortura que os infligieron.
Y, ahora, antes de escuchar lo que viene, rogad a los funcionarios que os esposen a los barrotes de la celda para evitar el destrozo del mobiliario. Porque tú también, Ugaitz, presentaste coartada. Pero claro, si admiten la tuya, todo el andamiaje se les viene abajo. Por eso no tienen recato en escribir «en relación con la presencia del acusado Ugaitz en el Tour de Francia (concretamente en Pau) en la fecha de los hechos sobre la que han declarado dos testigos, su testimonio no puede ser aceptado como concluyente por el Tribunal. El transcurso del tiempo hace difícil creer que los testigos puedan recordar con exactitud el día que vieron a Ugaitz. Así lo pone de relieve manifestar que el 17 de julio era viernes, cuando en el año 1998 el 17 de julio era jueves y no viernes».
Te rechazan la coartada, Ugaitz, no porque no estuvieras en el Tour aquella noche, que sí lo estabas, sino porque es difícil acordarse y, además, el testigo que llevas se equivoca y dice que el 17 de julio del 98 era viernes. Vayamos por partes. Acordarse de haber estado ese año en las etapas pirenaicas ­no se va todos los días ni todos los años a un Tour­ es mucho más fácil que olvidarse. Además, ¿no es patético que sí den crédito a tu presunta declaración en la que dicen que diste minuciosos detalles de la ekintza y no den crédito a la declaración de tus testigos que es de la misma fecha? Y si aceptan que los compañeros absueltos y sus testigos se acuerden de sus coartadas ¿por qué rechazan que alguien se acuerde de haberte visto ese día en Pau? Pero es que, además, y esto es de paredón, el 17 de julio del 98 siempre ha sido viernes, como dijeron los testigos y no jueves como dicen ahora los jueces. Sin embargo, no les importa cargarse el calendario si con ello se cargan la coartada.
Hay muchas más contradicciones, éstas son sólo una muestra. No sólo no prueban sino que desbarran. Por eso, si Dn. Jorge, Presidente Ponente, Dn. José Ricardo y Doña Rosa Mari, magistrados acompañantes, se creen que con estas inquisitoriales, aterradoras y vergonzantes sentencias van a privar para siempre de sus hijos a Txaro, a Mariví, a Mari Tere y a Juan Antonio, se equivocan. Porque entre todos, amas, aitas y cuantos quieran adherirse, vamos a constituir un núcleo, un comando armado de infinitas razones, para dar a conocer estos esperpénticos veredictos por todos los confines, para convertirlos en best seller y con la seria intención de llevarlos al celuloide. Bush jamás pensó que su biografía iba a ser vencedora en Cannes. Así pues, esta sentencia, y las que vengan si vienen así, además de recurrirse, no vamos a dejar que duerman su podre en los archivos de Aranzadi. Son perlas únicas nacidas para ser lucidas.
Esta sociedad sedada se está desperezando, chavales, y vamos a luchar hasta que despierte. Animo, mutilak, sobre todo tú, Ugaitz, que eres, lógicamente, el que peor lo estás pasando. Estamos contigo. Os queremos ver a todos con la cara de dignidad, con la cara de inocencia, con la cara de gudaris con la que os hemos criado. Cuantas menos razones tienen, más palos nos quieren dar. Cuantos más palos nos dan, menos razones tienen. Jo ta ke, irabazi arte.

Diecisiete años y medio

Luis Beroiz - Licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas
23/05/04

La cadena, por desgracia, no iba a romperse en el último eslabón. El primer eslabón se inició con la detención, tortura y entrega de nuestros hijos, obra de un gobierno cipayo, cipayo donde los haya. El último eslabón nos ha dejado en el zapato diecisiete años y seis meses de cárcel por un acto de kale borroka, cuya autoría, mal que les pese a todos, sigue siendo la gran desconocida. Los señores magistrados no podían fallar, y la macabra cadena se acaba de cerrar y rodea, inmisericorde, nuestros cuellos.

Debo reconocer que, de pequeño, mi admiración por los jueces rayaba en la reverencia. Mi pueblo ha sido y es partido judicial y siempre ha tenido juez. Viví mi adolescencia bajo la impresión de convivir con un hombre muy superior al resto de mortales, con un ser inefable además de infalible. Su misión, hacer justicia, me parecía más sublime, difícil y comprometida que, por ejemplo, la del cura o la del médico. Así de ordenados tenía yo mis prejuicios, cuando un hecho de carácter escatológico, puso en mi mente las cosas en su sitio. Impelido, un día, en el bar, por la necesidad de orinar, me dirigí al baño, encontrándolo ocupado. La falta de urgencia me permitió volver al grupo y apurar otro trago. No tardó mucho en abrirse la puerta y ¡hete aquí que el ocupante no era otro que el juez de primera instancia! Al cruzarnos, me dedicó una amable sonrisa que devolví mientras me encaminaba al excusado, abría su puerta, entraba y procedía a cerrar el pestillo por dentro. ¡Señor, señor qué fue aquello! En mi vida había experimentado olor tan penetrante, olor tan pestilente. De nada servían los jarrones de flores esmaltadas en las baldosas. Fue tal el impacto que me olvidé de orinar y no pude evitar una arcada de todo el vino con sifón que había trasegado aquella mañana de domingo. Mi concepto de divinos que había forjado sobre los jueces se diluyó. Los jueces, como los demás, eran humanos y, como tales, podían errar, maloler, tener fobias, condenar sin pruebas, incluso prevaricar. Y que conste que no estoy culpando al juez por hacer tan a gusto sus necesidades sino que siento la culpa como mía por querer orinar a destiempo, en mala hora, y por haberles tenido en un concepto tan idílico, sin ninguna justificación para ello.

Hasta ahora, los únicos juicios que había visto habían sido los de las películas. Ahora nos ha tocado vivirlos, varios, en propia carne. Y, mira por donde, de todos ellos habíamos salido encantados. Ninguna prueba, porque era imposible que las hubiera. Los abogados goleaban a los fiscales en las conclusiones. Había coartadas, tan serias ellas, que demostraban la falsedad de las inculpaciones y, en consecuencia, la realidad de las torturas. Así las cosas, la sentencia del primer juicio resultó, como no podía ser de otra forma, absolutoria para todos los inculpados, excepto para el autoinculpado que demostrará, en el recurso que ya ha presentado, la catadura y la sarta de inexactitudes que se está comprobando dijo el acusador en su comparecencia. Los tres magistrados de este primer juicio dejaban paso a otros tres colegas que iban a presidir los tres juicios restantes. Y en los tres, más de lo mismo. Como única prueba, siempre y sólo, las inculpaciones. Declaraciones descabelladas de los testigos, las mismas goleadas. Esta vez, sin embargo, los jueces recogen el guante de la fiscal y nos regalan con diecisiete años y seis meses para cuatro de los inculpados absolviendo a los otros tres por demostrar que no podían estar allí donde el que les inculpó firmó que sí estaban. ¿Cómo coño demuestran los otros cuatro que estaban viendo televisión, durmiendo plácidamente en la cama o haciendo el amor en solitario?

No sé si los magistrados de esta segunda tanda de juicios tenían establecida la condena desde el mismo día de la detención o no. Lo que sí quiero es compartir con ellos una serie de preguntas que me tienen más ocupado que preocupado. Veamos. Si para los primeros magistrados, tampoco lo es para la jurisprudencia, la inculpación no fue prueba suficiente ¿por qué sí lo fue para ustedes? ¿Habrá que denunciarles a ellos por defecto o a ustedes por exceso de celo? Si tres de los imputados han quedado libres por justificar que no estaban allí sino en otro lado ¿no se han preguntado ustedes por qué aparecían en la lista que libre y espontáneamente elaboró el que les inculpó? ¿No se les ha ocurrido pensar que quizás fuese porque la Ertzaintza le obligó a ello bajo tortura y porque los tres nombres ya figuraban en el escrito que, confeccionado por ese cuerpo policial, le presentaron para la firma? Y, si esto es así, no hay que ser muy lince para llegar a esta conclusión, ¿por qué no aplican las sanciones previstas para los que testifican en falso? Y si los chavales narraron, uno a uno, las torturas a que fueron sometidos ¿por qué no les han dado crédito si todo indica que ésa es una de las pocas verdades que se dijeron en los juicios? ¿Porque no había fotos?

- A decir verdad, en los juicios, lo único que se ha probado es la existencia de torturas - decía uno de los asistentes.

Y si los torturadores, si los forenses, si los jueces y fiscales del caso de los cuatro de Iruñea estuviesen en la cárcel, que es lo que merecen por lo que hicieron ¿habríais redactado la sentencia en los mismos términos en que lo habéis hecho? A buen seguro que no, señores magistrados. Porque ¿quién juzga a los jueces? Vuestra impunidad pretende ser nuestra impotencia pero, tomad buena nota, aunque sólo haya un ser en el mundo con capacidad para devolvernos la justicia que se nos ha usurpado, no tengáis dudas de que daremos con él, de que lo encontraremos. Desde ya nos ponemos a la labor. ¿Dónde están los Colegios de Abogados, los Colegios de Jueces, dónde está la Iglesia?

Con vuestras condenas, si las que restan son del mismo pelo, pretendéis conseguir que unos padres nos quedemos de por vida sin nuestros hijos, que sus hermanos se queden sin su hermano, sus primos sin su primo, sus tíos sin su sobrino, sus amigos y amigas, de por vida, sin su amigo. Habéis convertido a nuestros hijos en vuestros trofeos. Vuestras sentencias hieden más que el hedor del excusado de mi adolescencia. Nosotros sabemos que nuestros hijos son inocentes mientras vosotros pasáis de saber si son o no culpables, por mucho que todos los indicios os indiquen que no. No logro entender el monstruo que os habita dentro para condenar sin pruebas. Y condenar en la cuantía en que lo habéis hecho. Me queda la esperanza de que no vais a ver cumplidas vuestras sentencias. No vamos a dejar de luchar por ello. Aunque sea desde la cárcel, porque nuestro repudio a vuestras condenas es, y a mucha honra, apología de los condenados

Ertzaintza, policía autónoma

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
07/05/04

Ahora sé qué buscabais con tanto ahínco el día que hollasteis, durante varias horas, nuestro domicilio en donde, por cierto, aún perdura el olor a cobarde en habitaciones y pasillos. Olor a embozado, a pistolas, olor a vago. Ese fétido olor a falso aún sigue incrustado como una caparra en las paredes de nuestra casa. Ahora sé que buscabais lo que, malditos embusteros, era de todo punto imposible encontrar.

Vengo de asistir a los cuatro primeros juicios de los muchos que nos habéis cocinado y no salgo de mi asombro al comprobar que en ninguno habéis sido capaces de aportar la más mínima prueba. Entre 1996 y 2002, los periódicos llevaban contabilizadas alrededor de sesenta ekintzas en esta zona, sin que nadie tuviese idea de su autoría. Esto, en la vida civil, os habría supuesto suspensión de empleo y sueldo y hasta del palo del gallinero. Como se os paga por prevenir, detectar y sorprender, Madrid trinaba y tronaba porque no acababais de conjugar ninguno de esos tres sencillos verbos. La solución es fácil, os dijisteis. Conocíais de corrida a los jóvenes que más abiertamente defendían a su pueblo, los más comprometidos, y tirasteis de fichero. Los detuvisteis con una orden, prorrogasteis su incomunicación con otra y los torturasteis sin ninguna, pues semejante práctica es congénita de vuestra profesión. Lograsteis las inculpaciones deseadas y procedisteis a su entrega. Que otras tantas familias quedáramos sumidas en el más atroz de los sufrimientos os la traía al pairo.

Pensándolo irracionalmente, yo podría, mirad lo que os digo, llegar a entender las detenciones, simplemente por el odio que sentís hacia estos chavales que, por su ejemplaridad y coherencia con su cuna, os causan incesantes retortijones estomacales. Podría también entender la incomunicación pues, sin ella, vuestros interrogatorios serían menos efectivos que apalear el río para calentar el agua. Incluso puedo entender la tortura pues, sin su práctica, vuestro nivel de estupidez os hace incapaces de obtener ni la más inocente de las informaciones. Lo que ya no me entra en la cabeza es que vosotros y vuestros jefes, el tripartito, transmutándose en gobierno cipayo, proceda a su entrega a un Estado, el español, de cuya falta de democracia y sobra de fascismo hablan y nunca callan. Ni que, en vuestras comparecencias a los juicios, sigáis avivando el fuego todavía con más leña, enviando etólogos cuando lo que os piden es pruebas, alargando la altura y anchura de las llamas, subrayando peligros ficticios para la vida de las personas, mintiendo, en definitiva, sin que el rubor aflore a vuestros rostros ni el magistrado os condene por perjuros.

En aquellas largas noches de insomnio en Arkaute, de las 60 presuntas acciones de lucha callejera, lograsteis autoinculpaciones e inculpaciones para 20 de ellas. Suficientes, a pesar de vuestro intento para que se las comieran todas. Los jueces, más tarde, en diligencias previas, archivarían la mayoría de ellas, al comprobar que no podían sostenerse, que no tenían pies ni cabeza y, ahora, nos estamos enfrentando a las restantes. Los chavales están en su sitio, contestando tanto a las preguntas del fiscal como a las de los abogados, con la firmeza y seguridad que les da saberse en poder de la verdad, saberse inocentes. Vosotros, en cambio, los 39 que habéis desfilado hasta ahora, tras contestar con cierta holgura a las preguntas del fiscal, os habéis deslizado por la pendiente de la contradicción cuantas veces erais interrogados por la defensa, siendo continuas las ocasiones en que habéis provocado la hilaridad y la carcajada entre el público familiar y estudiantil allí presente.

Voy a pasar por alto vuestros errores en fechas, números de identificación, número de tiros al aire, la dirección de las cámaras de seguridad, vuestro don para la ubicuidad, el número de minutos que costó apagar un incendio, para uno de tres a cinco, para otro veinte y para el más friolero de media a una hora. Cuantos más agentes pasabais por la alcachofa más difícil se lo poníais al fiscal, más fácil a la defensa. ¡Tan mal lo estáis haciendo que algunos, ingenuos, han llegado a insinuar que podríais estar arrepintiéndoos de vuestra felonía! Pasaré también por alto el lenguaje policial de las declaraciones, incomprensible en los imputados, lo que demuestra que firmaban lo que les presentabais, y no, como decís, que escribíais lo que ellos, libre y espontáneamente, iban declarando. Tampoco mencionaré vuestra escasa, por no decir nula, preparación y formación en temas sobre los que osabais emitir informes fundamentales.

Me detendré, como botón de muestra de toda esta pantomima, únicamente en la esperpéntica historia del zulo. Claro, tantas decenas de artefactos explosivos necesitaban de un zulo donde guardarlos. Y presentasteis ante el juez un croquis y unas fotos. Nuestro abogado, lógicamente, quiso saber quién de los once que ese día pasasteis por el estrado fue el que encontró el dichoso bidón pero no había sido ninguno de los once. Todos lo habían visto pero todos habían sido conducidos hasta el lugar por otros compañeros. El abogado, y nosotros con él, nos quedamos, al no tener a quién preguntar, sin saber cómo carajo se puede dar «con un bidón enterrado, tapado, cubierto de maleza, tierra y piñas, de noche, 200 metros pinar adentro» según rezan las diligencias y «sin el acompañamiento de ninguno de los imputados». Milagroso.

Por eso, de un tiempo a esta parte, nos ronda el presentimiento de que algunas de las ekintzas, si no todas, pudieran muy bien tener como autores no a los acusados sino a sus acusadores. El móvil bien podríamos encontrarlo en la necesidad de imputar a estos jóvenes algo que no han cometido para domeñarlos. No sería la primera vez. De lo contrario ¿cómo se explica tanta ineptitud, tanta contradicción, tanta inoperancia durante tanto tiempo? ¿Cómo se explica que no haya ni una sola prueba de cargo y las únicas que aparecen sean las nuestras de descargo? La perversión hitleriana de la prueba hace que empiecen a aflorar coartadas irrefutables que pueden dar al traste con vuestro castillo de naipes. Esto no ha hecho más que empezar.

Otro tema inquietante es vuestro continuo ocultamiento. A nuestra casa vinisteis embozados, en los juicios habéis solicitado declarar ocultos tras persiana, algunos hasta os colocáis pelucas, gafas, bigote y barbilla postizos. ¿Por qué, si luego nos vemos en la cafetería? Sólo tengo una respuesta. Igual que los fusileros en el cuadro de Goya, no habríais podido soportar la mirada limpia y generosa de los que se sientan por vuestro capricho en el banquillo. La mirada de nuestros hijos.

Lo tengo dicho antes de ahora. Preferimos a los chavales entre los acusados que entre los acusadores. Nos sería imposible conciliar el sueño pensando que podrían, por su trabajo, estar torturando, u obligando a un amigo a delatar con falsedad a otro, o viviendo de un arma, o alimentando a los suyos con el sueldo de la ignominia. Habéis hecho, el que no deba que no se sienta aludido, todo lo posible para que nos cuelguen en estos momentos más de cien años a cada uno, pues ésa es la petición y lo sabíais. Los juicios han quedado listos para sentencia. Como Carod con Aznar, no vamos a parar hasta sentaros en el banquillo. Balza, te quiero. También a ti, burukide. Y a los demás. Hasta pronto.

Aquella mañana

Txaro Zubizarreta - Madre de un preso político vasco
26/03/04

Aquella mañana en que todos, jeltzales, adheridos y postulantes a jeltzale de última hora, se ponían de acuerdo en imputar golosamente la autoría del todavía humeante atentado a quienes no lo eran, un preso político vasco, desconocedor matutino de los hechos, accedía a la enfermería de su madrileña prisión, aquejado de fiebre alta y de un dolor punzante a la altura del costado derecho. Mientras esperaba turno, irrumpen amenazantes en la salita, de forma escalonada, funcionarios y comunes azuzados por éstos, desgranando las páginas más purulentas del diccionario. El pánico del preso no cabe en la habitación. Cuando, por fin, le enteran de lo sucedido sólo puede balbucear que no sabe quién pero que no han podido ser quienes le están diciendo haber sido. Arriba, de donde tú eres, lo están confirmando todos, le contestan, y ésos en esto no se equivocan. Le sacan una placa tensa y, ante la misma, le comunican que debe ir al hospital, al 12 de Octubre. Dadas las circunstancias, se opone al traslado y pide volver a módulo.

Prefería morir de dolor que a manos de los beneméritos... nos diría más tarde.

Allí encuentra a sus compañeros refugiados y aislados ante los ataques que han dado comienzo. Todas las cárceles son un infierno, siendo los presos los únicos con coartada. En todas, se suceden las palizas, el aporreo de puertas, los huesos rotos. El terror se enreda entre los barrotes.

Pasan tres días, pasan tres noches sin que los dolores remitan. Sesenta horas seguidas sin dormir le hacen volver a la enfermería. La que sí va remitiendo es la tensión. Aunque muchos no quieren creerlo, se va conociendo a los autores, y los presos comunes comienzan a pedir perdón. Nueva placa, inyecciones en el trasero, y, de nuevo, recomendación de ir al hospital. El preso, esta vez, accede con la condición de ser trasladado en ambulancia, petición que es atendida por el equipo médico, dado el estado del enfermo. El viaje es tranquilo. Al preso sólo le preocupa, cuando parece haber pasado todo, su salud. Ya, ya. Al llegar al centro hospitalario, tras unos minutos de espera, se abren bruscamente y con estrépito las puertas de la ambulancia.

Me acordé de cuando abrían las del calabozo... recuerda las torturas de Arkaute.

Le bajan casi en volandas y un benemérito, metiendo su brazo por debajo de los dos suyos esposados a la espalda, en una llave que el preso reproduce simuladamente con su madre mientras nos lo cuenta, lo arroja al suelo delante de la gente, familiares de heridos, que charlaban en el portal del centro, vociferando de esta guisa:

Aquí tenéis al etarra que transportaba 500 kilos de explosivos en la furgoneta...

Algunos, al oír esto, vuelven a pasar hojas del diccionario, buscando sus rincones más venenosos. El preso alucina. Pasado un tiempo, le introducen en un cuarto repleto de ropas ensangrentadas:

Son las de los muertos y heridos en el atentado. Te vamos a pegar dos tiros para que tu sangre se funda con la de ellos...

¿Qué se siente en esos momentos? ¿Qué se piensa?¿Qué recuerda uno?¿A quién recuerda?

En esos momentos uno sólo desea la muerte, una muerte cuanto antes...

Ya delante del médico, éste requiere que se le quiten las esposas para efectuar la inspección. Los guardias se niegan, aduciendo suprema peligrosidad del detenido. Discuten. Es «el de los 500 kilos de explosivos». Ganan los guardias. Esposado le sacan sangre, recogen esputos y le hacen placas. No ingresa, pues el hospital está lleno. Al acabar el análisis, el guardia insiste en que no se necesita la ambulancia para el regreso. El médico, esta vez, no accede. Al abandonar la estancia, camino de la salida, el guardia civil llama por el móvil:

Oye, mandar un furgón que a éste le vamos a dar un paseo para que conozca Madrid... Y que venga George para que sepa lo que es bueno.

Cuando desconecta, dirigiéndose al preso, añade:

Abajo hemos reunido a un grupo de familiares de heridos que te están esperando. Nosotros miraremos a otro lado...

No pasó nada. Abajo llegó la ambulancia y se llevaron al preso sin más incidentes. Al llegar a la cárcel, un nutrido grupo de guardias le esperaban. No le tocaron pero acabaron repasando y desgranándole el resto de hojas del diccionario. La celda, por fin, se convirtió en el único lugar seguro. Había tenido más suerte que Angel y Kontxi.

Pocos días más tarde, el día 23, este preso volvió a viajar, esta vez a la Audiencia Nacional, para asistir a su primer juicio, tras 16 meses de cárcel, junto con otros amigos, coimputados todos por presuntas amenazas ¡ya es ironía! a un concejal del partido que hace la guerra en Irak. No es momento de narrar todas las bufonadas de aquella farsa, sólo algunas. Para abrir boca, la fiscal, una chica rubia, les dice a los magistrados, eran tres, que los 2 años de pena solicitados hace me-ses por este hecho son un «error mecanográfico» y que debe poner 12. Reconoce que es una barbaridad, pero también lo es el delito, dice. El delito consiste en una carta buzoneada a todos los vecinos del portal donde vivía el concejal, dando cuenta de su perfil. La fiscal no quiere leerla. Lo hace el abogado. Punto por punto y con el Código Penal en la mano, va demostrando que nada de lo que contiene la misiva es amenaza ni está tipificado como tal. A los ertzainas que hacen de testigo les pregunta si se incautaron del ordenador con el que aseguran que se escribió y contestan que no. Les pregunta si sacaron huellas dactilares y contestan que no. Ningún vecino solicitado por el concejal quiso acompañarle para testificar. Ninguna prueba, ni mención de obtenerlas, sólo la autoinculpación como único argumento. Unos estudiantes de Derecho, presentes en la sala, nos miraban asustados. Esto no es lo que estamos estudiando, dijeron luego. Los coimputados estuvieron en su sitio, firmes, creíbles mientras narraban las torturas. Son inocentes. Sólo su amor a Euskal Herria y su juventud comprometida eran los causantes de su presencia en aquella jaula. En las conclusiones certeras de los abogados, la cara de la fiscal enrojecía como las amapolas. ¿Por qué no se paralizan todos los juicios pendientes hasta que acusadores y fiscales dejen de proceder del mismo fascista cordón umbilical? El juicio quedó visto para sentencia.

El preso sigue tosiendo, mientras espera el diagnóstico médico. Yo noto que estoy cambiando mucho, que me estoy volviendo extraña. Ante estas experiencias, hasta me parece estar volviéndome mala. Y no es que piense en devolver este daño a todos los que están propiciando toda esta sinrazón. Qué va. Ni me gustaría que otros lo devolvieran por mí. Tampoco. Simplemente, noto algo así como que me gustaría no haber conocido nunca vuestros rostros, no haber sabido nunca de vosotros, que habría sido mejor para todos que os hubieseis quedado niños para toda la vida. Debo confesar que estas últimas líneas están inspiradas en las Sagradas Escrituras.

Tarta ensangrentada

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
15/03/04

El juego, ese juego donde los más torpes compiten por alcanzar esos puestos desde donde gestionar los asuntos más trascendentales de un país, acaba de concluir. Unos más otros menos, todos se llevan su trozo de tarta, sin que les vaya a importar digerirla, esta vez, ensangrentada. Desde que, siendo muy pequeño, me percaté de la calaña con que se adorna la clase política, los asemejé enseguida, ahora diré porqué, a un inmenso estómago donde tenía cabida incluso su pequeño cerebro. Con él rumian sus maquinaciones y manipulaciones, en él segregan los jugos de sus odios y sus fobias, en él van moliendo sus frustraciones de cuando infantes y triturando nuestras ilusiones y esperanzas. En ese estómago se pudren y se avinagran la paz tan necesaria y la felicidad tan olvidada del resto de los mortales. Y, todavía, les queda tiempo y sitio para amasar en él sus pequeñas y grandes fortunas.
Cuando los veo detrás de las pancartas, un sarpullido me recorre de arriba abajo la epidermis. Porque todas nuestras desgracias colectivas más importantes son consecuencia de su ineptitud y su acreditada mala fe. Sabedores de ser los últimos responsables de nuestras desdichas, por acción y omisión, osan sacarnos a la calle para buscar culpables lejos de sus guaridas. Todos los muertos, estos últimos y los anteriores, los de aquí y los de allí, el de Iruñea, todos reposan en la mochila de esta casta engreída y prepotente, la casta política.
El 11-M, las personas de bien supimos enseguida quiénes no habían sido los artífices de la masacre, viendo los ojos brillantes de avaricia de voto de los que les iban, uno tras otro, señalando inmisericordemente con el dedo. Se pasaron el día simulando, disimulando e inventando autores, rechazando a los que fueron y deseando que los causantes de la masacre fuesen los que ellos indicaban. Movidos por el mismo isabelino espíritu, todos, salvo un par de excepciones, saltaron a la yugular de la organización armada vasca a la que, todavía, no le han pedido disculpas por la falsedad y crueldad de sus acusaciones. Contemplé asustado sus rictus de venganza, sus promesas de cadenas perpetuas. En un principio, dieron más importancia a los autores que a las víctimas. No así los ciudadanos de bien madrileños y de todo el mundo que se volcaron en atenderlas. Sólo al día siguiente, deshecho el montaje, las víctimas fueron más importantes.
A por ellos, llegó a decir la lumbrera corellana. Igual que en el 36. Entonces, en Gernika, las bombas también las pusieron gentes euskaldunes. No ha cambiado nada. En Irak, los responsables de las bombas también fueron los iraquíes por albergar inexistentes armas de destrucción masiva. Sin ir más lejos y sin forzar en exceso, también hubo entre el 96 y el 02 lanzamiento de cócteles contra cajeros y cuartelillos en nuestros pueblos. ¿Autores?¿Qué más da? Esos mismos, dijisteis señalándonos con el dedo. ¿Pruebas? ¿Para qué? Y vinisteis a nuestras casas, os los llevasteis, los torturasteis, se autoinculparon y procedisteis a su entrega, convirtiendo en infinita nuestra impotencia. ¿Nos servirá de algo deciros que en las horas de la ekintza dormían en casa como angelotes? Como ha ocurrido estos días, ni necesitan probar nada ni nos dejan opción a que lo hagamos ni aquí hay Al Qaeda que valga. Las peticiones, 14 por una de las imputaciones, 18 por otra y 22 por alguna, pueden alcanzar la cifra de 80 años para cada uno. Y si fueron mentira las acusaciones de la Villa de Gernika y las de las armas de destrucción masiva y las del horroroso atentado de Madrid, ¿han de ser verdad, porque sí, las acusaciones contra nuestros hijos?
Me hubiese gustado estar en Madrid junto a los familiares de los afectados, compartiendo su enorme dolor. Para decirles que nunca se pongan detrás de ninguna pancarta, que se coloquen delante y que señalen con el dedo a sus portadores, a los de la primera fila, culpables y responsables de todas las atrocidades que hoy nos conmueven.
Volviendo a casa, hoy quiero dedicar parte de mi folio al responsable de ese partido que ha usurpado, mancillándolo, el nombre de una de las montañas más emblemáticas de Euskal Herria. El motivo no es otro que un programa electoral que se ha infiltrado en nuestra casa y en el que, con escasa originalidad, la p del abecedario era adjudicada a los presos vascos, solicitando su acercamiento. Y, cuando me tocan al preso, Patxi, cojo carrerilla. Nos presentaron una tarde de domingo en Agoitz. Tú bajabas de Uli o de Lakabe, no recuerdo bien, después de oxigenarte en aquellos valles únicos, hoy anegados por el pantano maldito. Han pasado muchas cosas desde entonces. Ahí está, entre ellas, tu decisión de abandonar posiciones que, antaño, incluso hicieron de ti un hombre de prestigio. Estás en tu derecho. Otros, antes que tú, lo han hecho y no ha pasado nada. Lo que ya no me parece tan bien es que tus palabras, bonitas y blancas, no se correspondan con los hechos. Me produjo desazón verte, sonrientes ambos, al lado de José Antonio Urbiola. Sabes, porque me has leído, que pertenecía a la ejecutiva del partido que detuvo y se ensañó con nuestros chavales. Según me dicen, este señor fue, también, el que impuso en Nafarroa Bai el «ellos o nosotros», con el resultado conocido, por ejemplo, el rechazo a una propuesta de esa tregua tan deseada por todos. No se puede servir a dos señores a la vez, Patxi.
Ahora, en otro escorzo increíble, habéis dado credibilidad a la versión de que el autor de la masacre madrileña fuera quien no podía ser ni podrá serlo nunca, aunque os conviniera, espero que sólo electoralmente, que lo fuera. Este señalamiento que todos hicisteis, sin ningún escrúpulo, provocó que nuestros hijos presos fuesen agredidos y aislados para evitar linchamientos. Como consecuencia de vuestras más que insinuaciones, ni pudimos conectar telefónicamente con ellos ni hemos podido verlos este fin de semana. ¿Te cuento más cosas? Todavía temblamos en casa del miedo que nos produjo el escucharos. Por eso, y hasta que no haya más coherencia entre lo que dices y lo que haces, me quitas al chaval de la p de tu programa. Ignoro, Patxi, el porcentaje de razón que llevo en lo que digo pero te garantizo que lo que estáis haciendo nos produce a los familiares de los encerrados un agudo dolor. Y los sentimientos no engañan. Al menos a mí. Si tienes la tentación de contestar, prefiero que lo hagas con hechos mejor que con palabras. También tú creo que eres recuperable. Si es así, volveré a ser tu amigo. La tarta que os acabáis de repartir el 14-M estaba ensangrentada por los sucesos del 11-M. Sangre de afganos, de iraquíes, de palestinos y, ahora, de madrileños.
Desde este dolor injusto que sufrimos el pueblo euskaldun y sus gentes, un abrazo solidario y un recuerdo cariñoso para ese otro dolor, tan injusto como el nuestro, que sufre el pueblo de Madrid como consecuencia de una acción execrable que ni se merecen ni nunca, nunca jamás, debió provocarse. Ese dolor nuestro y ese dolor vuestro, madrileños, sólo tienen un culpable: la clase política, la casta política, los políticos, esas alimañas con corbata.

Ahora, tranquilidad

Luis Beroiz - Padre de un preso político vasco
07/02/2004

Qué olor a rancio ha tenido que quedar en los asientos que, tras tantos lustros, acabáis de abandonar los pesos más pesados del aparato del partido. Los dos sois iguales. A pesar de vuestras aparentes divergencias, los dos tenéis en común el haber renegado de algo muy bello que, se supone, habíais abrazado con fervor en vuestros años adolescentes. Tú, burukide, renegaste pronto de la mar, esa dama que tienta a los hombres y los atrapa con la variedad de trajes que los rayos de sol le tejen. La abandonaste y clavaste tus uñas en tierra firme. El jefe, por su parte, fue ungido para el sagrado ministerio pero, al igual que tú, se olvidó pronto de la unción, y al renegar de ella, pudo desatarse el cíngulo que, entre otras lindezas, le exigía castidad y pobreza, y, de esa forma, recuperar, en un plis-plas, todo el tiempo hasta entonces perdido. Tras abandonar sus ovejas, clavó sus dientes en el pesebre político. Dos carreras, vocacionales donde las haya, truncadas por el ansia de poder. Y no es que sea malo renegar. A veces, puede hasta ser un acierto. Pasa que quien reniega de algo noble para abrazar algo, digamos, más servil, es menos de fiar. De ahí que surjan violentos sólo de un lado, víctimas sólo de una acera, y adhesiones que reniegan de su gente y de su patria. Hasta yo mismo hubiese pedido un descanso merecido para vosotros, si todo vuestro denodado esfuerzo no hubiese estado dirigido a alcanzar y preservar ese status, a utilizarlo en beneficio de vuestras empresas, a nepotizar con familiares y amigos y, por ende, a consolidar, aunque sólo sea de rebote, vuestra hacienda particular. Durante años, demasiados, habéis sido, y en esto tampoco sois excepción, la cúpula deshonesta de una formación mayoritariamente honesta. Habéis pertenecido a la clase humana más denostada, repudiada y peor calificada de cuantas existen, la clase política. Y lo habéis hecho con nota. Cuando, de jovencitos, accedisteis a la poltrona, este pueblo os confirió un mandato muy claro. Ahora que, ya maduros, os toca abandonarla, vuestro legado es un país más deteriorado que el que os entregamos, un país mucho más dolorido por sus más de 700 familias con sus hijos aislados y dispersos por vuestra culpa. Nos devolvéis, al iros, un país asqueado por haber frustrado, una a una, todas las oportunidades que se os ofrecían para recuperar su identidad. Para colmo, dejáis, tras vuestro paso, un partido experto en maquinaciones. ¿Qué tiene de extraño el lamentable estado en que dejáis la casa de todos, si ni siquiera habéis sabido gobernar la propia con un mínimo de dignidad?
Os vi en el camposanto de Sukarrieta junto a la tumba del gran Sabino. También, en los jardines de Albia, bajo su estatua, el día que la inaugurasteis. No sé las confidencias que le haríais al desdichado, pero me figuro lo que el pobre hombre os hubiera dicho, de haber podido hacerlo. Juntos estabais, también, ante los juzgados ¡cantando el "Eusko gudariak"! ¡La madre que me trajo, la señora Circun! Nunca antes este hermoso canto había sido objeto de tanta desvergüenza. Porque, vamos a ver. Con soldados que abren de noche el portalón para que el enemigo entre como a su casa, con soldados cuya única fijación es el reparto del botín, ¿a dónde vamos con soldados que hacen entrega al invasor de sus mejores gudaris? El que enarbolaba el paraguas, burukide, acaba de decirle a un periodista que se interesaba por su futuro inmediato: «Ahora, tranquilidad».
Y me entra la duda. Porque no sé si esa que consideráis merecida lasaitasuna se debe a vuestra conciencia limpia como un copo de nieve, que no, o a que pensáis que vuestra misión ­detener, torturar, entregar y dispersar­ la habéis cumplido a satisfacción y que, por ello, sois merecedores del descanso reconocido a los guerreros. Tiene gracia. De su mansión a nuestros pisos, andando la cuesta del cementerio, nos separan escasamente mil metros. Más corto, de su balcón hasta alcanzar el nuestro, un gorrión tendría que volar no más de quinientos. Por eso me hace gracia que sueñe con vivir tranquilo allá arriba, tan cerca, mientras aquí abajo un montón de familias sufrimos, por vuestra culpa ­nunca olvidéis que vosotros os los llevasteis­, la ausencia injustificada de nuestros hijos. No, querido burukide. No os vamos a dejar tranquilos, como mínimo, hasta que nos los devolváis a todos.
No sé si, convertido en hombre sandwich, merodearé los días festivos vuestras elegantes moradas o irrumpiré con pancarta en vuestras misas dominicales o disfrazado de juglar os cantaré arias debajo del balcón. Tampoco sé si diariamente hurtaré flores del cementerio y las depositaré en la verja de vuestro bunker o, disfrazado de sacamantecas, asustaré en carnavales a vuestros tallos más tiernos o, imitando al lobo, quizás ulule durante las noches, cuando oscurezca. Ni sé si os seguiré citando y recordando en mis escritos o daré inicio a vuestras biografías hasta convertirlas en best-seller, pero tranquilos, lo que se dice tranquilos, no tengo ninguna intención de dejaros.
Joseba, no te he metido en el saco de los dos de arriba porque eres diez veces mejor persona que ellos. Hace poco te escribí una carta que no has contestado. Tampoco contestaste la que te escribieron un grupo de madres de presos políticos hace unos meses. No lo hagas. No son cartas de esperar respuesta, sino cambios de conducta. Tampoco esperes a conocer las sentencias tras los juicios, pues sabes de sobra, ya desde el día de la entrega, la que nos puede caer. Cometerías un grave error. Vi con pena que entrabas, la verdad que sin fortuna, a un cruce de cartas con una buena gente que educadamente te ponía en tu sitio. Yo ya sé que no fuiste al frontón a detener a mi hijo, ni te dejaste ver en los calabozos, ni le condujiste, autopista abajo, hasta la bestia. Ni al mismísimo caudillo se le ocurrían semejantes labores. Pero la pertenencia a la cúpula te responsabiliza. Llegas a enorgullecerte de haber propiciado reinserciones. Allá tú. A mi chaval ni lo intentes. Si quiere salir de allí, no tiene más que delatar, aunque sea imputando falsedades, a todos los amigos que le han quedado en la calle, incluido su padre. Así lo regula la nueva ley. Tampoco te hacen ningún favor valedores ignorantes ­y no lo digo en el sentido de tontos sino en el de no saber por dónde les da el aire­ como los Lander de Baracaldo. Perteneces a un partido, Joseba, donde conservo familiares y amigos fuertes. Yo de política, cero. Pero creo que sois la formación que, en estos momentos, tiene la llave de la paz, la llave de las celdas. Lo insinuaba mi chaval en una preciosa carta que, por su interés, hicimos pública, hace unos días: entrelazad vuestras manos los que, de verdad, lucháis por este pueblo que se nos desmorona. Los que no lo hagan, que se vayan con los de la rosa. Sinceramente, Joseba, si queréis, sois reinsertables.
Alguien escribía el otro día, hablando de nosotros los familiares, y con esto acabo, que le admiraba comprobar la serenidad, la educación e incluso la ternura con que estábamos encajando tantas injusticias y tan seguidas. Somos así, e burukide. Generosos de cuna. Y nada, ni el más ruin de los dictadores, nos hará cambiar.

A Joseba Azkarraga, Consejero de Justicia

20/01/04

Me encantó la lectura del artículo aparecido en GARA el pasado viernes 16 titulado «Escándalos que escandalizan» pero, cuando vi tu firma, me entró la nausea. Tú, Joseba, que detuviste a nuestros chavales, tú que te has destacado en la defensa de sus torturadores, tú que los entregaste a la bestia a sabiendas de que, entre otras galanterías, dispersa, tú, precisamente tú, ¿intercedes ahora por nosotros?
No tenía intención de decirte nada porque todo lo que tenía que decirte ya te lo he dicho en colaboraciones anteriores, pero mi viaje a Topas de este nefasto fin de semana, heladas, viento, niebla, granizo, nieve, además de encogerme el estómago y ponérmelos de corbata, ha hecho que te llevara en mi mente, a ti y a todos los que habéis propiciado mis largos y peligrosos desplazamientos. Sólo se me ocurre que, con tu escrito, hayas intentado lavarte la cara, que ni con asperón, o que de verdad estés arrepentido de tus continuas manifestaciones de cinismo o, me quedo con ésta, que están próximas las elecciones y has salido a la caza del voto vacilante. Sea cual fuere el motivo es la enésima vez que te digo, aunque te agrade escucharlo, que nos haces mucho daño con tus intervenciones.
No sé que pensará Etxerat por haber usado su santo nombre en vano, pero te vuelvo a repetir, Josebita, que cada intervención tuya es una incisión más en nuestra ya de por sí dolorida llaga. ¿No habrá forma de que, haciendo una excepción en el eslogan, te sellen los labios? A pesar de todo, un cariñoso saludo. Luis Beroiz - Bilbao

Topas, cárcel en la cárcel

Andoni Beroiz - Preso político vasco
18/01/04

Aupa, gizona. No me resulta fácil, en estas circunstancias, encontrar las palabras idóneas. La inspiración se ve truncada por la pared de argamasa que, por primera vez, se erige frente al ventanuco de mi nueva celda, mi enésima celda en tan corto espacio de tiempo. Sin embargo, la lectura de tus últimas líneas es suficiente para sentirme Mari o Inguma y sobrevolar estos muros con los que intentan, en vano, separarnos. En Aranjuez tocaba cielo y, a veces, contemplaba conejos retozando sobre su árida explanada. Aquí hay que esperar a la noche para que el muro cobre vida. Pero cuando llega, un gato se encarama en lo más alto en busca, supongo, de alimento, ya que la hora del gato coincide con la de los sagutxus, que haberlos haylos y que me saludan royendo por dentro de las paredes. Con ambos mantengo un diálogo sin palabras todas las noches, hasta que me duermo, soñando el día en que, derretido el muro, todos volveremos a juntarnos en esa amada tierra nuestra.
Tengo oído o quizás leído que es muy recomendable, para no cansar ni perder vista, fijarte un punto en la lejanía. Incluso pienso que este gesto es fundamental para no volverse loco. Por desgracia, este muro dentro del muro no da pie a lo primero, aunque posibilita enormemente lo segundo. Francamente, el castigo infundado del aislamiento busca, sin miramientos, la autodestrucción a cámara lenta de la persona, y te das cuenta de ello y de que debes reaccionar. Lo que más reconforta y anima es comprobar que la falta de resultados les está demostrando la inutilidad e inhumanidad de estas medidas. La entereza de muchas y muchos compañeros, que llevan durante años soportando el día a día en estos agujeros, solos y solas, es la lección a aprender, la rama a la que puedes engancharte, nuestro principal elemento de superación. Gracias a ellos, su sinrazón se ha convertido en nuestra razón, su odio en nuestra fortaleza. ¡Cómo se siente esta fuerza interior colectiva, esta dignidad construida por todos ellos!
Intentan reducirnos el número de amigos aduciendo que es imposible tener tantos, reducirnos las llamadas, la correspondencia, las horas de patio en donde, por falta de tigre, si te aprieta la vejiga, te lo tienes que hacer en una botella. Con la creación del Juzgado Central, nos reducirán derechos elementales adquiridos. Si no andas listo, la maquinilla que te suministran para afeitar puedes encontrártela ya usada. Utilizan la sutileza. Porque no me digas que no es sutil elegir precisamente los días de Navidad, los días en que todo el mundo se junta, para separarme, para desgajarme de mis amigos y dejarme, solo, en este agujero. Y no me digas que no es sutil comunicarme que el día 3 de febrero tengo 5 exámenes por la mañana y 3 por la tarde, que el día 4 tengo 4 por la mañana y 3 por la tarde y, para acabar, el día 5 otros 5 por la mañana, sin haber recibido, al día de hoy, ni un mísero apunte para prepararme. Gotzone Mora podrá así constatar, con tinta de vinagre, cómo la UPV regalaba antes aprobados y cómo ahora la UNED nos está poniendo a cada uno en nuestro sitio. Porque allí donde acaba la lógica, empieza Instituciones Penitenciarias. En fin, intentarán reducirnos al máximo, sin darse cuenta de que, en esto también, los resultados son justamente los contrarios. Porque la fuerza que nos viene también del exterior se siente. Las concentraciones, la gira europea, las manifestaciones como la de Bilbo y... ¡cállate, aita! ¡qué pasada el GARA del día 9! Allí la peña de Agoitz, la de Galdakao, la familia vizcaina, la navarra y la familia pelotazale... recordándome todos el cumpleaños. ¿No se darán cuenta de que por cada acción represiva contra cada uno de nosotros son decenas y decenas las personas nuevas que les maldicen? ¿Con qué dicen y dicen y dicen que están acabando, ilusos? Cuanto más aislados dentro, más arropados fuera. ¿O es al revés? Cuanto más arropados fuera, más aislados dentro...
Bueno, aita, que me estoy olvidando de contestar a tu carta. Me dices que la casa está llena de recuerdos míos. Te diré que mi celda también la tengo repleta de todos vosotros y de nuestra tierra. En el mejor sitio, vuestras fotos de Izaga, de Sorogain, de Ibañeta. Las fotos en Artozki, días antes de derruirlo, en Alduntza, ya sin Itoitz al fondo y con mucha, demasiada agua en la hondonada. Colgando de la pared, la camiseta grabada con todos los críos de la escuela, al lado la txapela que no se me dejó disputar. Tus escritos que, de vez en cuando, releo de nuevo. En el calendario, los hayedos de Irati. Las bufandas, gorros y guantes de lana, obras maestras de ama y de Mirentxu. Camisetas dedicadas de profesionales comprometidos. También tengo bruja lanuda. La de Berbizne. Y también sonríe, buena señal. Señal de que volveremos a bañarnos con ama en el pozo redondo, de que volveremos a subir juntos ese monte desde donde se divisa Euskal Herria entera, por mucho que intenten que sea con makila. De aquí se sale, aita. De aquí vamos a salir todos. Así es que la rosa de que hablas en tu carta se la vamos a poner en la mano a Almunia, pues la suya se les ha muerto del asco. Con amigos así, ¿para qué queremos enemigos? No os reprocho lo de las cometas multicolores, yo habría hecho lo mismo. Pero, eso sí, id a mi habitación y desenchufad la cadena de música, pues ese pálpito intermitente sólo beneficia a los de la compañía eléctrica.
Nada me cuentas de lo que está pasando ahí fuera. Hay movimientos, sí, ¿pero hay esperanzas? Me supongo tu cabreo porque en sus planes de adhesión ni se acuerdan de Nafarroa ni de ese hijo que tienes preso. ¡Si el abuelo Bibiano levantara la cabeza! Ya me dirás, algún día, siendo como eran tan amigos Urbiola y aitite, cómo habéis podido salir tan dispares tú y José Antonio. ¿Fue su voto el que decidió la victoria de Imaz sobre Egibar? Ahora tienen, y esto sí es importante, todas las manos abertzales tendidas ofreciéndoles en bandeja la solución. La única con posibilidades, la de juntarse. Si no la aceptan, si la rechazan, que se queden solos o con los de la rosa y que esas manos tan generosamente ofrecidas se entrelacen las unas con las otras, hasta la victoria. Solución más pacífica, imposible. Ya sé que piensas que amor a este pueblo y amor a las comodidades que propicia el poder son incompatibles, pero hay que pensar en que alguna vez tendrán que dejar de traicionar y frustrar nuestras ansias de libertad.
Ahora, el notición. He seguido tu consejo y me he puesto a escribir. Poesía y prosa, de las dos. No es fácil y menos hacerlo bien y menos no habiéndolo hecho nunca. De momento sólo te voy a dejar untar un trozo de poema que dice así: cuando todas las voces se ausentan/ y sólo el murmullo de los insectos/ aliviado por el ir y venir del viento/ se encargan de retrasar el sueño/ es cuando/ muy a nuestro pesar/ nos visita la zozobra y el pensamiento de qué acaecerá más allá del muro./ Es la magia de la noche. ¿Qué te parece? ¿Sigo o abandono? A mí me está viniendo muy bien.
Podría haberte contado más privaciones, sensaciones, humillaciones, pero por hoy ya es suficiente. Me voy a despedir en la lengua en la que mejor me expreso. Para algo tienen que servir los años que tanto ama como tú estuvisteis en el euskaltegi... Beno maittiek, jaso muxu eta besarkadarik jator eta goxoenak... Zer egingo gendun ba zeuok barik! Sakea gure alde daukagu eta nahiz eta tanto asko geratzen zaizkigun, badakigu irabaziko dugula! Jarraitu beti bezain indartsu eta kementsu, hemendik gure desiorik onenak... Eutsi goiari, aurrera bolie eta txikira beti ordago! -

Navidad en la celda. Carta a Andoni

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
30/12/03

Aupa, mutil. Hace no muchos días que se ha cumplido el primer aniversario de vuestra detención. Más de 365 días sin vosotros. Algo más de 365 noches acostándonos con vuestra imagen y despertando con vuestra ausencia. Cuesta, cuesta mucho acostumbrarse, en casa de pocos, a ser uno menos. En la mesa uno menos, en las risas uno menos, y en las peleas por agotar el agua caliente de la ducha, uno menos. Siempre, desde hace más de un año, uno menos. Y, a pesar de que tu recuerdo sobrevuela y perfuma toda la casa, no es lo mismo. Sobre la consola, tu primera foto, desnudo, y, al lado, la última, con pañuelo pirata anudado a la cabeza. Colgando de un clavo tu primera txapela con siete años y la última, de este año, obsequio de la pareja con la que hubieses hecho equipo, de haber estado con nosotros. De la bruja encopetada y lanuda que nos mandó Juli desde Bapaume, todavía cuelgan las cometas de hilos de mil colores que hiciste para los críos de la escuela, porque no todas se fueron para al frontón como ordenaste; alguna se nos quedó, sin darnos cuenta, entre los dedos. Sobre la repisa, tu equipo musical, en silencio desde que te llevaron, pero vivo con su parpadeo intermitente. Y tus libros de texto, los apuntes a mano, todos esperando vuestro regreso. Y los cientos de cartas de los muchos que te quieren, que nos sacaste en la última bolsa, porque no te cabían en la celda. Y el espejo retrovisor, hecho añicos, que nos trajimos del mortal accidente. Cada cosa en su sitio, donde y como lo dejaste, esperando vuestra vuelta.
Todo el mundo pregunta por vosotros, sin entender que no sepamos decirles nada. Algunos, los conoces, lloran cuando les narramos nuestra impotencia. Son lágrimas de diferentes idearios, de diferentes sensibilidades. Sin pruebas, sin pre- sunción de inocencia, con tortura, sin juicio, cada vez más gente empieza a no asimilar vuestro encierro, vuestro destierro, la penitencia añadida del aislamiento, las zancadillas al estudio, las humillaciones gratuitas en la prisión, la longitud y peligro de nuestros viajes y, a ti te lo van a decir, la peligrosidad de los vuestros. Tanto el central como el periférico, ambos gobiernos se adiestran en conculcar derechos básicos, ensañándose y cebándose especialmente con vosotros, con la única finalidad de obtener unos réditos electorales que les mantengan en ese su posaculos mayoritario. Ningún dictador, ni siquiera el penúltimo que tuvimos, hicieron nada que no hayan hecho, incluso mejorado, nuestros actuales mandatarios.
Volviendo a nuestras cosas, os han hecho la puñeta con los estudios. A ti concretamente te han prohibido seguir haciendo periodismo en euskara. También en castellano. Ni siquiera puedes acabar los módulos que empezaste hace tres años ni te permiten iniciar Magisterio Deportivo. Les molesta tanto vuestra vitalidad, nuestro cariño, vuestro humor, la solidaridad de tantos, que, no contentos con encerraros, con dispersaros, con modularos, con aislaros en celdas herméticas, pretenden aislaros de vosotros mismos, interfiriendo en vuestro derecho básico a estudiar lo que, donde y en el idioma que os apetezca. Esto es lo más abyecto a donde puede llegar mente humana. Y todo ante la pasividad, permisividad y, con toda seguridad, bendición y colaboración de una UPV adocenada, adoctrinada, acoquinada, politizada, en donde, mande quien mande, todos son parejos y se quedan mirando siempre hacia el otro lado. La Universidad del País Vasco, en virtud del compromiso adquirido con los estudiantes perjudicados, tiene obligación de pleitear ante tamaña impostura y, si no lo hace, nos estará obligando a pleitear contra ella por dejación de funciones. Según me cuentas, de la UNED te han llegado las fechas de las convocatorias de examen de febrero, sin que, todavía, te hayan facilitado ni un mísero folio de las asignaturas de la carrera en la que, sin gustarte, te has tenido que matricular. Resulta tremendamente significativo el gesto.
Hasta aquí había llegado con esta carta, estaba a punto de contarte que el Tribunal Económico Administrativo de Euskadi ha estimado tu reclamación por una multa de tráfico inexistente, que se cobraron por vía de apremio los muy ladinos y que la Consejería de Interior ¡siempre los mismos! nos va a tener que retornar, cuando suena el teléfono. Eran ¡por fin! los abogados para decirnos que sólo por la primera acción de las muchas que os han imputado de kale borroka, el fiscal ha solicitado ni más ni menos que 22 años de cárcel, innegociables, para cada uno de los trece que aparecéis en el auto. La única prueba, como siempre, las declaraciones bajo tortura denunciada aunque no tramitada, de algunos detenidos. Esto quiere decir, a mi edad y aunque tú sabes que ando fuerte, que la próxima vez que me veas en Galdakao será para depositar un beso y una rosa sobre mi féretro. Tranquilo, mutil. Ya veremos qué es lo que determinan los jueces. Son, ya, el último eslabón de esta macabra cadena. Lo que sí está claro es que sale muchísimo más barato matar a tu marido o a tu madre que provocar desperfectos de no demasiada cuantía en la Gran Vía. Pero todo esto no es nuevo ni debe preocuparnos. Como te dije un día, están llegando tan lejos que sólo les cabe retroceder o caer en la sima. Solamente necesitamos un poco de paciencia.
Me resisto a pensar que ya nunca disfrutaremos de tus ganchos y de tus paraditas al txoko, que ya nunca nos bañaremos en el pozo redondo con ama, ni estarás nunca en la cena de noche vieja en casa de amama ni en el almuerzo de año nuevo con la familia navarra. Me resisto a aceptar que ya no subiremos juntos a ese monte, desde donde se divisan, en días claros, todos los herrialdes de Euskal Herria. Me resisto a aceptar que ya nunca enseñarás a jugar a pelota a todos esos críos que tanto te añoran y te quieren. No puede ser que la iniquidad de algunos llegue hasta estos extremos. No puede ser que nos ganen.
Pensaba que nada más podía pasarnos, al menos en estos días que se dicen blancos, cuando nos llega la noticia de tu nuevo traslado, escasos días antes de la navidad. Esta vez a Topas en donde, sin saber por qué, te llevaron directo a aislamiento, donde sigues. Por primera vez sólo, sin nadie, helado de frío en tu celda pues pocas cosas pudiste traerte, la noche de nochebuena. Tú que, en Aranjuez, llevabas semanas planeando sorprender a los amigos que te viste forzado a dejar, vestido de Olentzero. Hasta el recién nacido se preguntaría, desde el portal, si merece la pena seguir haciéndolo, año tras año, cada 25 de diciembre, Rouco Varela.
Muchos abrazos y goraintziak a todos tus compañeros de allí dentro. Tú sabes, porque así lo consensuamos hace tiempo, que todo lo que yo te digo desde hace un año va, también, dirigido a ellos, aunque personalice contigo porque eres mi mejor fuente de información. No cambiéis, a pesar de todo. Manteneros firmes en vuestro amor a esta tierra de la que todos están intentando sacar partido, firmes en vuestra dignidad. Siempre nos vais a tener con vosotros. Nosotros somos vuestra navidad. Bueno, Andoni. La bruja que llegó desde Bapaume me sonríe. Es la mejor señal, señal de esperanza. Eutsi, neska-mutilak. Besarkada haundia denontzat!... Zure aita. -

Verano cálido, otoño tórrido

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
22/10/03

Pasó el verano, el más caluroso dicen, y ya hemos consumido el primer tercio del otoño. No sé dónde pasaste, burukide, aquellos tórridos días de agosto. A un servidor, y gracias a la programación que, entre todos, habéis hecho este año de nuestras vacaciones, le atraparon en la estepa castellana, en esos eriales resecos que hay entre Aranjuez y Toledo, alcurnia y prosapia. Aquello no era calor, era fuego sin humo. Aquella brisa nocturna y sureña asfixiaba hasta el pensamiento. Pero había que estar allí, pues cerca, entre rejas, teníamos a los mejores y había que estar con ellos. Siempre estaremos con ellos. Nuestro hijo, para más inri, con el añadido de no poder desprenderse del collarín, tras el mortal accidente. ¿Te lo figu- ras? Imposible cerrar ojo. Ni siquiera el ardiente cemento del suelo les servía de alivio. Y ahora que veo que te interesas por él, te diré que nada sabemos de posibles secuelas porque se está negando a ser conducido al hospital para reconocimiento. Y se está negando porque el traslado le obligan a hacerlo suelto en el furgón, a merced de los vaivenes, y en las mismas condiciones de manos esposadas atrás. Y no le da la gana. El se lo pierde, me dirás. Eso le digo yo, pero, ya sabes, un preso político está siempre dispuesto a perderlo todo salvo, eso jamás, la dignidad.
De vuelta a casa, dos temas, vitales ambos, minimizan al resto y acaparan la atención mediática. Uno, vuestra renovación de cargos, y el otro, vuestro enésimo plan o pacto. Casi nada. Y en las candidaturas para la renovación, ¡oh, cielos!, leo tu nombre, burukide, en alguna de las quinielas. Como lo oyes. Supongo, claro, que se trata de un mal chiste ¿no es eso? Vale, me dejas tranquilo. Algo más creíble me parece la tentación que pueda tener el jefe de repetir mandato, sobre todo si nota que por debajo le puedan estar segando la hierba, a él o a su pupilo. Que nadie olvide que sobre su frente y sobre la de Wojtyla se posó un día la paloma santa y, al parecer, debió insuflar en ambos semillas de eternidad, de perpetuidad en sus cargos. No sé si te sigue invitando al búnker, pero te puedo decir, y hoy se lo he dicho a mi hijo, que ya asoman debajo de Andra Mari, robando espacio a los pinos, las flamantes moradas que construye para los suyos y para otros, en la ladera del Ganguren. Desde que vino, no ha hecho otra cosa que acumular argamasa en este precioso monte. Y mi chaval sin poder verlo desde el balcón de su habitación. ¿Me podrías explicar, burukide, la razón de esa pertinacia en manteneros, siendo así que, bajo vuestro mandato, habéis llevado a este pueblo a la mayor cota de degradación y desesperanza jamás antes conocida? ¿Es que no hay ni un sólo nacionalista en vuestras filas capaz de enderezar y liderar un necesario y radical cambio de rumbo? Porque lo de Josu Jon como candidato ¿qué es?, ¿va en serio o jugáis al despiste?, ¿se trata de otro mal chiste o de una especie de premio por parte del lehendakari ­¡qué poder el suyo!­ para agradecer su vasallaje? Por la cuenta que nos tiene, no por otra cosa, seguiré con atención el proceso sucesorio.
Y, luego, el Plan, ese plan. ¡Qué golferío el que se juntó hace unos días en el hemiciclo para repetirnos lo mismo que nos venís transmitiendo desde hace ya bastantes décadas, demasiadas! ¿Lo viste? Se pusieron todos de acuerdo en el día, metieron en el maletín su caradura y su estulticia, y, cada uno en su papel, se juntaron a interpretar su teatro, a dedicarse los unos a los otros grititos electorales previamente consensuados, haciéndonos ver algo así como si se estuvieran realmente peleando, pelea a muerte, burukide. ¡Qué golferío para mostrarnos, en definitiva, la esterilidad de sus talentos y la sevicia de sus corazones, el vacío de sus voluntades! Todos sin excepción. Mientras los veía bracear, me preguntaba: ¿Qué se puede esperar de un lehendakari o de unos partidos bajo cuyo mandato se detiene, se tortura y se imputan acciones a sabiendas de que no han sido cometidas por los imputados? ¿Qué podemos esperar de un lehendakari tan contradictorio que dice necesitar ausencia de violencia para el desarrollo de sus planes? ¿No se da cuenta, acaso, de que, para que esa condición se cumpla, sería necesario encarcelar a todo el Parlamento, a él, por supuesto, incluido? Iluso. ¿Acuerdo de convivencia o prorrogar el acuerdo de connivencia? El hemiciclo es un circo. Basta ya de piruetas y de saltos veniales a la lona y poneros a trabajar, golfos, que para eso se os paga. No para que engordéis y engordéis a costa del erario. Menos planes y más hechos. Más vergüenza y menos propuestas, aunque suenen bonito. Menos leyes y más justas. Más derechos humanos y menos cárceles Guantánamo. El problema sois vosotros, no por lo que decís sino por lo que hacéis y no hacéis. ¡A quién se le ocurre! Olvidar a las víctimas de vuestro terrorismo, entre las que me incluyo, y seguir escarbando en su dolor es el camino más errado, inhumano y estúpido que habéis podido elegir.
Porque no os cansáis de meter vuestro dedo en nuestra llaga. Es como una obsesión. No me parece ni bien ni mal que, este sábado, estuvierais en Donostia, tras las últimas detenciones. Todo lo contrario. Lo que no logro asimilar, aunque lo intento, son vuestras sangrantes declaraciones antes de la marcha, en la marcha y tras la marcha. No os cabe en la cabeza que los hayan detenido de noche, que los hayan incomunicado, que no se presuma su inocencia y prometes solemnemente, señor Azkarraga, actuar enérgicamente si alguno de ellos llegara a denunciar torturas. La carcajada que se oyó en los calabozos de Arkaute al escucharte todavía resuena en la llanada alavesa. Hasta las olas de la Concha comenzaron a llorar lágrimas blancas. El mismísimo Urkullu, otro futurible, supongo que para que el relator Theo van Boven se enterara, proclama, habilidoso, que la Ertzaintza no tortura porque todas las denuncias contra ella han sido archivadas. Genial y clarividente deducción, sí señor, si no conociéramos el perfil de los archivadores. Y digo yo, burukide. Si esto es así, ¿por qué no lleváis a los tribunales a todos los denunciantes, a mí incluido, que llevo ya once meses acusándoos de haber infligido tortura a mi hijo y a los amigos de mi hijo?, ¿por qué tanto empeño en salir intermitentemente a la palestra a contarnos la misma milonga de que toda esa podre allí sí, en España, pero aquí, en Euskal Herria, no?, ¿tan necesitados estáis de que os crean? Patrañas como ésa, no obstante, suelen deshacerse como el hielo en la copa, lenta pero inexorablemente. Sólo hay que darle tiempo al tiempo. No creo que esté muy lejano el día en que os vais a tener que tragar toda vuestra impudicia y Balza su protocolo.
Cada vez tengo más clara una cosa, burukide. La prolongación del conflicto, de este conflicto concreto nuestro, a cambio de cuatro deambulantes votos, es un cargo del que no vais a salir indemnes por mucho que os cubráis de inmunidad, señores que mandáis. La demora en la solución que, si queréis, la tenéis a mano y no es la del plan, os va a pasar necesaria e inexorablemente factura.
A las puertas de un nuevo curso, nos confirma el chaval que no va a poder estudiar lo que quiere, en el idioma que quiere y allí donde quiere por decisión ilegal de unos y por la permisividad de otros, o sea, vuestra. Pero de eso hablaremos otro día. De eso y de los muertos confusos que seguís acumulando sobre vuestra mesa. Y del alucinante régimen carcelario que sufrimos, tanto los de dentro como los de fuera. También hablaremos de dispersión, de nepotismo, de dentelladas al cuello. Quizás hasta rememoremos ciertos caribeños tráficos marítimos. Nos leemos, burukide.

K. K. K.

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
14/08/03

Qué habrías hecho tú, burukide, en el supuesto de que a tu hija la hubiesen profanado, humillado y torturado sin descanso en los calabozos, durante un montón de días con sus respectivas noches, precisamente los que se presume deberían velar por nuestra seguridad y la de los nuestros? Y ustedes, señor juez o señor fiscal, ¿qué habrían hecho si a su hijo lo hubiesen mancillado, humillado y torturado hasta la extenuación esos mismos responsables del orden, en los mismos calabozos y durante el mismo largo período de tiempo de incomunicación? Como mínimo, ya que todos tenéis potestad para ello, les habríais despojado de empleo y sueldo, de función y de cargo, les habríais acusado de oficio, les habríais hecho un juicio rápido y, a buen seguro, los habrías encarcelado quizás para siempre, con el fin de evitar actuaciones similares en el futuro y, de esta forma, conseguir que se hiciera justicia con vuestros respectivos hijos.
­Yo los mataría­ me interrumpe un amigo que, además, es pariente.
Porque, al decir de muchos, torturar es, todavía, más abyecto que matar, lo que, vuelto a pasiva, significa que uno puede preferir morir a seguir siendo torturado. Esto, que no os lo han podido decir vuestros hijos porque carecen de experiencia, es el testimonio que hemos escuchado de los nuestros, en favor de los cuales nos está dando la impresión de no estar haciendo nada, por lo que ahora os lo voy a contar, con el ruego de que no se lo digáis a nadie, de que quede entre nosotros. ¿Prometido? Venga, pues.
Cuando te llevaste a nuestros hijos a Arkaute, burukide, allí, ya sabes, el ertzaina malo acostumbra a repartirse el tiempo con el ertzaina bueno, aunque se siguen cruzando apuestas para dilucidar quién es el más canalla de los dos. El bueno, al menos, dejaba hablar, incluso se podía vacilar con él. El caso es que, una de las veces, el motivo del vacile fueron unas «k» que, si miras con ojos perspicaces e imaginativos, aparecen en la envoltura de una famosa marca de pitillos rubios norteamericanos. Hasta tres pueden apreciarse, o sea las siglas del Ku Klux Klan. Es una bobada, pero cualquier nimiedad, hasta la más trivial, era válida, con tal de retrasar cuanto se pudiera la llegada del malo. Esto que no llega ni a anécdota estaba ya olvidado, al menos por parte del torturado, si no hubiese sido porque el bueno, tu ertzaina bueno, se ha puesto polainas y ha vuelto a cabalgar de nuevo.
Resulta que en la prisión de Aranjuez, señores fiscal y juez, no se sabe por qué aunque uno se lo figura, tienen por costumbre no aceptar y devolver las cartas que llegan sin remite, de tal forma que sólo podemos recuperarlas de la administración de correos de la ciudad si vamos antes de que las destruyan. Hete aquí que, entre las recuperadas meses más tarde de que fueran escritas, como un sopapo en pleno rostro, nos aparece una fechada en Vitoria-Gasteiz conteniendo una postal navideña y unos inocentes deseos de felicidad que a mi chaval, al leerla, le ponen los pelos de punta, mientras, a duras penas, nos intenta explicar el misterio, embutido todavía en su collarín, consecuencia del reciente mortal accidente. Allí estaba el bueno, de nuevo, impúdico sobre la grupa.
El mensaje, escrito de puño y letra, decía así: «Sigo sin fumar, pero cuando veo un paquete de 'Marlboro' me vienen recuerdos a mi mente. Zorionak, Andoni. K. K. K.». Es tu empleado, burukide, que ni olvida ni, por lo que se ve, va a permitir que le olvidemos y es que son insaciables. Sabemos quien es porque en los calabozos de Arkaute actuó a cara descubierta. Y actuó así porque no teme nada o, quizás, porque esté optando a medalla de reconocimiento. Y no teme nada porque negar machaconamente que en Arkaute se tortura, a sabiendas que se miente, como lo han hecho el jefe de ese estercolero y, con él, la mayoría de sus consejeros, machos y hembras sin distinción de género, supone conferir carta de impunidad a las bestias que torturan, es colaboración con grupo armado y es, sin paliativos, apoyo al terrorismo y, si me apuras, pertenencia. Leídas en plena canícula todavía son más sangrantes este tipo de felicitaciones navideñas.
Y no teme nada, señores juez y fiscal, porque no tramitar con celeridad las denuncias de tortura garantiza la impunidad. Archivarlas supone complicidad. Admitir como prueba la autoinculpación obtenida bajo suplicio significa incitación, cobertura y beneplácito. Y admitirla como única prueba no puede ser otra cosa que adherencia a grupos nacidos para ejercer el horror.
Lo siento, pero tengo que preguntar otra vez: ¿Qué habrías hecho tú, burukide, en el supuesto de que tu hija, a la que hubiesen profanado, humillado y torturado en los calabozos, durante un montón de días con sus respectivas noches, recibiese esta carta precisamente de los que se presume deberían velar por nuestra seguridad y la de los nuestros? Es la misma pregunta que os estoy haciendo a vosotros, señores juez y fiscal.
­Yo lo mato­ me vuelve a decir mi amigo, que, además, es pariente.
Que no, le contesto. Que así, no. ¿No ves que las malvas podrían envenenarse? Nos bastaría, como te dije otra vez, burukide, que compareciéramos todos ante un jurado de doce mujeres u hombres buenos, elegidos al azar entre nuestras gentes, todos juntos, torturados, torturadores y consejeros, a cara descubierta y que, tras escucharnos, ellos decidieran en conciencia. Y que sea lo que el jurado quiera. Me dirás que para eso están los jueces. Y yo te diré que no. Porque hoy los jueces no son de todos, son tuyos, son vuestros, son de aquellos, son apéndices, no son ellos, no son nuestros. Esto es, al menos, lo que estoy escuchando estos días de vuestra boca, también de boca de ellos.
Llegará un día en que esta posibilidad sea realidad, en que se acabe vuestro terror, el de los buenos y el de los malos, en que seáis juzgados todos los corruptos, en que repiquen a gloria todas las campanas de Euskal Herria. A nosotros nos tocará oír las cercanas de Andra Mari. Tanto daño como nos estáis haciendo no os puede salir gratis, burukide. Comprenderás, pues, que de vez en cuando descargue algo de peso y lo comparta contigo, con vosotros. No importa que, los unos por acción y los otros por omisión, intentéis hacer desaparecer el soporte. Haremos nacer otro, y, si no, escribiremos nuestro dolor y nuestra esperanza en la corteza de los chopos, en los cantos rodados del Irati o en la piel de las palmas de la mano. Pero estáis condenados a seguir leyéndonos.

Pactos de terror

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
24/07/03

Si de algo, de nada más por cierto, estoy agradecido a Deusto, es de haberme dado la oportunidad de conocer a gente como tú, Koki. Clarividente, luchador y comprometido, tu inconformismo te acarreó, como a otros muchos, problemas con el dictador de Markina. Pero poco importaba eso entonces. Tú de la A y yo de la B, irremediablemente juntos, pues el pupitre pasaba a ser de nuestra propiedad, supongo que para facilitar el pase de lista. Muy cerca, detrás, con otras letras del abecedario, se sentaban conocidos amigos pertenecientes a la organización armada. Tampoco importaba demasiado. Buenos tiempos aquellos. Siempre he sentido tu aprecio, Koki, como tú has tenido que sentir necesariamente el mío. No en vano compartimos juntas, pues suelen ir tradicionalmente unidas, las dictaduras del militar y la del fraile, también compartimos vinos, noches de juerga y noches de centramina, pero, sobre todo, compartimos el ideal de una vida más justa, más libre y pacífica para todos. A ti luego te dio por la política, por la alta, a mí por todo lo contrario, pues nunca he militado ni, a mi edad, se me va a ocurrir semejante insania, aunque, eso sí, me han colgado sambenitos injustificados a manta. Mi tiempo libre lo dediqué, casi íntegro, a enseñar a jugar pelota a los chavales del pueblo.
La última vez que nos vimos fue, tras dos días de convivencia en Santillana del Mar con nuestras esposas y compañeros de estudios, en el patio de la capilla de la Universidad, ya en Deusto, donde, como colofón, se celebró una misa, creo que por los antiguos alumnos fallecidos, a la que yo acababa de asistir por deferencia y a la que tú no asististe por convicción. El plato fuerte, a la salida, versó fundamentalmente sobre la corrupción que reconociste en integrantes de tu partido, concretamente en los propiciadores de esa aberración que supone el pantano de Itoiz. A la sazón, no estoy seguro, creo que eras ministro, no sé de qué, porque lo fuiste meritoriamente de varias carteras. Pero eso tampoco importa.
Han pasado algunas cosas desde entonces, Koki. Y de cierta importancia. Tú conseguiste las más altas cotas de poder en tu partido, cuando fuiste elegido su secretario general y propuesto a presidenciable. Más no se puede pedir en política. Yo, en cambio, he devenido en padre de preso político vasco. Tú, ahora, desde tus cargos de diputado socialista e integrante de su Comité Federal, no te has opuesto y has consensuado ese fascista Pacto por las Libertades que nos convierte a todos, a mí, a mi hijo y a sus amigos, en terroristas, unas veces en grado de colaboración y otras en grado de pertenencia. ¡Qué más os da! Tú sabrás por qué lo has hecho. Te recuerdo que algo similar a estas veleidades vuestras ya intentó cierta religión, cuando éramos más jóvenes y tú menos ateo ¿Te acuerdas? Todo era pecado contra el sexto mandamiento y todo merecedor de quemaduras eternas. Mirar un escote, mantener una conversación picarona, hasta leer pasajes escabrosos de la Biblia, incluso solazarse con pensamientos impuros. Ya no te digo nada los tocamientos, tanto los compartidos como los egoístamente sin compartir. Y no hablemos de yacer con varón o con hembra. Todo, todo, todo había que contárselo, con más pelos que señales, al torturador del confesionario. Eso sí, de las barraganerías de sus clérigos, en cambio, nada se decía, nada trascendía. Pues bien, Koki. Ahora no es con el sexto con el que estáis jugando. Ahora, el pecado innombrable, el pecado abominable habéis decidido que sea el terrorismo.
Hoy, gracias a ti y a vuestro divino Pacto, se es terrorista por montar una barricada, por llevar una pan- carta, por quemar un cajero, por dirigir un periódico, por llevar unas cuentas, por pensar en independentista, por votar descaradamente nulo. Hasta por escribir esto que estás leyendo. Todo, todo, todo lo que concierne a este país lo habéis convertido en terrorismo. Hoy los confesionarios están en las comisa- rías. Lo único que ha variado es la penitencia. Antes por tres avemarías volvías a los tocamientos, ahora purgas hasta que te pudres, querido Koki. Hoy, como ayer pasó con los barraganes, nada se sabe de los apóstoles del GAL, de sus equis, nada de la muerte de Shanti, nadie habla ya de los misioneros desplazados a Irak ni de los tormentos a los detenidos ni de vuestro repugnante sistema carcelario.
Nadie habla del Guantánamo castellano. Me llevaron al chaval, Koki, una noche de luna. Me lo tor- turaron hasta la extenuación animales de cara descubierta, tal es su impunidad. Ha sido de pura ca- sualidad que no me lo habéis devuelto, tú y tu Pacto, en caja de madera, tras el accidente mortal de Aranjuez. No estáis permitiendo, tú y tu Pacto, que se le atienda médicamente como persona. Con las ratas tenéis más deferencias que con él. Le habéis prohibido examinarse. No puedo obviar que me vengan a la memoria aquellas noches estudiando todos juntos en casa de Félix. Tampoco va a poder matricularse en lo que le gusta porque se lo habéis impedido. Y se lo habéis impedido porque tú y tu maldito Pacto habéis dicho, sin todavía juzgarlo, sin haber hecho nada de lo que se le imputa, que entra dentro de vuestro perfil de terrorista. El, que ha pasado por tantos horrores. Ya tienes en tus manos a mi hijo y a sus amigos, ya habéis llenado de terror nuestras vidas, ¿qué más os queda por hacerles?, ¿qué más os queda por hacernos?
Te oí hace unos días en la radio, concretamente en una entrevista que te hicieron en "El Boulevard". Mencionaste, atribuyéndotela, la palabra demócrata una docena de veces y otra docena, esta vez atribuyéndola a otros, la palabra terrorista. Mira, Koki, si ser demócrata es ser como tú y todos los corruptos y galosos asesinos que te rodean y ser terrorista es ser como mi hijo y sus amigos, ya puedes ir poniéndome los grilletes, porque prefiero mil veces a ese terrorista que a ese demócrata. Dijiste, también, que no eras nacionalista. Nadie te reprocha por ello. Tampoco lo es la cúpula del partido nacionalista y nadie rechista. Terminaste sentenciando que los partidos políticos son imprescindibles en democracia, olvidando decir para qué y para quién. Cuán profundamente has cambiado, Koki. Cuán perversos son los tentáculos del poder.
Hoy el tabú del sexto ya está superado. Unos más y otros menos, todos holgamos y, algunos, los más sortudos, hasta hacen sesentaynueves en la cama. Hemos, por fin, comprobado que, con la excusa del infierno, nos estaban negando el cielo. Nos ha costado pero ahora sentimos que todos los sexos son bellos. Yo espero que pase lo mismo con los terrores. Con todos los terrores, incluidos los vuestros. Confío en que, un día, más bien cercano que lejano, nos revolquemos todos los vascos en el derecho de autodeterminación, tengamos el orgasmo de ser lo que nos dé la gana y que yazcamos ahítos de libertad, de justicia y de solidaridad con el resto de pueblos. Es por lo que luchamos, Koki. El terror habría pasado entonces a ser tabú y no, como ahora, manantial de réditos electorales y consecuentemente espurios. ¿Nos ayudará a esto un vasco afincado voluntariamente en Madrid? ¿Seguirás apoyando el Pacto como hasta ahora o debo armarme de esperanza cuando dices, como acabas de decir, que optas por la vía irlandesa para solucionar el problema vasco? Si eso es así, si ese es tu pensamiento valiente, llámame, Koki, porque ese camino sí que podemos hacerlo juntos.
Mi señora que se acerca y que intenta leer lo que escribo por encima de mi hombro, me pregunta:
­¿Pero quién es ese Koki?
Y yo le respondo. Koki es José Joaquín. José Joaquín Almunia Amann. El del jersey rojo, en la foto encuadrada de Santillana del Mar. Aquel amigo para el que no sé si me queda un poco de aprecio, un mucho de miedo, un poco de asco o un montón de pena... Elige tú mismo, Koki. -

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