El preso, la Policía autónoma y la huella
Luis Beroiz (padre de imputado torturado): El juicio ha quedado visto para sentencia. En ella, sabremos a quién creen los magistrados: a quienes han mentido siempre o a quienes siempre han dicho la verdad.
Luis Beroiz (Para Kaos en la Red)
Luis Beroiz (Para Kaos en la Red)
[31.01.2008 12:44]
Yo invité al juicio a los Consejeros de Educación y de Justicia para que contemplaran cómo su colega el Consejero de Interior había obligado a sentarse en el banquillo, ocho años después, a un joven que, el día de la acción que se le imputaba, estaba preso en Alcalá Meco, tirando de presupuesto. ¡Una pena que no me hicieran caso, porque la lección resultó ejemplar para sus próximas intenciones pedagógicas!. Invité, también, al Ararteko para que viera in situ los ojos desorbitados del fiscal, el rechinar de togas y el murmullo del público asistente, al escuchar al injustamente encausado. Se trataba de otro despiste, el segundo tras el de nuestro hijo, confirmatorios ambos de que las listas de presuntos las confecciona a voleo la Ertzantza y se firman bajo execrable tortura, como atestiguan los detenidos, y como muy bien acreditaste en su día, Iñigo, y me temo vas a tener que volver a acreditar ahora.
Les invité porque sabía que los medios dependientes de comunicación iban a ocultar este hecho trascendental, como así ha sido. Nada más emerger la primera gran mentira de la mañana--de nuevo el Consejero de Interior había divinizado a otro vasco, ubicándole en dos lugares distantes a la vez--los jueces debieran haber suspendido la vista y cursado una orden de detención tanto de Balza como de quienes le rodean. No insistiré más en esta iniquidad, pues ya lo hice cuando nos aporreó la otra. Que la valore cada cual. Prefiero gastar página en la segunda gran mentira de la mañana.
En la vista se habló de hallazgos. Concretamente de una bolsa encontrada en el lugar de la acción, con la huella del pulgar de uno de los encausados. Milagro es que sólo encontraran una pues, precisamente en esas fechas, el propietario de la dactilar prestaba—con contrato escrito--sus servicios de cajero y mantenimiento en una gran superficie y colaboraba, a turnos, de camarero en una txozna de una agrupación cultural, situados ambos establecimientos, casualidad, en la mismísima calle de los hechos, a muy pocos metros de distancia entre sí. Quiere esto decir que, aparte de en las miles de bolsas que manejó por compras, el imputado depositó su huella en decenas de ellas conteniendo basura o productos desfasados, y que luego desalojaba de ambos lugares a contenedores, no sólo el día de autos sino también los días anteriores y posteriores. Se puede asegurar, sin error, que se trataba del joven del pueblo que más bolsas de todos los colores había manipulado esos días, por razón de su trabajo.
La mentira, sin embargo, no está en el hallazgo de la huella en la bolsa, sino en el contenido indemostrable que la Ertzantza declara en el juicio, ocho años más tarde, haber encontrado en ella, en la falaz historia que construyen. A nosotros y a nuestros abogados nos suscita justificadas sospechas una cadena de incongruencias que ponen en entredicho, una vez más, la versión policial.
Ni en los interrogatorios a que es sometido el encausado a pesar de que se le pregunta por esta acción, ni en la información exhaustiva que se da a los medios de comunicación tras las detenciones, ni en las primeras diligencias ante el juez, a pesar de que también se le pregunta por estos hechos, se menciona para nada el hallazgo de bolsa alguna conteniendo artefactos y huellas del detenido, circunstancia ésta que, cuando se da, acostumbra a ser lo primero que se airea con grandes titulares, en todas las detenciones. Raro, ¿no? Más tarde, cuando los jueces determinan libertad provisional para los inicialmente 19 imputados por estos hechos, a uno de ellos le imponen fianza por un indicio menos contundente que éste y a éste no. Rarísimo, ¿no? En ninguno de los juicios anteriores, muy similares a éste, se ha aportado huella dactilar alguna, porque las acciones se desarrollan siempre con guantes, según la policía. Resulta extraño que, esta vez, casualidad, se les olvidaran en casa.
La defensa, que se enteraba ahora del supuesto contenido, en sus conclusiones habló de dilaciones indebidas, de actas levantadas a destiempo, de entregas extemporáneas a la autoridad, de métodos subrepticios en referencia a la actuación policial, de caos judicial. Ni entro ni salgo. Mi reflexión va por otros derroteros. Yo me pregunto, ¿qué credibilidad merece una policía que, entre otras muchas patrañas menores, perjura sobre la forma de obtención de inculpaciones, se encuentra absueltos por coartadas serias a la gran mayoría de sus imputados, hace correr con muletas y que ha convertido en dioses, no a uno, sino a dos muchachos, por bilocación? Una bolsa con huella en poder de estos farsantes es una joya, da mucho juego a la imaginación y puede llenarse de virtuales artefactos o de heroína confiscada si de una acción por drogas se tratara o de geranios si de un asalto a una floristería. Incluso es fácil impregnarla con huellas de otros, conozco cien formas. Ellos saben por experiencia que sus solas declaraciones no cuelan, no están colando, y tienen que vestir el muñeco, que es lo que han hecho.
El propietario de la huella, lo habréis adivinado, es nuestro hijo. Hijo con el que, es el momento de decirlo, en la media noche de autos, a la misma hora de la acción, estábamos mi esposa y yo, sin que viéramos que portara ni capucha ni guantes ni petardos incendiarios. En las acciones de los seis juicios anteriores que sólo el azar nos ha hecho ganar, no sabríamos decir dónde se encontraba. Esa noche de fiestas, sin embargo, acorde con lo declarado en comisaría y ante el juez, estaba cubriendo el puesto de camarero en la txozna de Patakon y nosotros, como todos los días, a este lado de la barra, tomando la primera copa después de cenar, junto a otros clientes que han testificado en el juicio, a pesar de resultar damnificados en la acción. Así consta, me refiero a nuestra presencia, en la declaración que se realiza ante notario por parte del testigo. Nuestro testimonio, sin validez por parentesco ante los jueces, tiene la credibilidad, al contrario que el de ellos, de quien ha ido desgranando sólo la verdad, día tras día, desde la detención de su hijo.
El juicio ha quedado visto para sentencia. En ella, sabremos a quién creen los magistrados: a quienes han mentido siempre o a quienes siempre han dicho la verdad. Muchos opinan que sí, pero yo no creo que la ubicación de esta vista dos meses antes de las elecciones, o la presencia de una docena de cámaras de televisión, cuando en los anteriores con mucha más petición no hubo ninguna, o el cambio inesperado de magistrados a última hora, adjudicándonos a la misma ponente que ejerció en el 18/98 sean indicios de sentencia condenatoria. No. No me lo creo. De cualquier forma, una huella es sólo un indicio, dice la defensa, que debe ir acompañada de pruebas complementarias contundentes para su validez. Y aquí se da el caso contrario.
No puedo acabar sin referirme al Consejero de Interior, encaramado de nuevo al podio del ridículo y de la patraña. La última vez que le vi, arropaba a su predecesor en el cargo precisamente contra aquellos ante los que, el mismo día, nos había hecho ladinamente comparecer. Clavó sus colmillos en nuestras carnes hace ocho años y se resiste a soltar, a pesar de los golpes que recibe. No creo que prosperen sus ardides, pero, en todo caso, debe saber que le quedamos nosotros: un padre y una madre, que estábamos con nuestro hijo, la medianoche de autos.
Yo invité al juicio a los Consejeros de Educación y de Justicia para que contemplaran cómo su colega el Consejero de Interior había obligado a sentarse en el banquillo, ocho años después, a un joven que, el día de la acción que se le imputaba, estaba preso en Alcalá Meco, tirando de presupuesto. ¡Una pena que no me hicieran caso, porque la lección resultó ejemplar para sus próximas intenciones pedagógicas!. Invité, también, al Ararteko para que viera in situ los ojos desorbitados del fiscal, el rechinar de togas y el murmullo del público asistente, al escuchar al injustamente encausado. Se trataba de otro despiste, el segundo tras el de nuestro hijo, confirmatorios ambos de que las listas de presuntos las confecciona a voleo la Ertzantza y se firman bajo execrable tortura, como atestiguan los detenidos, y como muy bien acreditaste en su día, Iñigo, y me temo vas a tener que volver a acreditar ahora.
Les invité porque sabía que los medios dependientes de comunicación iban a ocultar este hecho trascendental, como así ha sido. Nada más emerger la primera gran mentira de la mañana--de nuevo el Consejero de Interior había divinizado a otro vasco, ubicándole en dos lugares distantes a la vez--los jueces debieran haber suspendido la vista y cursado una orden de detención tanto de Balza como de quienes le rodean. No insistiré más en esta iniquidad, pues ya lo hice cuando nos aporreó la otra. Que la valore cada cual. Prefiero gastar página en la segunda gran mentira de la mañana.
En la vista se habló de hallazgos. Concretamente de una bolsa encontrada en el lugar de la acción, con la huella del pulgar de uno de los encausados. Milagro es que sólo encontraran una pues, precisamente en esas fechas, el propietario de la dactilar prestaba—con contrato escrito--sus servicios de cajero y mantenimiento en una gran superficie y colaboraba, a turnos, de camarero en una txozna de una agrupación cultural, situados ambos establecimientos, casualidad, en la mismísima calle de los hechos, a muy pocos metros de distancia entre sí. Quiere esto decir que, aparte de en las miles de bolsas que manejó por compras, el imputado depositó su huella en decenas de ellas conteniendo basura o productos desfasados, y que luego desalojaba de ambos lugares a contenedores, no sólo el día de autos sino también los días anteriores y posteriores. Se puede asegurar, sin error, que se trataba del joven del pueblo que más bolsas de todos los colores había manipulado esos días, por razón de su trabajo.
La mentira, sin embargo, no está en el hallazgo de la huella en la bolsa, sino en el contenido indemostrable que la Ertzantza declara en el juicio, ocho años más tarde, haber encontrado en ella, en la falaz historia que construyen. A nosotros y a nuestros abogados nos suscita justificadas sospechas una cadena de incongruencias que ponen en entredicho, una vez más, la versión policial.
Ni en los interrogatorios a que es sometido el encausado a pesar de que se le pregunta por esta acción, ni en la información exhaustiva que se da a los medios de comunicación tras las detenciones, ni en las primeras diligencias ante el juez, a pesar de que también se le pregunta por estos hechos, se menciona para nada el hallazgo de bolsa alguna conteniendo artefactos y huellas del detenido, circunstancia ésta que, cuando se da, acostumbra a ser lo primero que se airea con grandes titulares, en todas las detenciones. Raro, ¿no? Más tarde, cuando los jueces determinan libertad provisional para los inicialmente 19 imputados por estos hechos, a uno de ellos le imponen fianza por un indicio menos contundente que éste y a éste no. Rarísimo, ¿no? En ninguno de los juicios anteriores, muy similares a éste, se ha aportado huella dactilar alguna, porque las acciones se desarrollan siempre con guantes, según la policía. Resulta extraño que, esta vez, casualidad, se les olvidaran en casa.
La defensa, que se enteraba ahora del supuesto contenido, en sus conclusiones habló de dilaciones indebidas, de actas levantadas a destiempo, de entregas extemporáneas a la autoridad, de métodos subrepticios en referencia a la actuación policial, de caos judicial. Ni entro ni salgo. Mi reflexión va por otros derroteros. Yo me pregunto, ¿qué credibilidad merece una policía que, entre otras muchas patrañas menores, perjura sobre la forma de obtención de inculpaciones, se encuentra absueltos por coartadas serias a la gran mayoría de sus imputados, hace correr con muletas y que ha convertido en dioses, no a uno, sino a dos muchachos, por bilocación? Una bolsa con huella en poder de estos farsantes es una joya, da mucho juego a la imaginación y puede llenarse de virtuales artefactos o de heroína confiscada si de una acción por drogas se tratara o de geranios si de un asalto a una floristería. Incluso es fácil impregnarla con huellas de otros, conozco cien formas. Ellos saben por experiencia que sus solas declaraciones no cuelan, no están colando, y tienen que vestir el muñeco, que es lo que han hecho.
El propietario de la huella, lo habréis adivinado, es nuestro hijo. Hijo con el que, es el momento de decirlo, en la media noche de autos, a la misma hora de la acción, estábamos mi esposa y yo, sin que viéramos que portara ni capucha ni guantes ni petardos incendiarios. En las acciones de los seis juicios anteriores que sólo el azar nos ha hecho ganar, no sabríamos decir dónde se encontraba. Esa noche de fiestas, sin embargo, acorde con lo declarado en comisaría y ante el juez, estaba cubriendo el puesto de camarero en la txozna de Patakon y nosotros, como todos los días, a este lado de la barra, tomando la primera copa después de cenar, junto a otros clientes que han testificado en el juicio, a pesar de resultar damnificados en la acción. Así consta, me refiero a nuestra presencia, en la declaración que se realiza ante notario por parte del testigo. Nuestro testimonio, sin validez por parentesco ante los jueces, tiene la credibilidad, al contrario que el de ellos, de quien ha ido desgranando sólo la verdad, día tras día, desde la detención de su hijo.
El juicio ha quedado visto para sentencia. En ella, sabremos a quién creen los magistrados: a quienes han mentido siempre o a quienes siempre han dicho la verdad. Muchos opinan que sí, pero yo no creo que la ubicación de esta vista dos meses antes de las elecciones, o la presencia de una docena de cámaras de televisión, cuando en los anteriores con mucha más petición no hubo ninguna, o el cambio inesperado de magistrados a última hora, adjudicándonos a la misma ponente que ejerció en el 18/98 sean indicios de sentencia condenatoria. No. No me lo creo. De cualquier forma, una huella es sólo un indicio, dice la defensa, que debe ir acompañada de pruebas complementarias contundentes para su validez. Y aquí se da el caso contrario.
No puedo acabar sin referirme al Consejero de Interior, encaramado de nuevo al podio del ridículo y de la patraña. La última vez que le vi, arropaba a su predecesor en el cargo precisamente contra aquellos ante los que, el mismo día, nos había hecho ladinamente comparecer. Clavó sus colmillos en nuestras carnes hace ocho años y se resiste a soltar, a pesar de los golpes que recibe. No creo que prosperen sus ardides, pero, en todo caso, debe saber que le quedamos nosotros: un padre y una madre, que estábamos con nuestro hijo, la medianoche de autos.
2 Comments:
Entre este artículo y el anterior ha salido otro en Gara de Luis Beroiz con fecha 23-01-08 y titulado "¿Cuanto peor, mejor?". Me gustaría que lo publicárais porque están relacionados. Gracias!
Gracias por el apunte y disculpa por el despiste;, buscamos en su día en www.gara.net, pero se nos pasó.
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