Políticos y jueces ¿a la gresca?
Luis Beroiz. Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
Tres son los colectivos que, de un tiempo a esta parte, protagonizan y acaparan las maledicencias de tertulianos, prensa, red y los comentarios de tasca: por un lado, los políticos corruptos, fuente ésta inagotable pues todos los días aflora alguno nuevo, por otro los violentos, ejerzan su actividad en casa, en comisaría, en el metro, en prisión o en plena calle y, por último, llevándose la palma, el colectivo de jueces, sin que el orden signifique nada ni pretenda, no se me malinterprete, equipararlos, puesto que las actuaciones de estos últimos, por su vesania e impunidad, se me antojan las más envilecidas del trío.
Los togados, efectivamente, están hoy de moda. Y eso no es bueno, ya que, como ocurre con los del pito y el pinganillo, sólo lo hacen bien, si pasan desapercibidos. De lo contrario, cuando sus nombres, como sucede ahora, ensalivan tantas bocas, es a la justicia a la que se le está arreando una terrible coz en medio de sus partes. Así de claro. No me atrevo a aventurar en qué momento estos puñeteros resultan ser más dañinos: si cuando se exhiben con sus indocumentadas redadas o cuando se inhiben ante nuestras constantes denuncias de tortura. La prevaricación, esa actuación maliciosa típica de funcionario, es un delito execrable, merecedor de implacable persecución de oficio. Nosotros la venimos denunciando públicamente, dando incluso nombres, casi desde el primero de los muchos juicios que hemos padecido, pero, a día de hoy, no conocemos a ningún magistrado procesado por causa de sus arbitrariedades y desmanes. A ninguno.
En su descargo, no obstante, diremos que, si bien la judicatura se está convirtiendo en el arma de destrucción masiva más letal de los estados, sería injusto achacarles exclusivamente a ellos la responsabilidad de todas nuestras desgracias. Porque, por detrás, por delante y por encima del aparato judicial, pulula petulante el aparato político. No desvelamos secretos al afirmar que son estos últimos los que eligen, recusan, castigan o prodigan carantoñas a los magistrados y los que tejen las leyes que, más tarde, éstos bendecirán y aplicarán, sin ruborizarse.
Una casta, ésta, la política, que, sin superar la primaria ni aptitudes para matricularse en secundaria, lo primero que hacen en sus comparecencias públicas es auto doctorarse demócratas. Inmediatamente, como el buitre con su presa, clava sus garras en sus sillones de cuero y otea para impedir la arribada de nuevos intrusos al festín, dedicando, desde que lo ocupan, todos sus esfuerzos a garantizarse el mismo puesto o a trabajar por otro superior, en comicios venideros. No diré que sean ignorantes, pero sí que acostumbran a ser los menos inteligentes del grupo, si los examinamos despacio, uno a uno, no por lo que dicen, que es mucho, sino por lo que realmente hacen, que no es nada.
En su haber, eso sí, el mérito de haber convertido la práctica política en tamaño fangal que han logrado hacerla inaccesible amén de poco apetecible a postores, que los hay, éticamente mejor predispuestos, cerrándoles el paso. Comprobamos pasmados cómo se autodenominan populares sin serlo, socialistas sin ejercerlo y nacionalistas sin siquiera preocuparse en parecerlo. Esta cuadrilla de zascandiles convive cómoda albergando idénticos espurios objetivos, por más que, de cara a la galería, se crucen estudiados improperios, con la ayuda de sus medios y sirviéndose de perspicaces asesores, querido Zallo.
Me vas a perdonar el inciso, amigo Ramón, pero es que leyendo tu última entrega a un medio alavés, te veo, de nuevo, ubicado nítidamente en campaña electoral. Tras responsabilizar en tu escrito a todos, menos a quien te paga, del fracaso del proceso, arremetes contra quienes albergamos dudas razonables sobre la intencionalidad del viaje a Madrid de Juan José, aseverando impunemente que constituimos “el problema real” por causa de nuestras “feroces críticas” a su confusa propuesta. Era lo que nos faltaba. Te lo he dicho antes de ahora, Ramón. El lehendakari y su cohorte tienen que ir a Madrid a ocupar la celda de los chavales condenados a cadenas perpetuas por culpa exclusiva de sus torturas, en Arkaute. Tienen que ir a Donostia y a Madrid a ocupar las celdas de aquellos que se han visto privados de libertad por trabajar para que la paz regrese a este país por la vía del acuerdo y no por las vías represivas que, un día sí y otro también, están poniendo en práctica tus asesorados. A exculpar a esta gente, ya ves que prescindo del insulto, estás prestando tu cálamo, Ramón. De ahí que, si tus consejos no derivan en exigir que se nos haga justicia de una maldita vez, les estarás dibujando una ruta, aunque bien pagada o quizás por eso, equivocada. Una vez más.
Produce hilaridad esa pamema que están protagonizando estos días unos jueces, haciendo sentar en el banquillo a políticos por hablar con injustamente ilegalizados e injustamente encarcelados. ¡Mayor ridículo! Como si se tratara de un caprichoso boomerang, su propia contaminante normativa se les ha vuelto, aunque sólo sea figurada y momentáneamente, en contra. El desenlace es fácil de adivinar, por eso no hay apuestas. Como siempre, el aspecto trágico de esta farándula, hasta las elecciones, es la función de funámbulos sin red, que confieren a los que se empeñan en no estar de acuerdo con ellos.
Tampoco sería justo culpar exclusivamente a jueces, políticos y medios de tanta calamidad, infelicidad y desgracia. Hay otros protagonistas. En la retaguardia, detrás y por encima de todos ellos, están, estamos, todos aquellos que les eligen, que les elegimos. Es más. Entiendo que los electores son, somos, si cabe, más responsables que los electos. Tenemos lo que nos merecemos, y lo seguiremos teniendo, salvo que cambiemos. Aunque no lo parezca, ellos, como todo hijo de vecina, se sientan en el óvalo de baquelita, hacen, se limpian, tiran de la cadena y pasan la escobilla para eliminar los restos pegados a la cerámica. Son mediocres, ninguno pasa del aprobado, y no son distintos al resto. Para que se me entienda mejor: lo que la naturaleza no les ha dado, es imposible que se lo puedan prestar ni las urnas ni unas oposiciones ramplonas.
Son pocos, están solos, son malos, en el doble sentido de ineptos y dañinos, son aburridos, tres décadas con la misma monserga, condenando un año sí y otro también lo que ellos mismos provocan. Por supuesto que sólo me refiero a los que ennegrecen sus almas con sus arbitrariedades y sus uñas con el aumento sospechoso de su peculio en el ejercicio del cargo. “Y tú ¿bajo qué título te atreves a estos asertos?”-me diréis. Pues mira lo hago en mi condición de prevaricado, de torturado y de perjurado. Si os parece poco, me lo reprocháis. “¿Y cuál es la solución?”-insistiréis. Pues mira, yo tengo una, pero como con esta gente la libertad de expresión está también perseguida, me abstengo. De momento.
Fuente: Izaronews
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