Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
2007-01-26
Desde la ternura que me confiere la edad, demasiada, me dirijo a usted, señora, en su condición de manifestante primero, en su condición de mujer y en su condición de esposa del lehendakari tercero, por ese orden. Andaba yo ojeando en la lista de asistentes a la manifestación convocada por su marido por ver si encontraba a alguien de confianza al que dedicar estas líneas, cuando leo que usted, como Dios manda, había estado allí con sus dos hijas, atravesando la Gran Vía bilbaína detrás de la pancarta más polémica que se ha exhibido en este país de nuestros fervores. Un servidor, señora, fue uno más de entre las decenas de miles que no asistieron, porque su marido, que al fin y al cabo hacía de anfitrión, nos aconsejó que nos quedáramos en casa. No nos necesitaba.
Voy a obviar el impúdico ridículo del baile de lemas achacable, según dicen, a un histriónico Josu Jon y a un pánfilo Patxi López, por citar sólo a los dos que más celo exhibieron para que se produjera el cambio. Obviaré, a pesar de su engorde, la asistencia inferior a la presumible, ya que únicamente los estómagos agradecidos de los partidos convocantes suman diez veces más efectivos que los que allí desfilaron. Pasaré también por alto la pamema de intentar vendernos que era el pueblo llano, mayormente ausente, el que lideraba la marcha, portando la pancarta. Así como el rebote infantil de los mal llamados socialistas por causa de la alocución final de su marido. Ninguno de estos hechos me interesa. Y a usted seguro que tampoco.
Sí quisiera, y de eso hablaremos, desentrañar con su ayuda la finalidad de la convocatoria, su coherencia, su oportunidad. ¿Se percató usted, señora, de lo paradójico del eslogan? No me encaja postular paz y diálogo, mientras se denigra, rechaza y vilipendia a quienes, por constituir uno de los bandos, y no el más belicoso, forzosamente tienen que ser interlocutores necesarios para conseguir aquélla. Esta incongruencia es la que ustedes airearon a lo largo y ancho de la Gran Vía bilbaína. Se lo diré más claro: mientras sigamos alternativamente ocupando las calles, los unos obviando su violencia, la ofensiva, y los otros no olvidando la suya, la defensiva, éste seguirá siendo el país que nadie queremos, el país del dolor. Aprendamos de los inmigrantes, me refiero a los no manipulados, y de sus testimonios solidarios, tras el atentado de Barajas. Por cierto, ¿me podría confirmar usted si es cierto que la novia de uno de los fallecidos señaló la situación exacta de su novio, veinte minutos antes de la deflagración?
Yo no la conozco y ni siquiera sé su nombre. A pesar de lo cual, le agradezco que me permita seguir confidenciando con usted. ¿Sabe, señora, que durante el presunto proceso, su marido ha consentido que se pudran en aislamiento, privados cada día que pasa de un nuevo derecho, chavales cuyo único delito es haber pernoctado en sus calabozos de Arkaute? ¿Y, con los chavales, sus familiares y amigos? ¿Piensa que a los que ustedes llaman radicales les queda tiempo y ganas de condenar nada, estando como están siendo diariamente amenazados, juzgados y condenados sólo por abrir la boca, por decir, por expresarse? Unas veces por hablar y otras por callar, masacrados siempre, hagan lo que hagan. ¿Conoce, señora, la condena inhumana a De Juana Chaos -besarkada bat, Iñaki- por dos artículos tan angelicales los dos como los que a mí me vienen publicando? Estas violaciones, y más que no me caben -18/98, Segi- pero que usted conoce, han acaecido durante un proceso iniciado, que yo sepa, por una de las partes en conflicto y finiquitado -esperemos que momentáneamente- por la flagrante e interesada inhibición de la otra. ¿Se atrevería alguno de los que le acompañaron a usted en aquella manifestación, mirándome a la cara, a exigir mi condena de la organización armada? ¿Verdad que no? Pues, eso.
Sin tener que ir muy lejos, su marido está a punto de comparecer como imputado sólo por hablar, ¿existe o no existe?, con Batasuna. Creo y quiero que no le vaya a suceder nada, pero tampoco me fiaría demasiado. Josu Jon ha preparado una reacción que ha merecido la solicitud de amparo por parte de los jueces, por lo que supone de injerencia y acoso. ¡Cínicos! Me gustaría ir, pero, sólo por no ver a los que rodearán a su esposo, me quedaré de nuevo en casa. Otro día le contaré, señora, cómo jueces radicados aquí, también en pleno proceso, condenaron esta primavera a cuatro chavales a prisión, confesando en su sentencia que no les constaba que hubiesen participado en los hechos por los que se les acusaba. ¿Que no se lo cree? ¡Ingenua! ¡Sí, entre todos, nos quieren, nos queréis cercenar hasta la sonrisa! ¿Convocará Josu Jon una algarada de repulsa a favor de los condenados?
Me dirá usted, y con razón, que «Con estas cosas, a mi marido. A mí, ¿por qué?». Le contestaré que a Juan José le he dicho esto públicamente en repetidas ocasiones, sin ninguna reacción por su parte. Me gustó, lo reconozco, la reprimenda que, en Deusto, se echó a sí mismo, diciendo más o menos que no estaban dando la talla. Se refería a la casta política. ¿A qué esperan, pues, para dimitir, para irse a casa todos en bloque? Se lo agradeceríamos todos. Usted, la primera. Yo a su marido le achaco haber perdido el tiempo abriendo los Años Ignacianos, por ejemplo, en lugar de acudir a los funerales de los fallecidos por efecto de la dispersión; le achaco acudir a los desayunos de Deusto o a las bodas de oro de Kas en lugar de presidir las exequias por los muertos en sus inseguros puestos de trabajo; y haber perdido el tiempo inaugurando ampliaciones de Metro o gasoductos en lugar de asistir a los entierros de muertos por causa de enfermedades incurables adquiridas en las cárceles de exterminio o, mismamente, de suicidados por la injusticia de sus condenas y de las condiciones carcelarias.
Y ya que estamos de confidencias, yo que usted le advertiría del pago que el partido está dando a sus antecesores y valedores. Me refiero a Don Xabier, al del abrazo del oso, y a lo que está sucediéndole, tan pronto ha dejado la Ejecutiva, a mi enigmático burukide al que están fustigando cruelmente, recordándole su carácter dictatorial y su nepotismo. Y no es que no se lo merezcan pero es que, en este último caso, me están pisando una biografía que me estoy reservando para cuando todo esto finalice. El aparato del partido, como se ve, se muestra implacable.
Por último y aunque no soy quién para decir a nadie lo que tiene que hacer, me va a perdonar una última sugerencia: incorpórese a Ahotsak, señora. La solución para este país pasa por la firmeza de éste y otros colectivos similares que están surgiendo. La solución está en el pueblo, en la gente de a pie, en quienes no se nutren de la perpetuación del conflicto. El colectivo y usted se necesitan mutuamente. Hágame el favor de hacerme caso. Envíen desde allí a toda la casta política masculina al cuarto de los trastos. No han dado la talla. Lo ha dicho su marido, aunque todos lo sabíamos. No merecen por lo tanto más oportunidades, pues hay mucho en juego.
De mi parte, agradecerle sinceramente que me haya permitido estas líneas. He intentado ser respetuoso, porque es lo que se merece. Espero haberlo conseguido. Gracias por atenderme, señora presidenta.
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