18.7.05

Ibarretxe, lehendakari

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
04/07/2005


De nuevo lehendakari, Juan José. Ni se te ocurra pensar que por la gracia de dios ante el que te acabas de humillar, cabe el árbol emblema de nuestro pueblo. Dos votos, con una carga profunda de buena voluntad, van a vigilar que traduzcas a hechos tus palabras e intenciones. Dos votos incógnita que te acaban de emplazar a afrontar con valentía tus deberes, algo que llevas tiempo obviando, por mucho que te lo estemos recordando. Convendrás conmigo, Juan José, en que nos haces menos caso que el que prestaban los eunucos romanos a los desfiles de las vestales.

En la anterior legislatura, bajo tu mandato, mientras tú te entregabas a originales carantoñas o, quién sabe, apurabas tus últimas oraciones antes de acostarte, en los calabozos de Arkaute, unos chavales jóvenes, nuestros hijos, eran salvajemente torturados, obligados a posturas de placer, pataleados, trasladados de urgencia en repetidas ocasiones al hospital, vuelta a ser interrogados hasta la extenuación, humillados, sin un solo minuto de descanso, amenazados, vejados, obligados en definitiva a poner sí donde sólo cabía el no. Cada ronquido tuyo de aquellas noches contabilizaba para los chavales, y para nosotros sus familiares, un año más de imputación, un año más de prisión, un año menos de vida en libertad.

Mientras tú te partías la garganta elogiando el encomiable comportamiento de tus fuerzas policiales, éstas, en los calabozos de Arkaute, pugnaban por obtener el fruto más abyecto al que puede aspirar un ser humano, conseguir que un amigo, ¡en vuestro caso tres!, dijeran mentira demostrada, de consecuencias gravísimas para ellos y sus amigos más íntimos. ¿Te dijo algo tu dios, lehendakari, bajo el árbol de Gernika? ¿Te recordó que la bilocación que conseguisteis para nuestro hijo era de su exclusiva competencia? ¿No te dijo que, al tiempo que firmaban mentira para otros, los chavales estaban firmando mentira para ellos? ¿Te diste, al menos, cuenta del infinito desprecio de su mirada?.

El resultado de aquellas torturas, nunca olvides que efectuadas bajo tu mandato, lo conoces de sobra, a pesar de lo cual, vas a permitir que te lo recuerde. Sin olvidarnos de que son muchos más los condenados, hoy quiero particularizar en los tres que más están necesitando de nuestro apoyo, por ser aquellos con los que más se ensañaron tus empleados, los que más ácidamente siguen sufriendo las consecuencias de vuestro trato. De momento, pues todavía tienen pendientes otras causas, Jon Crespo ha sido ya condenado a 47 años, Ugaitz Pérez a 39 e Iker Lima a 22, sólo por firmar sí donde les prohibíais firmar no y todo ello sin que tus chicos hayan aportado la más mínima prueba, porque no las hay, salvo esa autoinculpación provocada. Dime, Juan José. ¿Qué diferencia encuentras entre esta historia y las que nos cuentan de nuestro caudillo y de los carniceros chilenos y argentinos? ¿Que aquellos mataban? ¿Quién te ha dicho que sea más llevadero pasar, siendo inocente, toda la vida encarcelado, aislado 20 o 22 horas todos los días, que morir? Lástima que no podamos preguntárselo a los cientos que optaron por esta última solución, en la soledad de sus celdas. Porque estamos hablando de cadenas perpetuas para chavales inocentes y para sus familias. Cadena perpetua en mazmorras de aniquilamiento ¡por no haber hecho nada! Sólo por haber sido obligados a conocer, un día, vuestras dependencias de Arkaute.

Me comentan que, en tu discurso de candidatura, sacaste pecho afirmando que, de dos años acá, gracias al protocolo, no se había producido ninguna denuncia de tortura. ¿Debo interpretar, en pura lógica, que, implícitamente, aceptas que hace tres, cuando acaecieron estos hechos, sí que era una práctica habitual, a la que dabas todo tu beneplácito? Un servidor lleva tiempo, lo sabes, quitando el polvo a todas vuestras tropelías, acusándoos de terroristas, de torturadores y de cipayos, negándoos la condición de nacionalistas, al menos vascos, pues afán de dinero y afán de país no pueden hacer migas, adjudicándoos los muertos por ser los que, con más interés y más veces, habéis puesto palos al carro de las soluciones. He llegado a suplicaros públicamente que os querellarais contra mí por falso testimonio, deseando incluso que ganarais la querella, porque quiero, todavía, creer que todo lo que narro no nos está ocurriendo a nosotros, que no ha sucedido en vuestros calabozos, que todo son patrañas de nuestros hijos, que se han ganado a pulso los casi cien años de petición que los fiscales han ido desgranando para cada uno de ellos. Me quiero aferrar al convencimiento de que no es real, sino virtual, lo que estamos padeciendo. Un silencio cobarde, aquiescente, cómplice, vergonzoso y vergonzante está siendo, por ahora, vuestra única respuesta. Tú sabes, sin embargo, que delitos de este calibre no caducan y que, tarde o temprano, todos los silencios se rompen pues corroen la entraña del que los guarda. Es la esperanza que he depositado en tu Departamento de Derechos Humanos y en el Ararteko, con los que me carteo.

Es en tu legislatura y bajo tu mandato cuando se han escrito estas páginas espeluznantes. Que un gobierno, precisamente el vuestro, detenga, torture y entregue a jóvenes inocentes e intente, tras ser cazados en renuncio, obstruir posteriormente a la justicia, me pareció noticia grande, una auténtica bomba informativa merecedora de titulares, de entradillas, de tertulias, de debates constructivos; me pareció noticia epatante por las posibilidades que ofrecía de esclarecimiento de lo que está sucediendo en Euskal Herria; noticia clave para determinar las causas reales de la perpetuación del conflicto y sus responsables. Aún hoy, releo periódicos de aquellos días y no encuentro otra más ejemplarizante. Nadie, sin embargo, y cuando digo nadie me refiero a todos, sin excepción, se ha dignado hacerse eco de ella. Nadie se ha atrevido porque puede abrasar, porque puede quemar. De momento, sólo de momento, vuestro poder de ocultación está siendo muy superior al mío de divulgación, sin que este último sea desdeñable. Yo no me voy a rendir, por más que las secuelas tanto físicas como síquicas sean de importancia. Cuantas más puertas me cerréis, más se me abren las del corazón. Recuperar la libertad, la verdad y la dignidad arrebatadas, sigue siendo mi principal, mi casi único objetivo.

Y, aunque la reelección que has hecho o te han hecho de ciertos consejeros, hoy cadáveres políticos, aparte de constituir una grosería, no augure nada bueno ni haya sido un buen primer paso, yo me empeño y quiero seguir creyendo en ti, Juan José. Me está costando mucho privarte de la presunción de bonhomía. Me cuesta creer que, bajo esa apariencia benedictina, escondas un corazón calculador y gélido. «Mas di una sola palabra y mi alma quedará sana», supongo que se sigue cantando en la misa de los domingos. Es lo que te vengo recomendando desde hace demasiado tiempo. Una sola palabra tuya y nuestros hijos quedarán libres. Bastaría que enviaras esta carta a los jueces, con tu visto bueno, para que nuestros hijos vuelvan a la casa de la que un día os los llevasteis y de la que nunca debieron salir. Confiésales la verdad. Tú diste inicio a nuestro dolor, a ti te corresponde ponerle término. Si no lo haces, si no nos los devuelves, vas a tener necesariamente que meterme a mí dentro, con ellos. Porque te voy a dar motivos. Te lo prometo, te lo juro, también, cabe el roble de Gernika.

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