7.3.05

Balza

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
2005-03-07

Encima de la pequeña pantalla de la sala de estar tenemos colocado, desde hace tres años, un jarroncito estilizado de cristal, obsequio de boda. De él, sin agua, emergen unas ramitas de hojas resecas, mitad ocres, mitad rojizas, arrancadas, muy adelantado el otoño, de los más adentros de Euskal Herria, de las profundidades de la selva de Irati. Están ahí colocadas para poder, cada vez que apareces en pantalla, elevar nuestros ojos hacia ellas, pues la visión de tu inexpresivo semblante nos retrotrae a calabozos infectos, sin que podamos evitarlo.

Yo, Javier, me esfuerzo por intentar entender las razones que te llevaron a hollar con tus mastines el frontón de nuestro pueblo, recinto sagrado para un buen aficionado; incluso las que te llevaron a esposar a nuestro hijo delante de sus alumnos, tras avisar a los malandrines de los medios para que eternizaran con sus vídeos momento tan memorable. Posiblemente tuviste inescrutables razones pedagógicas para hacerlo de esa forma tan didáctica. Por eso y porque somos de buena casa, podríamos, incluso, intentar olvidarlo y disculpar tu atrevimiento.

Estamos, así mismo, poniendo todo nuestro empeño en intentar entender por qué profanaste con tus embozados la intimidad de nuestro domicilio, aún huele a perro, y por qué te llevaste mi ordenador, con el trabajo de toda mi vida laboral en su vientre, y por qué no me lo devuelves de una santísima vez. Aún recuerdo a tu estirado jefecillo, amenazándonos, histérico, con no dejarnos despedir al chaval, darle un fugaz beso, si no me estaba quieto y me callaba. Por ser de buena casa, estoy dispuesto a disculparme por mi insolencia e impertinencia; para que veas, lo hago: acepta mis excusas.

Nosotros, Javier, con la venia de los chavales, podríamos, incluso, intentar llegar a entender, jamás comprender, las salvajes torturas a las que sometiste a todos ellos. Es muy duro lo que he dicho, pero tu ineptitud y la de los tuyos, a veces y sin quererlo, os lleva a utilizar métodos que os permitan lucir una mínima apariencia de eficacia. ¿Por qué no divertirse, por qué no sacar a pasear los peores instintos si, con forenses bisojos y jueces archivadores, la impunidad está garantizada? Seguimos siendo de buena casa y hasta podríamos intentar cubrir con un velo transparente todo lo acontecido, aquellas terribles noches, en las cercanías de la capital gasteiztarra.

Intentamos, también, llegar a entender las razones que te llevaron, tras las detenciones, a adornar tus labios con protocolos inexistentes y esa obsesión de tus corifeos, consejeros amigos y cargos digitales diversos, por defender y dar su palabra de honor en favor de los buenos modales de tus ejemplares policías autónomos. Imponderables exigencias del sueldo, suponemos. Y quisiéramos llegar a entender tu amarga queja, porque los medios estatales de comunicación no le estaban dando a aquella histórica operación la importancia y difusión que, a tu leal parecer, merecía. Así como llegar a entender que te vanagloriaras y así lo dijeras, cuando recibiste la felicitación, ni más ni menos que de la Audiencia Nacional, por tu buen hacer en el desempeño de tus funciones.

Más difícil nos está resultando intentar entender que entregarais a los chavales a la bestia, ya que eso automáticamente os convertía en cipayos. Una bestia a la que, aparentemente, estáis vilipendiando y contra la que, incluso, os estáis manifestando, 18/98, supongo que, como siempre, sólo por motivos electorales. Aunque bastarda, la entrega podría tener justificación: entre otras, los favores mutuos que os debéis, las felonías que os ocultáis y los acuerdos a los que diariamente llegáis, para escarnio de nuestro pueblo.

Lo que nos está resultando de todo punto imposible asimilar y callar, aquí quería llegar tras aburrido preámbulo, es tu cruel comportamiento tras ser cogido en un renuncio que está haciendo historia, tras darte cuenta, la verdad sea dicha que demasiado tarde para tratar de enmendarlo, de que nuestro hijo carecía del don de la ubicuidad. ¿Lo digo? Se me erizan los cabellos sólo al recordarlo. Pero, allá va para alimento de incrédulos. Que los sigue habiendo, aunque cada vez son menos. Lo digo.

Cuando el juez del caso, a requerimiento de nuestros abogados, te solicita que le remitas el atestado, vas tú y le llenas la mesa de mapas y papeles pero, mira por dónde, se te traspapelan en Arkaute los únicos importantes, los datos referidos al ocupante del coche siniestrado, que, mira también por dónde, era, casualidad, nuestro hijo. Cuando por segunda vez el juez insiste en que completéis el atestado, volvéis de nuevo a ocultarle la presencia de nuestro chaval en el lugar del accidente, se os vuelve involuntariamente a olvidar en los cajones. ¿Para qué querría el juez un dato tan intrascendente? Sólo cuando os lo pide por tercera vez no tienes más remedio que enviarlo. Esto, en leyes, creo que se llama obstrucción a la justicia pero de su denuncia ya se están encargando nuestros abogados. Lo que yo quiero resaltar ahora, al contarlo, es el grado de perfidia que hay que almacenar para que, cogido en mentira y sabedor de la inocencia del chaval, hayas insistido, insistido e insistido para que nuestro hijo, y con él toda su familia, cargáramos con los veintidós años inicialmente previstos de condena por una acción que no han cometido, pero que deseas fervientemente la hubieran cometido nuestros chavales. Este proceder, convendrás conmigo, es gravísimo, Javier.

No es misión mía pedir tu dimisión ni tu enjuiciamiento. Esa es función del fiscal general que debiera estar, ya, actuando de oficio, solicitando vuestra encarcelación preventiva, la de los torturadores, la del forense y la de los jueces y fiscales intervinientes en esta farsa. Las uvas están verdes, sin embargo. Ni siquiera los medios a vosotros afectos, a excepción de uno, se están haciendo eco de esta denuncia, aunque ética y moralmente estén obligados por haber ensuciado, en su día, nuestros nombres. Parece preferible ocupar portadas e informativos con el lehendakari colocándole cuatro patas al culo de una silla. Les he dado una oportunidad de oro para que demuestren que no están subidos al carro de los que piden a gritos que nuestros hijos se pudran en sus celdas, pero en vano.

Si quieres, Javier, de tus labios depende que nuestros hijos, todos, mañana mismo, estén en casa. Sólo tienes que reconocer que los torturaste. Dadas las evidencias, te lo iban a creer todos, hasta los más escépticos. Si quieres, podemos ayudarte pues reconoceríamos entre millones a los torturadores, al malo de la pulsera y al bueno de la postal de felicitación navideña. Léeles, Javier, esta carta a tu esposa y a tu hija, a tus más allegados, a tu madre si te vive. ¿Te atreves a decirles que las peticiones fiscales de tus imputaciones ascienden a más de noventa años, para cada uno, por no haber hecho nada? Diles, también, que no eres el único responsable ni, mucho menos, el más importante. Estoy poniendo el sello a otras misivas dirigidas a quienes te eligieron como herramienta útil. Tengo constancias, en plural, de que este testimonio está produciendo conmoción en el seno de tu partido con posicionamientos contrapuestos. Llegará un día en que ya no les servirás, te dejarán solo y te mostrarán su desprecio. Ejemplos recientes tienes varios a tu alrededor. De sabios, y tú has quitado también el polvo en los escaños de Deusto, es rectificar. Estás a tiempo de reivindicarte, de aclarar tu conciencia y la de los tuyos. Cuéntanos con detalle las terroríficas noches de Arkaute. Tus dos empleados, firmantes del atestado, confesaron en la Audiencia sólo la verdad y toda la verdad. Fue edificante. Haz tú lo mismo.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Saludos desde bruselas, y animo en la digna pelea que llevais a cabo. Benedetti escribio una vez "Ningun torturador se redime suicidandose. Pero algo es algo"

20 de julio de 2007, 13:39  

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