15.11.04

A Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo

Luis Beroiz - Licenciado en CC. Económicas y Derecho
2004-11-15


Si nefasta, por injusta e irresponsable, fue, ya, vuestra primera sentencia, todavía han sido peores, si cabe, las otras dos que acabáis de emitir detrás de aquella. No es que esperáramos cambios sustanciales en estas últimas respecto a la anterior, ya que seguís siendo los mismos, pero escuchar de expertos abogados decir que, en su larga vida procesal, jamás habían contemplado dictámenes más soezmente construidos, nos llena de indignación. No resulta fácil cobijar esperanzas sabiendo como sabemos que, desde el mismo momento en que se acepta la pertenencia a esos tribunales especiales que constituyen la Audiencia Nacional, la dignidad queda depositada en la taza y sólo basta con tirar suave de la cadena para que salga corriendo, desapareciendo cloacas abajo; sabiendo como sabemos que decir sí, como lo habéis hecho, a integrar estos tribunales especiales equivale a decir no, como lo habéis demostrado, a cualquier atisbo de justicia. Lo sabíamos, lo hemos experimentado y queremos, por necesario, que lo sepa cuanta más gente mejor.

No se trata de culpar a la judicatura, a la fiscalía o a los partidos o sistemas políticos. Como organismos, son entes amorfos, anónimos; y como tales, resultaría iluso enjuiciarlos y vano acusarles de algo. Nosotros, en nuestras constructivas misivas, siempre nos referiremos a determinados jueces, a fiscales determinados y a determinados políticos. Porque si los encausados todos tienen nombre, los que les detienen, torturan, acusan falsamente y condenan injustamente, también lo tienen; el mío, sin ir más lejos, yace ahí arriba. Así es mejor entendernos. Por eso, Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo considerad, además de una necesidad, un honor encabezar este escrito, jamás una injuria.

Tengo delante vuestras tres sentencias, las tres condenatorias. A su lado, las sentencias de los otros dos tribunales que han intervenido, ambas absolutorias. En ninguna de las cinco se aportan pruebas objetivas de los autores. Este hecho, a Angela, Raimunda y Eustasio en un caso, y a Manuela, Antonio y Javier en el otro, les obliga a no conferir veracidad a las inculpaciones, según dicen textualmente, y, en consecuencia, absuelven. Vosotros, en cambio, Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo, a pesar de confesar, también textualmente, que carecéis de pruebas, nos habéis condenado a prescindir de nuestros hijos durante, ni más ni menos que treinta y un años y medio, y eso de momento, porque nos queda otro juicio en el que ya se han pedido veintidós años de propina. Entenderéis que nos resulte de todo punto imposible asimilar cómo si dos tribunales ven leche en una botella llena de leche, otro tribunal, vosotros, os empeñéis en ver vino, y esto por tres veces, sin que, hasta ahora, hayamos oído cantar al gallo.

Pero es que hay más, Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo. Desnudos como estabais de pruebas, os habéis visto abocados a aceptar argumentos tan paranoicos como irrisorios. Así, unas veces, para condenar a todos, aducís en la sentencia que los chavales «configuraban grupo» y, claro, en la acción no podía faltar ninguno del equipo, siendo así que, en otras acciones, ni figuran todos ni se condena a todos ni estaban todos, como rezan algunas coartadas que no habéis tenido más remedio que tener en cuenta. Otras veces, coherentes con vuestra consigna, rechazáis los relatos espeluznantes de tortura, apelando, como razón concluyente, a que no han existido resoluciones judiciales que las confirmen, siendo como sois sabedores de que, en el preciso instante en que se denuncian, vuestros colegas las ningunean y las archivan, a pesar de estar demostrado que se trata de una práctica habitual en los sótanos de la Ertzaintza. En estas dos últimas sentencias, también a falta de pruebas objetivas, habéis traído a colación, con ánimo de justificar y apuntalar una condena previamente decidida, acciones, ekintzas que nada tenían que ver con el hecho que se estaba juzgando, conscientes, porque así os lo recordó nuestro abogado, de que estaban sobreseídas, archivadas y, algunas, incluso caducadas; a pesar de ello, las habéis utilizado porque servían para dorar el dictamen. Y, aún, hay más. En la primera de vuestras resoluciones, cogidos en renuncio por la coartada fidedigna de uno de los imputados que, de ser aceptada, echaba por tierra toda aquella inmensa farsa, habéis tenido la osadía de rechazarla, apoyándoos en dos genialidades: en la primera diciendo textualmente que el transcurso del tiempo hacía difícil creer que los testigos pudieran recordar con exactitud lo que pasó aquel día de autos, siendo así que, a renglón seguido, admitís otros recordatorios, en la misma fecha, incluso menos relevantes, de otros testigos, y, en la segunda genialidad, aseverando, también textualmente, que el testigo se equivoca en el día porque manifiesta que el 17 de julio de 1998 era viernes, siendo así que, ay ama, era jueves. Y no señor, ese día era viernes como dijo el testigo y no jueves como decís vosotros en la sentencia para rechazar su testimonio y tener así manos libres para la condena preconcebida. No os ha importado calzaros el calendario ¡qué vergüenza!, con tal de calzaros la coartada.


Vuestras sentencias, Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo, dan más juego, pero no merecen comerse todo el espacio. Basta ser mediano de talento para comprobar todo el esfuerzo que habéis desplegado, conscientes de que mentíais, para intentar dejarnos de por vida sin gozar de nuestros hijos. Y a ellos sin el gozo de sus progenitores. Con estas sentencias terroríficas, aterradoras, habéis intentado impregnar de espanto nuestras vidas, aterrorizarnos a perpetuidad. Entenderéis, por ello, que nos rebelemos y que hagamos todo lo que esté en nuestras manos para evitar que vuestros dictámenes se cumplan.

Tenemos la intención, cuando finalicen todas las comparecencias, de hacerlas circular por Universidades, Colegios de Jueces y de Abogados, por asociaciones y organismos múltiples, al tratarse de ejemplares únicos e irrepetibles. No sabemos lo que pensará el Tribunal Supremo, al que hemos recurrido, cuando las vea. O el Tribunal Constitucional, si hay que llegar hasta allí. O Estrasburgo, si fuere necesario. Y, si, a pesar de todo, nada sale como pensamos y persiste la ceguera, no tendremos más remedio que aplicar nuestra propia justicia. Podéis tomarlo como palo al aire, como jaculatoria o, incluso, como amenaza. Nos da lo mismo. Vamos a pelear duro para que esta señora no sea, como está siendo, la gran ramera y no vamos a parar hasta conseguirlo. El empeño que estáis mostrando por meter en la cárcel a nuestros hijos, a pesar de saberlos inocentes, y, al mismo tiempo, la facilidad con que se abren las cancelas a criminales abyectos, a pesar de saberlos culpables, requieren una respuesta contundente. ¡Mira que si encima desvela Vera su amenaza y aparecen fiscales y magistrados en su nómina!...

Todos los problemas tienen su solución. Todavía, estáis a tiempo Rosa, Jorge, Fernando y José Ricardo. Rectificad humildemente el signo de vuestras sentencias, decid que todo ha sido un error, una mala interpretación, confesad que os habéis equivocado y que no volverá a ocurrir. Si tenéis hijos, si tenéis padres, volveréis a recobrar su credibilidad. ¡Son tan flagrantes vuestras contradicciones! Todos estamos a tiempo. Vosotros de pedir perdón y nosotros de perdonar. Más costoso lo segundo que lo primero. Y los chavales, de una vez por todas, a casa, de donde nunca jamás debieron salir.

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