13.11.04

Ertzaintza, policía autónoma

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
07/05/04

Ahora sé qué buscabais con tanto ahínco el día que hollasteis, durante varias horas, nuestro domicilio en donde, por cierto, aún perdura el olor a cobarde en habitaciones y pasillos. Olor a embozado, a pistolas, olor a vago. Ese fétido olor a falso aún sigue incrustado como una caparra en las paredes de nuestra casa. Ahora sé que buscabais lo que, malditos embusteros, era de todo punto imposible encontrar.

Vengo de asistir a los cuatro primeros juicios de los muchos que nos habéis cocinado y no salgo de mi asombro al comprobar que en ninguno habéis sido capaces de aportar la más mínima prueba. Entre 1996 y 2002, los periódicos llevaban contabilizadas alrededor de sesenta ekintzas en esta zona, sin que nadie tuviese idea de su autoría. Esto, en la vida civil, os habría supuesto suspensión de empleo y sueldo y hasta del palo del gallinero. Como se os paga por prevenir, detectar y sorprender, Madrid trinaba y tronaba porque no acababais de conjugar ninguno de esos tres sencillos verbos. La solución es fácil, os dijisteis. Conocíais de corrida a los jóvenes que más abiertamente defendían a su pueblo, los más comprometidos, y tirasteis de fichero. Los detuvisteis con una orden, prorrogasteis su incomunicación con otra y los torturasteis sin ninguna, pues semejante práctica es congénita de vuestra profesión. Lograsteis las inculpaciones deseadas y procedisteis a su entrega. Que otras tantas familias quedáramos sumidas en el más atroz de los sufrimientos os la traía al pairo.

Pensándolo irracionalmente, yo podría, mirad lo que os digo, llegar a entender las detenciones, simplemente por el odio que sentís hacia estos chavales que, por su ejemplaridad y coherencia con su cuna, os causan incesantes retortijones estomacales. Podría también entender la incomunicación pues, sin ella, vuestros interrogatorios serían menos efectivos que apalear el río para calentar el agua. Incluso puedo entender la tortura pues, sin su práctica, vuestro nivel de estupidez os hace incapaces de obtener ni la más inocente de las informaciones. Lo que ya no me entra en la cabeza es que vosotros y vuestros jefes, el tripartito, transmutándose en gobierno cipayo, proceda a su entrega a un Estado, el español, de cuya falta de democracia y sobra de fascismo hablan y nunca callan. Ni que, en vuestras comparecencias a los juicios, sigáis avivando el fuego todavía con más leña, enviando etólogos cuando lo que os piden es pruebas, alargando la altura y anchura de las llamas, subrayando peligros ficticios para la vida de las personas, mintiendo, en definitiva, sin que el rubor aflore a vuestros rostros ni el magistrado os condene por perjuros.

En aquellas largas noches de insomnio en Arkaute, de las 60 presuntas acciones de lucha callejera, lograsteis autoinculpaciones e inculpaciones para 20 de ellas. Suficientes, a pesar de vuestro intento para que se las comieran todas. Los jueces, más tarde, en diligencias previas, archivarían la mayoría de ellas, al comprobar que no podían sostenerse, que no tenían pies ni cabeza y, ahora, nos estamos enfrentando a las restantes. Los chavales están en su sitio, contestando tanto a las preguntas del fiscal como a las de los abogados, con la firmeza y seguridad que les da saberse en poder de la verdad, saberse inocentes. Vosotros, en cambio, los 39 que habéis desfilado hasta ahora, tras contestar con cierta holgura a las preguntas del fiscal, os habéis deslizado por la pendiente de la contradicción cuantas veces erais interrogados por la defensa, siendo continuas las ocasiones en que habéis provocado la hilaridad y la carcajada entre el público familiar y estudiantil allí presente.

Voy a pasar por alto vuestros errores en fechas, números de identificación, número de tiros al aire, la dirección de las cámaras de seguridad, vuestro don para la ubicuidad, el número de minutos que costó apagar un incendio, para uno de tres a cinco, para otro veinte y para el más friolero de media a una hora. Cuantos más agentes pasabais por la alcachofa más difícil se lo poníais al fiscal, más fácil a la defensa. ¡Tan mal lo estáis haciendo que algunos, ingenuos, han llegado a insinuar que podríais estar arrepintiéndoos de vuestra felonía! Pasaré también por alto el lenguaje policial de las declaraciones, incomprensible en los imputados, lo que demuestra que firmaban lo que les presentabais, y no, como decís, que escribíais lo que ellos, libre y espontáneamente, iban declarando. Tampoco mencionaré vuestra escasa, por no decir nula, preparación y formación en temas sobre los que osabais emitir informes fundamentales.

Me detendré, como botón de muestra de toda esta pantomima, únicamente en la esperpéntica historia del zulo. Claro, tantas decenas de artefactos explosivos necesitaban de un zulo donde guardarlos. Y presentasteis ante el juez un croquis y unas fotos. Nuestro abogado, lógicamente, quiso saber quién de los once que ese día pasasteis por el estrado fue el que encontró el dichoso bidón pero no había sido ninguno de los once. Todos lo habían visto pero todos habían sido conducidos hasta el lugar por otros compañeros. El abogado, y nosotros con él, nos quedamos, al no tener a quién preguntar, sin saber cómo carajo se puede dar «con un bidón enterrado, tapado, cubierto de maleza, tierra y piñas, de noche, 200 metros pinar adentro» según rezan las diligencias y «sin el acompañamiento de ninguno de los imputados». Milagroso.

Por eso, de un tiempo a esta parte, nos ronda el presentimiento de que algunas de las ekintzas, si no todas, pudieran muy bien tener como autores no a los acusados sino a sus acusadores. El móvil bien podríamos encontrarlo en la necesidad de imputar a estos jóvenes algo que no han cometido para domeñarlos. No sería la primera vez. De lo contrario ¿cómo se explica tanta ineptitud, tanta contradicción, tanta inoperancia durante tanto tiempo? ¿Cómo se explica que no haya ni una sola prueba de cargo y las únicas que aparecen sean las nuestras de descargo? La perversión hitleriana de la prueba hace que empiecen a aflorar coartadas irrefutables que pueden dar al traste con vuestro castillo de naipes. Esto no ha hecho más que empezar.

Otro tema inquietante es vuestro continuo ocultamiento. A nuestra casa vinisteis embozados, en los juicios habéis solicitado declarar ocultos tras persiana, algunos hasta os colocáis pelucas, gafas, bigote y barbilla postizos. ¿Por qué, si luego nos vemos en la cafetería? Sólo tengo una respuesta. Igual que los fusileros en el cuadro de Goya, no habríais podido soportar la mirada limpia y generosa de los que se sientan por vuestro capricho en el banquillo. La mirada de nuestros hijos.

Lo tengo dicho antes de ahora. Preferimos a los chavales entre los acusados que entre los acusadores. Nos sería imposible conciliar el sueño pensando que podrían, por su trabajo, estar torturando, u obligando a un amigo a delatar con falsedad a otro, o viviendo de un arma, o alimentando a los suyos con el sueldo de la ignominia. Habéis hecho, el que no deba que no se sienta aludido, todo lo posible para que nos cuelguen en estos momentos más de cien años a cada uno, pues ésa es la petición y lo sabíais. Los juicios han quedado listos para sentencia. Como Carod con Aznar, no vamos a parar hasta sentaros en el banquillo. Balza, te quiero. También a ti, burukide. Y a los demás. Hasta pronto.

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