13.11.04

Ahora, tranquilidad

Luis Beroiz - Padre de un preso político vasco
07/02/2004

Qué olor a rancio ha tenido que quedar en los asientos que, tras tantos lustros, acabáis de abandonar los pesos más pesados del aparato del partido. Los dos sois iguales. A pesar de vuestras aparentes divergencias, los dos tenéis en común el haber renegado de algo muy bello que, se supone, habíais abrazado con fervor en vuestros años adolescentes. Tú, burukide, renegaste pronto de la mar, esa dama que tienta a los hombres y los atrapa con la variedad de trajes que los rayos de sol le tejen. La abandonaste y clavaste tus uñas en tierra firme. El jefe, por su parte, fue ungido para el sagrado ministerio pero, al igual que tú, se olvidó pronto de la unción, y al renegar de ella, pudo desatarse el cíngulo que, entre otras lindezas, le exigía castidad y pobreza, y, de esa forma, recuperar, en un plis-plas, todo el tiempo hasta entonces perdido. Tras abandonar sus ovejas, clavó sus dientes en el pesebre político. Dos carreras, vocacionales donde las haya, truncadas por el ansia de poder. Y no es que sea malo renegar. A veces, puede hasta ser un acierto. Pasa que quien reniega de algo noble para abrazar algo, digamos, más servil, es menos de fiar. De ahí que surjan violentos sólo de un lado, víctimas sólo de una acera, y adhesiones que reniegan de su gente y de su patria. Hasta yo mismo hubiese pedido un descanso merecido para vosotros, si todo vuestro denodado esfuerzo no hubiese estado dirigido a alcanzar y preservar ese status, a utilizarlo en beneficio de vuestras empresas, a nepotizar con familiares y amigos y, por ende, a consolidar, aunque sólo sea de rebote, vuestra hacienda particular. Durante años, demasiados, habéis sido, y en esto tampoco sois excepción, la cúpula deshonesta de una formación mayoritariamente honesta. Habéis pertenecido a la clase humana más denostada, repudiada y peor calificada de cuantas existen, la clase política. Y lo habéis hecho con nota. Cuando, de jovencitos, accedisteis a la poltrona, este pueblo os confirió un mandato muy claro. Ahora que, ya maduros, os toca abandonarla, vuestro legado es un país más deteriorado que el que os entregamos, un país mucho más dolorido por sus más de 700 familias con sus hijos aislados y dispersos por vuestra culpa. Nos devolvéis, al iros, un país asqueado por haber frustrado, una a una, todas las oportunidades que se os ofrecían para recuperar su identidad. Para colmo, dejáis, tras vuestro paso, un partido experto en maquinaciones. ¿Qué tiene de extraño el lamentable estado en que dejáis la casa de todos, si ni siquiera habéis sabido gobernar la propia con un mínimo de dignidad?
Os vi en el camposanto de Sukarrieta junto a la tumba del gran Sabino. También, en los jardines de Albia, bajo su estatua, el día que la inaugurasteis. No sé las confidencias que le haríais al desdichado, pero me figuro lo que el pobre hombre os hubiera dicho, de haber podido hacerlo. Juntos estabais, también, ante los juzgados ¡cantando el "Eusko gudariak"! ¡La madre que me trajo, la señora Circun! Nunca antes este hermoso canto había sido objeto de tanta desvergüenza. Porque, vamos a ver. Con soldados que abren de noche el portalón para que el enemigo entre como a su casa, con soldados cuya única fijación es el reparto del botín, ¿a dónde vamos con soldados que hacen entrega al invasor de sus mejores gudaris? El que enarbolaba el paraguas, burukide, acaba de decirle a un periodista que se interesaba por su futuro inmediato: «Ahora, tranquilidad».
Y me entra la duda. Porque no sé si esa que consideráis merecida lasaitasuna se debe a vuestra conciencia limpia como un copo de nieve, que no, o a que pensáis que vuestra misión ­detener, torturar, entregar y dispersar­ la habéis cumplido a satisfacción y que, por ello, sois merecedores del descanso reconocido a los guerreros. Tiene gracia. De su mansión a nuestros pisos, andando la cuesta del cementerio, nos separan escasamente mil metros. Más corto, de su balcón hasta alcanzar el nuestro, un gorrión tendría que volar no más de quinientos. Por eso me hace gracia que sueñe con vivir tranquilo allá arriba, tan cerca, mientras aquí abajo un montón de familias sufrimos, por vuestra culpa ­nunca olvidéis que vosotros os los llevasteis­, la ausencia injustificada de nuestros hijos. No, querido burukide. No os vamos a dejar tranquilos, como mínimo, hasta que nos los devolváis a todos.
No sé si, convertido en hombre sandwich, merodearé los días festivos vuestras elegantes moradas o irrumpiré con pancarta en vuestras misas dominicales o disfrazado de juglar os cantaré arias debajo del balcón. Tampoco sé si diariamente hurtaré flores del cementerio y las depositaré en la verja de vuestro bunker o, disfrazado de sacamantecas, asustaré en carnavales a vuestros tallos más tiernos o, imitando al lobo, quizás ulule durante las noches, cuando oscurezca. Ni sé si os seguiré citando y recordando en mis escritos o daré inicio a vuestras biografías hasta convertirlas en best-seller, pero tranquilos, lo que se dice tranquilos, no tengo ninguna intención de dejaros.
Joseba, no te he metido en el saco de los dos de arriba porque eres diez veces mejor persona que ellos. Hace poco te escribí una carta que no has contestado. Tampoco contestaste la que te escribieron un grupo de madres de presos políticos hace unos meses. No lo hagas. No son cartas de esperar respuesta, sino cambios de conducta. Tampoco esperes a conocer las sentencias tras los juicios, pues sabes de sobra, ya desde el día de la entrega, la que nos puede caer. Cometerías un grave error. Vi con pena que entrabas, la verdad que sin fortuna, a un cruce de cartas con una buena gente que educadamente te ponía en tu sitio. Yo ya sé que no fuiste al frontón a detener a mi hijo, ni te dejaste ver en los calabozos, ni le condujiste, autopista abajo, hasta la bestia. Ni al mismísimo caudillo se le ocurrían semejantes labores. Pero la pertenencia a la cúpula te responsabiliza. Llegas a enorgullecerte de haber propiciado reinserciones. Allá tú. A mi chaval ni lo intentes. Si quiere salir de allí, no tiene más que delatar, aunque sea imputando falsedades, a todos los amigos que le han quedado en la calle, incluido su padre. Así lo regula la nueva ley. Tampoco te hacen ningún favor valedores ignorantes ­y no lo digo en el sentido de tontos sino en el de no saber por dónde les da el aire­ como los Lander de Baracaldo. Perteneces a un partido, Joseba, donde conservo familiares y amigos fuertes. Yo de política, cero. Pero creo que sois la formación que, en estos momentos, tiene la llave de la paz, la llave de las celdas. Lo insinuaba mi chaval en una preciosa carta que, por su interés, hicimos pública, hace unos días: entrelazad vuestras manos los que, de verdad, lucháis por este pueblo que se nos desmorona. Los que no lo hagan, que se vayan con los de la rosa. Sinceramente, Joseba, si queréis, sois reinsertables.
Alguien escribía el otro día, hablando de nosotros los familiares, y con esto acabo, que le admiraba comprobar la serenidad, la educación e incluso la ternura con que estábamos encajando tantas injusticias y tan seguidas. Somos así, e burukide. Generosos de cuna. Y nada, ni el más ruin de los dictadores, nos hará cambiar.

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