13.11.04

Verano cálido, otoño tórrido

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
22/10/03

Pasó el verano, el más caluroso dicen, y ya hemos consumido el primer tercio del otoño. No sé dónde pasaste, burukide, aquellos tórridos días de agosto. A un servidor, y gracias a la programación que, entre todos, habéis hecho este año de nuestras vacaciones, le atraparon en la estepa castellana, en esos eriales resecos que hay entre Aranjuez y Toledo, alcurnia y prosapia. Aquello no era calor, era fuego sin humo. Aquella brisa nocturna y sureña asfixiaba hasta el pensamiento. Pero había que estar allí, pues cerca, entre rejas, teníamos a los mejores y había que estar con ellos. Siempre estaremos con ellos. Nuestro hijo, para más inri, con el añadido de no poder desprenderse del collarín, tras el mortal accidente. ¿Te lo figu- ras? Imposible cerrar ojo. Ni siquiera el ardiente cemento del suelo les servía de alivio. Y ahora que veo que te interesas por él, te diré que nada sabemos de posibles secuelas porque se está negando a ser conducido al hospital para reconocimiento. Y se está negando porque el traslado le obligan a hacerlo suelto en el furgón, a merced de los vaivenes, y en las mismas condiciones de manos esposadas atrás. Y no le da la gana. El se lo pierde, me dirás. Eso le digo yo, pero, ya sabes, un preso político está siempre dispuesto a perderlo todo salvo, eso jamás, la dignidad.
De vuelta a casa, dos temas, vitales ambos, minimizan al resto y acaparan la atención mediática. Uno, vuestra renovación de cargos, y el otro, vuestro enésimo plan o pacto. Casi nada. Y en las candidaturas para la renovación, ¡oh, cielos!, leo tu nombre, burukide, en alguna de las quinielas. Como lo oyes. Supongo, claro, que se trata de un mal chiste ¿no es eso? Vale, me dejas tranquilo. Algo más creíble me parece la tentación que pueda tener el jefe de repetir mandato, sobre todo si nota que por debajo le puedan estar segando la hierba, a él o a su pupilo. Que nadie olvide que sobre su frente y sobre la de Wojtyla se posó un día la paloma santa y, al parecer, debió insuflar en ambos semillas de eternidad, de perpetuidad en sus cargos. No sé si te sigue invitando al búnker, pero te puedo decir, y hoy se lo he dicho a mi hijo, que ya asoman debajo de Andra Mari, robando espacio a los pinos, las flamantes moradas que construye para los suyos y para otros, en la ladera del Ganguren. Desde que vino, no ha hecho otra cosa que acumular argamasa en este precioso monte. Y mi chaval sin poder verlo desde el balcón de su habitación. ¿Me podrías explicar, burukide, la razón de esa pertinacia en manteneros, siendo así que, bajo vuestro mandato, habéis llevado a este pueblo a la mayor cota de degradación y desesperanza jamás antes conocida? ¿Es que no hay ni un sólo nacionalista en vuestras filas capaz de enderezar y liderar un necesario y radical cambio de rumbo? Porque lo de Josu Jon como candidato ¿qué es?, ¿va en serio o jugáis al despiste?, ¿se trata de otro mal chiste o de una especie de premio por parte del lehendakari ­¡qué poder el suyo!­ para agradecer su vasallaje? Por la cuenta que nos tiene, no por otra cosa, seguiré con atención el proceso sucesorio.
Y, luego, el Plan, ese plan. ¡Qué golferío el que se juntó hace unos días en el hemiciclo para repetirnos lo mismo que nos venís transmitiendo desde hace ya bastantes décadas, demasiadas! ¿Lo viste? Se pusieron todos de acuerdo en el día, metieron en el maletín su caradura y su estulticia, y, cada uno en su papel, se juntaron a interpretar su teatro, a dedicarse los unos a los otros grititos electorales previamente consensuados, haciéndonos ver algo así como si se estuvieran realmente peleando, pelea a muerte, burukide. ¡Qué golferío para mostrarnos, en definitiva, la esterilidad de sus talentos y la sevicia de sus corazones, el vacío de sus voluntades! Todos sin excepción. Mientras los veía bracear, me preguntaba: ¿Qué se puede esperar de un lehendakari o de unos partidos bajo cuyo mandato se detiene, se tortura y se imputan acciones a sabiendas de que no han sido cometidas por los imputados? ¿Qué podemos esperar de un lehendakari tan contradictorio que dice necesitar ausencia de violencia para el desarrollo de sus planes? ¿No se da cuenta, acaso, de que, para que esa condición se cumpla, sería necesario encarcelar a todo el Parlamento, a él, por supuesto, incluido? Iluso. ¿Acuerdo de convivencia o prorrogar el acuerdo de connivencia? El hemiciclo es un circo. Basta ya de piruetas y de saltos veniales a la lona y poneros a trabajar, golfos, que para eso se os paga. No para que engordéis y engordéis a costa del erario. Menos planes y más hechos. Más vergüenza y menos propuestas, aunque suenen bonito. Menos leyes y más justas. Más derechos humanos y menos cárceles Guantánamo. El problema sois vosotros, no por lo que decís sino por lo que hacéis y no hacéis. ¡A quién se le ocurre! Olvidar a las víctimas de vuestro terrorismo, entre las que me incluyo, y seguir escarbando en su dolor es el camino más errado, inhumano y estúpido que habéis podido elegir.
Porque no os cansáis de meter vuestro dedo en nuestra llaga. Es como una obsesión. No me parece ni bien ni mal que, este sábado, estuvierais en Donostia, tras las últimas detenciones. Todo lo contrario. Lo que no logro asimilar, aunque lo intento, son vuestras sangrantes declaraciones antes de la marcha, en la marcha y tras la marcha. No os cabe en la cabeza que los hayan detenido de noche, que los hayan incomunicado, que no se presuma su inocencia y prometes solemnemente, señor Azkarraga, actuar enérgicamente si alguno de ellos llegara a denunciar torturas. La carcajada que se oyó en los calabozos de Arkaute al escucharte todavía resuena en la llanada alavesa. Hasta las olas de la Concha comenzaron a llorar lágrimas blancas. El mismísimo Urkullu, otro futurible, supongo que para que el relator Theo van Boven se enterara, proclama, habilidoso, que la Ertzaintza no tortura porque todas las denuncias contra ella han sido archivadas. Genial y clarividente deducción, sí señor, si no conociéramos el perfil de los archivadores. Y digo yo, burukide. Si esto es así, ¿por qué no lleváis a los tribunales a todos los denunciantes, a mí incluido, que llevo ya once meses acusándoos de haber infligido tortura a mi hijo y a los amigos de mi hijo?, ¿por qué tanto empeño en salir intermitentemente a la palestra a contarnos la misma milonga de que toda esa podre allí sí, en España, pero aquí, en Euskal Herria, no?, ¿tan necesitados estáis de que os crean? Patrañas como ésa, no obstante, suelen deshacerse como el hielo en la copa, lenta pero inexorablemente. Sólo hay que darle tiempo al tiempo. No creo que esté muy lejano el día en que os vais a tener que tragar toda vuestra impudicia y Balza su protocolo.
Cada vez tengo más clara una cosa, burukide. La prolongación del conflicto, de este conflicto concreto nuestro, a cambio de cuatro deambulantes votos, es un cargo del que no vais a salir indemnes por mucho que os cubráis de inmunidad, señores que mandáis. La demora en la solución que, si queréis, la tenéis a mano y no es la del plan, os va a pasar necesaria e inexorablemente factura.
A las puertas de un nuevo curso, nos confirma el chaval que no va a poder estudiar lo que quiere, en el idioma que quiere y allí donde quiere por decisión ilegal de unos y por la permisividad de otros, o sea, vuestra. Pero de eso hablaremos otro día. De eso y de los muertos confusos que seguís acumulando sobre vuestra mesa. Y del alucinante régimen carcelario que sufrimos, tanto los de dentro como los de fuera. También hablaremos de dispersión, de nepotismo, de dentelladas al cuello. Quizás hasta rememoremos ciertos caribeños tráficos marítimos. Nos leemos, burukide.

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