Cuando la verdad es la víctima
Luis Beroiz - Licenciado en Derecho y Ciencias Económicas por Deusto
06/04/03
Una gracia del dictador de Markina hizo que compartiéramos aula y pupitre. La ocurrencia del fraile -para algunos sigue siendo baluarte, ejemplo y santo y seña- consistió en hacerme repetir curso y asignaturas, después de tenerlas aprobadas todas, una a una, en junio. Eso es tan verdad, y tú lo sabes, como que en Arkaute la Ertzaintza torturó salvajemente a mi chaval y a sus amigos, que también lo sabes. Tan descabellada pero no insólita decisión del fraile (en mi casa se enterarán ahora de esa perrería) fue la que motivó que coincidiéramos e hiciéramos juntos la andadura de los últimos años de carrera, allá por los finales de la década de los 70 y principios de los 80. Eran tiempos turbios, éramos unos críos, apenas entendíamos por qué se había declarado el estado de excepción para nuestra tierra, proliferaban las manifestaciones, pintadas en las columnas y encerronas en el recinto universitario; en los mismos asientos que nosotros se sentaban compañeros pertenecientes a la serpiente y a la aizkora; por primera vez se hacía una impensable huelga en Deusto y por vez primera sus claustros eran mancillados, porra en mano y pistola al cinto, por las cargas de la Policía, aquellos grises. Dos hechos, sin embargo, recuerdo, seguro que tú también, como más elocuentes y significativos, como más cargados de intención y osadía, para aquellos tiempos. Uno fue la quema masiva de periódicos y otro la quema, una noche, de la capilla de la Universidad, en la literaria. Con el primer fuego se intentó convertir en cenizas las mentiras de sus páginas y con el segundo conseguir que los frailes fueran un poco menos católicos para ser un poco más cristianos. Y todo ello obra de chavales, chavales privilegiados, estudiantes no masificados, chavales que salíamos colocados al acabar la carrera, con contratos indefinidos y excelentemente remunerados. Chavales que, a pesar de conocerse la autoría de los hechos, ni fueron detenidos, ni fueron torturados, ni fueron expulsados ni fueron entregados ni, por supuesto, se les calificó de terroristas.
Han transcurrido un montón de años desde entonces, más de treinta. Cada uno por su lado, hemos caminado itinerarios diferentes. Alguna vez coincidimos y charlamos en San Mamés, pero eso era cuando el Athletic todavía nos daba satisfacciones. Hoy nos volvemos a juntar, Pito, apelativo éste cariñoso con el que todos te conocíamos y que vas a permitir que lo rememore. Yo, tras tan largo tiempo, he devenido en padre de preso político vasco, en padre de torturado. Tú, según reza nuestro catálogo de antiguos alumnos, ostentas los cargos de vicepresidente-consejero delegado de uno de los grupos de prensa más importantes del Estado, si no el más importante, ya que desconozco si vuestro ranking se configura por número de lectores, por número de falacias, por facturación, beneficios o por número de escribidores al dictado. Nos hemos vuelto a juntar, pues a mí me detuvieron al chaval y tú cubriste la detención en las páginas de tu periódico.
No voy a reprocharte el alarde con que tus media trataron las detenciones tanto de mi hijo como las de sus amigos. Ni la celeridad con que lo hiciste: hubo madre que se enteró de la detención de su hijo leyendo pronto por la mañana tu periódico. Ni voy a reprocharte que bebas de fuentes policiales, aunque sabes que llevan ponzoña. Lo has hecho siempre y eso probablemente venda. Ni te voy a echar en cara que editorialmente te hayas alineado y hagas piña con los demócratas del horror, con los demócratas de la invasión. Si eso produce beneficios, es tu decisión económica más acertada. Pasaré también por alto que estés creando opinión en una dirección reaccionaria, acogiendo entregas de plumas carpetovetónicas, pensamiento único. Si esto fideliza y aumenta tirada, adelante. Estás en tu derecho. Lejos de mí, por supuesto, reprocharte que tus media crezcan, que crecer y crecen, escorados a la derecha más recalcitrante. Un buen plan estratégico es digno siempre de aplauso y los negocios no tienen conciencia. Ni te voy a echar en cara que no salieras en defensa del cierre de periódicos cercanos y colegas. Siempre pensé que entre vosotros se ejercía el corporativismo pero, qué coño, cuantos menos seamos a más toca, te habrás dicho. No son éstas, pues, Pito, las cosas que, hoy que nos hemos vuelto a juntar, te quiero reprochar o echar en cara.
Te echo en cara y te reprocho que hayas utilizado tus páginas para, habiendo dos, dar a tus lectores sólo la versión policial. Te pedí que, en justicia, publicaras también la versión familiar, la envié a tu atención para que no se perdiera, pero maldito sea el caso que me has hecho. Airear imputaciones presuntamente falsas como aireaste sin pudor y silenciar los métodos para obtenerlas como los silenciaste, no sé, no entiendo, pero debe ser algo así como asestar un navajazo en la yugular de los principios deontológicos del periodismo. Te reprocho, no el que nos hayas enmierdado, sino el que nos hayas prohibido limpiarnos la mierda. Eres el baranda de la noticia y te acuso de ocultar que tanto chavales como familiares estamos siendo el capacico inocente de todas las hostias legislativas, judiciales y penitenciarias inimaginables, te acuso de ocultar que somos víctimas del horror, víctimas colaterales -¿no se dice así?- del «horrorismo» de Estado. Haces periódicos pero no periodismo, Pito. Eso te hace cómplice de nuestro sufrimiento. De eso te acuso.
Me dirás que has perdido amigos en atentado. También a mí me los han matado. Pero este empate hace que los dos perdamos. Caminemos hacia otro resultado en el que los dos ganemos. Es posible, si se quiere. Tienes muy alto poder y, consecuentemente, una muy alta responsabilidad. El día que des las dos versiones de todo, el día que, en vuestro libro de estilo, llaméis terrorismo a lo que produce terror y democracia a las decisiones de los pueblos libres, el día que en vuestras páginas digáis que defender a los gobiernos actuales, central y autonómico, es apología y colaboración, el día que hagas periodismo en tus media, habremos dado un paso enorme para que yo deje de ser padre de preso político. Lo que ya nunca podré dejar de ser es padre de torturado pero, también si tú quieres, podemos hacer mucho para que esa especie paterna se extinga. La próxima vez que te inviten a hablar en los Encuentros de la Comercial de principios y valores en la comunicación iré a escucharte. Desde aquí me pido ya un hueco contigo en la tribuna.
¿Y qué decir de tu periódico, burukide? Porque no pensarás que te he olvidado. Para mi desgracia, retornas a mi memoria cada vez que, camino de Nafarroa, paso por Arkaute y cuantas veces paso por la humillación de las visitas a la cárcel. Tampoco en tus páginas se dignaron dar publicidad a la versión familiar. También les bastó la policial. Bien es verdad que recibí apoyo y comprensión por parte de alguno de los integrantes de la plantilla, gente maja, pero donde manda marino no manda patrón, burukide. Mientras aburrís solicitando investigaciones en otras comisarías, aquí, a la verdad la estáis convirtiendo en la gran víctima de vuestros media. ¿Tampoco esto les vas a dejar que me publiquen?
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