A los señores del tripartito
Josune Azpiri (*)
15/03/03
No os bastaba con el dolor que habéis incrustado en nuestras almas que, todavía, insistís en removerlo? ¿Os parece poco el tormento a que nos estáis sometiendo que seguís, todavía, insistiendo en ahondar más en nuestra herida? ¿Pensáis por un casual que vamos, por eso, a permanecer calladas o inclinar la cabeza? ¿O es que en casa no os han enseñado el material de que están hechas las entrañas de una madre cuando de defender a sus hijos se trata?
Os pusisteis todos de acuerdo para tacharnos de mentirosas cuando tuvimos la valentía de denunciar públicamente las torturas de que fueron objeto nuestros chavales. Todos de acuerdo en que habían sido fabricadas, en que eran absolutamente falsas, en que respondían a una consigna preestablecida, o sea, imaginadas. Os pusisteis todos de acuerdo en recalcar que vuestra Ertzaintza, la misma que tantas tropelías hemos visto cometer a plena luz del día, respetaba escrupulosamente los derechos humanos durante las noches largas de sus calabozos. Todos de acuerdo en endosarnos la etiqueta de falsarias. Aunque, para vuestra desgracia, sin conseguirlo. Porque, ¿sabéis?, ya nadie os cree.
Han bastado unas detenciones, esta vez a manos de la benemérita, para que hayan aflorado y reventado al aire todas vuestras purulencias. Han bastado unos días, muy pocos, para que, desprendidos de la careta, hayamos podido ver vuestro verdadero rostro. Otra vez todos, sin excepciones, habéis vuelto a poneros de acuerdo. Ahora con una sospechosa diferencia. Os habéis vuelto a poner de acuerdo para dar crédito, para denunciar y para exigir que se abran investigaciones sobre torturas presumiblemente llevadas a cabo... en calabozos castellanos.
Igual que nosotras, habéis creído a pies juntillas las torturas a los últimos detenidos, pero no así las infligidas a los penúltimos, a nuestros hijos. En Arkaute, no. En Tres Cantos, sí. Habéis repartido al unísono credibilidades e incredulidades sin que acertemos a saber el siniestro criterio empleado. Madrid tortura, decís. En Vitoria, sin embargo, departen amigables detenidos y captores. Y, aunque algo intuimos, nos resistimos a creer que tal discriminación se deba a un cálculo sobre ese posible o probable voto que os permita eternizaros aferrados a la silla. Nos inclinamos más a pensar que, como en los funerales de antes, algunos son ciudadanos de primera y otros lo somos de tercera. El caso es que esta distinción entre ellos y nosotras nos ha hecho mucho, muchísimo daño, como personas, como mujeres y, sobre todo, como madres de presos torturados.
Es de suponer que vosotros, señores del tripartito, también tenéis o habéis tenido madre. Se supone que tenéis o habéis tenido esposa. Incluso que tenéis o vayáis a tener hijos. Y, como es también de suponer, es más que probable que hayan cerrado filas a vuestro alrededor. Desde esta perspectiva, que no es política y sí femenina y familiar, nos gustaría compartir diálogo con todas ellas. Nos apetecería sentarnos en una mesa redonda y dar paso a una tormenta de apreciaciones, a un cruce constructivo de opiniones. No es difícil predecir que el debate transcurriría por derroteros similares a éstos.
Nosotras les diríamos que, gracias a sus hijos y esposos, nuestros chavales tienen pesadillas recordando su paso por los calabozos y ellas nos contestarían que algo habrán hecho, mientras nos facilitan tarjeta de recomendación para alguna psicóloga amiga. Nosotras les diríamos que, gracias a sus hijos, los nuestros han dejado sus estudios, han dejado sus trabajos y tendrán, cuando salgan, dificultades para recuperar ambas cosas, y ellas nos dirán que, merced a San Nepote, los suyos tienen de por vida garantizados empleos, sueldos tan suculentos como inmerecidos y, por si esto no bastara, retiros tan sustanciosos como vergonzosos. Nosotras les diríamos que, gracias a sus hijos y gracias a sus esposos, nuestros hijos están dispersos y nuestra vida de madres peligra por culpa de viajes peligrosos y nunca deseados. Nosotras les hablaríamos de nuestros fines de semana, de las humillaciones en los cacheos, de la devolución de apuntes en euskera, del sucio cristal que nos separa en el locutorio, y ellas nos contestarían que aprovechemos la circunstancia para visitar los jardines de Aranjuez, la señorial e imperial Toledo y la Puerta de Alcalá. Les diríamos que el tiempo que nos espera de separación de nuestros hijos, gracias a los suyos, podría ser directamente proporcional a las mentiras que les hicieron aceptar con sus tormentos. Les diríamos tantas cosas a esas madres, tantas cosas a esas esposas...
Señores del tripartito. Sepan que el hecho de no creernos y de tacharnos de falsarias no está bien, es indigno e injusto, es incluso de mal gusto, pero que la Mesa de la Comisión de Derechos Humanos esté dispuesta a escuchar a unos y rechace hacerlo con otros dice muy poco de la coherencia, de la categoría y del nivel moral de todos ustedes. Nos leemos.
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