13.11.04

Tarta ensangrentada

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
15/03/04

El juego, ese juego donde los más torpes compiten por alcanzar esos puestos desde donde gestionar los asuntos más trascendentales de un país, acaba de concluir. Unos más otros menos, todos se llevan su trozo de tarta, sin que les vaya a importar digerirla, esta vez, ensangrentada. Desde que, siendo muy pequeño, me percaté de la calaña con que se adorna la clase política, los asemejé enseguida, ahora diré porqué, a un inmenso estómago donde tenía cabida incluso su pequeño cerebro. Con él rumian sus maquinaciones y manipulaciones, en él segregan los jugos de sus odios y sus fobias, en él van moliendo sus frustraciones de cuando infantes y triturando nuestras ilusiones y esperanzas. En ese estómago se pudren y se avinagran la paz tan necesaria y la felicidad tan olvidada del resto de los mortales. Y, todavía, les queda tiempo y sitio para amasar en él sus pequeñas y grandes fortunas.
Cuando los veo detrás de las pancartas, un sarpullido me recorre de arriba abajo la epidermis. Porque todas nuestras desgracias colectivas más importantes son consecuencia de su ineptitud y su acreditada mala fe. Sabedores de ser los últimos responsables de nuestras desdichas, por acción y omisión, osan sacarnos a la calle para buscar culpables lejos de sus guaridas. Todos los muertos, estos últimos y los anteriores, los de aquí y los de allí, el de Iruñea, todos reposan en la mochila de esta casta engreída y prepotente, la casta política.
El 11-M, las personas de bien supimos enseguida quiénes no habían sido los artífices de la masacre, viendo los ojos brillantes de avaricia de voto de los que les iban, uno tras otro, señalando inmisericordemente con el dedo. Se pasaron el día simulando, disimulando e inventando autores, rechazando a los que fueron y deseando que los causantes de la masacre fuesen los que ellos indicaban. Movidos por el mismo isabelino espíritu, todos, salvo un par de excepciones, saltaron a la yugular de la organización armada vasca a la que, todavía, no le han pedido disculpas por la falsedad y crueldad de sus acusaciones. Contemplé asustado sus rictus de venganza, sus promesas de cadenas perpetuas. En un principio, dieron más importancia a los autores que a las víctimas. No así los ciudadanos de bien madrileños y de todo el mundo que se volcaron en atenderlas. Sólo al día siguiente, deshecho el montaje, las víctimas fueron más importantes.
A por ellos, llegó a decir la lumbrera corellana. Igual que en el 36. Entonces, en Gernika, las bombas también las pusieron gentes euskaldunes. No ha cambiado nada. En Irak, los responsables de las bombas también fueron los iraquíes por albergar inexistentes armas de destrucción masiva. Sin ir más lejos y sin forzar en exceso, también hubo entre el 96 y el 02 lanzamiento de cócteles contra cajeros y cuartelillos en nuestros pueblos. ¿Autores?¿Qué más da? Esos mismos, dijisteis señalándonos con el dedo. ¿Pruebas? ¿Para qué? Y vinisteis a nuestras casas, os los llevasteis, los torturasteis, se autoinculparon y procedisteis a su entrega, convirtiendo en infinita nuestra impotencia. ¿Nos servirá de algo deciros que en las horas de la ekintza dormían en casa como angelotes? Como ha ocurrido estos días, ni necesitan probar nada ni nos dejan opción a que lo hagamos ni aquí hay Al Qaeda que valga. Las peticiones, 14 por una de las imputaciones, 18 por otra y 22 por alguna, pueden alcanzar la cifra de 80 años para cada uno. Y si fueron mentira las acusaciones de la Villa de Gernika y las de las armas de destrucción masiva y las del horroroso atentado de Madrid, ¿han de ser verdad, porque sí, las acusaciones contra nuestros hijos?
Me hubiese gustado estar en Madrid junto a los familiares de los afectados, compartiendo su enorme dolor. Para decirles que nunca se pongan detrás de ninguna pancarta, que se coloquen delante y que señalen con el dedo a sus portadores, a los de la primera fila, culpables y responsables de todas las atrocidades que hoy nos conmueven.
Volviendo a casa, hoy quiero dedicar parte de mi folio al responsable de ese partido que ha usurpado, mancillándolo, el nombre de una de las montañas más emblemáticas de Euskal Herria. El motivo no es otro que un programa electoral que se ha infiltrado en nuestra casa y en el que, con escasa originalidad, la p del abecedario era adjudicada a los presos vascos, solicitando su acercamiento. Y, cuando me tocan al preso, Patxi, cojo carrerilla. Nos presentaron una tarde de domingo en Agoitz. Tú bajabas de Uli o de Lakabe, no recuerdo bien, después de oxigenarte en aquellos valles únicos, hoy anegados por el pantano maldito. Han pasado muchas cosas desde entonces. Ahí está, entre ellas, tu decisión de abandonar posiciones que, antaño, incluso hicieron de ti un hombre de prestigio. Estás en tu derecho. Otros, antes que tú, lo han hecho y no ha pasado nada. Lo que ya no me parece tan bien es que tus palabras, bonitas y blancas, no se correspondan con los hechos. Me produjo desazón verte, sonrientes ambos, al lado de José Antonio Urbiola. Sabes, porque me has leído, que pertenecía a la ejecutiva del partido que detuvo y se ensañó con nuestros chavales. Según me dicen, este señor fue, también, el que impuso en Nafarroa Bai el «ellos o nosotros», con el resultado conocido, por ejemplo, el rechazo a una propuesta de esa tregua tan deseada por todos. No se puede servir a dos señores a la vez, Patxi.
Ahora, en otro escorzo increíble, habéis dado credibilidad a la versión de que el autor de la masacre madrileña fuera quien no podía ser ni podrá serlo nunca, aunque os conviniera, espero que sólo electoralmente, que lo fuera. Este señalamiento que todos hicisteis, sin ningún escrúpulo, provocó que nuestros hijos presos fuesen agredidos y aislados para evitar linchamientos. Como consecuencia de vuestras más que insinuaciones, ni pudimos conectar telefónicamente con ellos ni hemos podido verlos este fin de semana. ¿Te cuento más cosas? Todavía temblamos en casa del miedo que nos produjo el escucharos. Por eso, y hasta que no haya más coherencia entre lo que dices y lo que haces, me quitas al chaval de la p de tu programa. Ignoro, Patxi, el porcentaje de razón que llevo en lo que digo pero te garantizo que lo que estáis haciendo nos produce a los familiares de los encerrados un agudo dolor. Y los sentimientos no engañan. Al menos a mí. Si tienes la tentación de contestar, prefiero que lo hagas con hechos mejor que con palabras. También tú creo que eres recuperable. Si es así, volveré a ser tu amigo. La tarta que os acabáis de repartir el 14-M estaba ensangrentada por los sucesos del 11-M. Sangre de afganos, de iraquíes, de palestinos y, ahora, de madrileños.
Desde este dolor injusto que sufrimos el pueblo euskaldun y sus gentes, un abrazo solidario y un recuerdo cariñoso para ese otro dolor, tan injusto como el nuestro, que sufre el pueblo de Madrid como consecuencia de una acción execrable que ni se merecen ni nunca, nunca jamás, debió provocarse. Ese dolor nuestro y ese dolor vuestro, madrileños, sólo tienen un culpable: la clase política, la casta política, los políticos, esas alimañas con corbata.

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