12.2.05

Hasta vernos en la jaula

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
2005-02-12

La reserva para los días que van del 14 al 17 de febrero, ambos incluidos, ya está hecha. Otra vez a Madrid, de nuevo a la Audiencia. Los chavales, alejados, también han sido acercados y se encuentran, ya, instalados en su enésima mazmorra. Está siendo febrero mes de tribunales. Además de nuestros hijos, decenas de otros hijos jóvenes, decenas de maduros comprometidos, ¡hasta nuestra genial amama Emilia!, han pasado y pasarán, este mes, por el banquillo de imputados.

En nuestro caso, si nos fijamos en la duración prevista de las sesiones, si atendemos a la cuantía de la petición que se eleva a 22 años para cada uno de los doce imputados, y si tenemos en cuenta que varios de los que se sentarán en el banquillo lo harán portando condenas recientes superiores a los treinta años, a este juicio podemos adjudicarle, sin dudarlo, la condición de estrella. Suma que te suma, algunos de los chavales pueden salir de la jaula con más de 50 años a sus espaldas, por no haber hecho absolutamente nada, como se ha demostrado hasta ahora y se demostrará, con toda seguridad, también ahora.

A día de hoy, desconocemos si el fiscal asignado será del estilo de aquel otro que insistía en que se podía, recién operado de la rodilla y necesitando llevar bastones ingleses para desplazarse, salir corriendo tras incendiar un coche. Tampoco sabemos si el elegido mantendrá los 22 años previstos o si, insaciable, nos aumentará la petición, alegando errores de cálculo, como ha ocurrido en juicios anteriores. Podría también, en su infinita bondad, proponernos, como se hace con los cromos, reducir su petición a cambio de nuevas confesiones, por más que las sepa radicalmente falsas. Ver venir.

Tampoco sabemos si los jueces con que nos vamos a encontrar serán de aquellos que consideran que sin pruebas objetivas es indigno amén de ilegal condenar y nos los absuelven a todos y nos los mandan para casa o serán de aquellos que vienen ya con los bostezos programados y las sentencias decididas. Para nuestra gracia y desgracia, en sesiones anteriores, hemos degustado los dos sabores. También desconocemos si serán de los acuñados por el anterior o de los marcados a fuego por el actual gobierno, por más que este matiz, la verdad, dada la similitud de talantes, no nos aumenta la confianza.

A quienes sí prestaremos una especial atención, allí en Madrid, será a los ertzainas que, suponemos, actuarán de testigos de la acusación. No puedo evitar un inguinal cosquilleo, burukide. ¿Ensayarán, esta vez, para contestar uniformemente a las preguntas que se les harán tanto desde una como desde la otra parte? En sesiones anteriores, con mayor frecuencia que la deseada, dejaron a los pobres fiscales con el trasero a la vista, aunque, la verdad sea dicha, tampoco es que a éstos ni a los jueces les importarán demasiado ni sus silencios ni sus errores ni sus constantes contradicciones. ¿Volverá, otra vez, a declarar el etólogo-ideólogo experto en gudaris? A falta de pruebas más contundentes, puede resultar de utilidad y ser un buen subterfugio filosofar sobre fines y medios, sobre coincidencias en estrategias, filosofar sobre planes y tácticas desestabilizadoras. ¡Qué bochorno, si vuelve este intelectual de los sótanos de Lakua a repetirnos su patético panegírico! ¿Aducirán, como único argumento, su fantasía sobre el núcleo, célula diríamos ahora, galdakoztarra? ¿Volverán a declarar escondidos bajo sonrojantes pelucas y postizos? ¿O, por el contrario y por fin, se atreverá alguno de ellos a desvelar, en un plante de su conciencia, todos los hilos de la farsa?... Nos tenéis sobre ascuas, burukide.

Sea como fuere, nos esperan cuatro días de insomnio, de escalofríos, de incertidumbre pero, también, de esperanza. Porque si tampoco en este juicio aportáis prueba alguna, si también en este juicio, como en otros anteriores, presentan los chavales alguna coartada irrefutable, te juro que os perseguiremos hasta poneros entre rejas y gritaremos hasta que nos sangre la garganta, ante cuantos quieran oírnos en cualquier rincón del mundo, vuestra indignidad de cipayos.

Eso sí, nada impide que volvamos a Madrid con los zurrones repletos de cariño y de aliento para todos. En especial, para aquellos que inculparon y se autoinculparon bajo la presión de la tortura, porque sabemos que sus firmas en falso no se debieron a una mayor debilidad, sino que estuvieron motivadas precisamente por ser los que más fuerte recibieron y, con toda seguridad, los que padecieron tormentos más sutiles en aquellas terribles noches de Arkaute. Con planear de ave carroñera, burukide, vuestro terror sobrevuela cadencioso Euskal Herria entera. Sus heces se han posado, esta vez, sobre nuestros hombros. Anteriormente, se precipitaron sobre los hombros de otras tantas familias inocentes. ¿Mañana? Nadie, ni vuestros propios hijos si os hiciera falta, está a salvo de vuestras torticeras maquinaciones.

Debiéramos tener todos claro que, mientras no reaccionemos, no sólo individual sino colectivamente, contra estos y otros dolorosos montajes, mientras aceptemos, sin inmutarnos, sentencias sin pruebas y de este calibre, mientras consintamos excarcelaciones de generales asesinos por el simple hecho de tener muchas cosas que callar, mientras permitamos que los puestos y las cargas de trabajo dependan de la estupidez de tanto mandatario inepto, mientras no nos opongamos a construcciones peligrosas e irracionales como pantanos inductores, incineradoras y centrales cancerígenas, mientras... nadie estará exento de sufrir en sus carnes alguna de las mil y una formas descarnadas de terror que, día sí día también, nos aplica esta «casta de los corbatas». No basta con reaccionar puntual, gremialmente cuando de periodistas, cocineros, pequeños comerciantes o de empleados de astilleros se trata. Eso podrá estar bien, podrá ser necesario, pero no es suficiente, incluso puede ser hasta contraproducente. La respuesta, para ser eficaz, tiene que ser de todos en todos los casos, y tan despiadada como lo está siendo la ofensa. ¿Involución? ¿Revolución? ¡Que alguien nos diga por qué no!...

Nos encantaría que a este juicio, por su condición de estrella, acudiera mucha gente. Que acudiera Urkijo de Derechos Humanos, Maixabel de las víctimas, Azkarraga de Justicia, supervisores de Universidad, de Colegios diversos y de Organizaciones supraestatales. Que acudieran Balza, sus torturadores y, en especial, los medios, querido Bergaretxe, que jaleasteis sus detenciones. Nos gustaría ver a algún miembro de esa iglesia, vergonzante en su silencio, dispuesta siempre a desempolvar y blandir sus bien conservados palios dorados. Nos gustaría que se celebrara en una gran plaza para que cupieran todos. Porque nos dicta el pálpito que podemos estar ante un juicio tremendamente esclarecedor, definitivo.

La gente, los amigos, es curioso, nos desea suerte, mucha suerte, en nuestro viaje. No postulan justicia, porque saben que está toda vendida, que es fruta agotada. A pesar de ello o precisamente por eso, nos sobran orgullo y fortaleza. Es muy grande el apoyo, son innumerables los que están con nosotros, la solidaridad nos desborda. Con las alforjas llenas de ánimo, pues, vamos a Madrid, ilusionados, sabiendo, sí, que dependemos del albur de un tribunal, pero, sabedores, también, de la dignidad que allí nos espera, esa que derrochan a raudales nuestros hijos. Aupa, mutilak! Nos vemos en la jaula. Jo ta ke, irabazi arte! -

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