Padre que mira a su hijo preso...

18.2.07

De lo esencial y de lo intrascendente

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho

2006-11-29

Cuando nosotros, Iñigo, nos dirigimos a la Institución que diriges, éramos conscientes de tus limitaciones y del valor testimonial de tus resoluciones. Por eso, lo tienes por escrito, solamente te pedíamos que, tras la investigación, «dieras a tus conclusiones la misma publicidad que se había dado a las imputaciones; que el pueblo que defiendes supiera la verdad de lo acaecido; y que lo dijeras muy alto para que todos pudieran oírlo». Hoy, satisfechos, podemos hablar de objetivo cumplido.

Llevábamos desgañitándonos tres años, los mismos que ellos guardando sospechoso silencio y haciéndoselo guardar a sus genuflexos medios de comunicación. Sólo los más allegados sabían de nuestras desventuras, mientras que, ahora, es Euskal Herria entera la que, por las llamadas que recibimos, conoce el que algunos han dado, equivocadamente, en llamar caso Beroiz, en un intento de reducirlo a una excepción. No caer en desesperación nos ha permitido cosechar tan sorprendentes resultados.

La tramoya que, posteriormente, se ha originado tras las comparecencias tanto tuya como del consejero, aún a pesar de favorecer nuestros intereses de propagación y difusión, no nos afecta en absoluto, si bien nos valida, por alusiones, a intervenir en un intento de iluminar el desencuentro que se ha producido entre vosotros dos.

Todos los pérfidos son ladinos, Iñigo. Y Balza, experto en no recibir misivas que se le remiten, más que ninguno. Obviando hábilmente lo fundamental, os ha querido enredar a todos en lo accidental. Os ha querido llevar a todos a las ramas que es donde mejor se desenvuelve, lográndolo, como era de esperar, con los medios adictos. Nuestra obligación, como parte interesada y perjudicada, es ayudaros a volver a pisar tierra.

Me dicen que has dicho que «algo he tenido que hacer mal para que todos se me echen encima». No te equivoques, Iñigo. Es al revés. Yo creo que algo has tenido que hacer bien para provocar una reacción tan despiadada. ¡Has dado en el clavo! Has aplicado la guata empapada de alcohol allí donde la llaga era más purulenta y, lógicamente, se han escuchado rebuznos. ¿Acaso esperabas algo distinto de mamporreros como Porres y Agirre -ex director de la Academia de Arkaute el primero y ex viceconsejero de Interior el segundo-, del partido de los galosos y de ese fascio que nunca muere? Por mucho que el 90% de electos hayan repudiado tu veredicto, que sepas, Iñigo, que el 90% de sus electores es a ti a quien está creyendo.

Encaramado en la copa del árbol, el consejero insiste y te dice que nuestro chaval es muy malo, un demonio, que ha sido acusado de participar en un montón más de acciones y vas tú y te achantas y le dices que no lo sabías y le pides disculpas y le aceptas un teléfono rojo que él utilizará para poner sordina a futuros desmanes. Atiende, Iñigo. Si bien es cierto que Balza nos adjudicó hasta trece fechorías, no es menos cierto que hemos salido, a pesar de forenses, jueces y fiscales, absueltos de todas ellas. Y este hecho, en lugar de debilitar, debería haberte servido para afianzar, aún más, tus acertadas conclusiones respecto a su alevoso comportamiento. ¿Está claro?

Estas concesiones involuntarias, superficiales, intrascendentes, incluso comprensibles, han hecho que la prensa canalla haya clavado su aguijón en ellas y hayamos asistido a titulares tan sesgados, sibilinos y soeces como éstos: «Ante las críticas del PNV, el Ararteko admite que pudo equivocarse» (“El Mundo”) o «El Ararteko pide perdón por su crítica a Interior» (“El Correo”) o «El Ararteko reconoce errores en su informe» (“Deia”) en contraposición al titular del único periódico que no come en pesebre que decía «El Ararteko mantiene las conclusiones del informe crítico con Interior» que era lo más importante que hiciste en tu comparecencia y que hiciste en “El Punto”. Pero a estas ventosidades de los medios tenemos acostumbradas las narices.

Tus conclusiones han escandalizado a EA. Me pregunto, ¿por qué no fueron piedra de escándalo las detenciones, tortura salvaje, aislamientos, condenas, dispersión, accidentes mortales, neumonías, cadenas perpetuas, obstrucción a la justicia y linchamiento, con las que, tras cuatro noches y cinco días terribles en sus calabozos, hemos sido regalados? ¡Ay, Begoña, Begoña!

Si recuerdas, a nosotros, ya en junio de 2005, nos confesabas por escrito que «habías llegado a la conclusión similar a la nuestra de que, a la vista de la imposibilidad de la participación de Andoni en los hechos, surgen indicios de que las confesiones de los detenidos que le implicaron no fueron obtenidas legalmente». En misiva posterior nos adjuntabas informe que te había remitido la Consejería de Interior en donde te detallaban que «A las 18,50 del día 13/ 11/2002 es trasladado al Hospital Santiago Apóstol, tras referir dolor en el hombro derecho». «A las 00,25 del día 14/11/ 2002 es trasladado al citado Hospital, tras manifestar falta de sensibilidad en las manos». «A las 20,31 del día 14/11/2002 es reconocido por el médico forense (se desconoce su identidad)». «A las 00,02 del día 16/11/2002 es trasladado al Hospital de Txagorritxu, al quejarse de molestias y pinchazos en el estómago». Un día más, Iñigo, y nos le sacan en caja con crucifijo, a hombros de forense ¡desconocido!

Ya en el suelo, las preguntas a responder son éstas ¿Qué pasó en esas malditas mazmorras para que se produjera el milagro de que tres compañeros firmaran, por separado, que nuestro chaval estaba donde era imposible que pudiera estar? ¿Quiénes tienen que purgar por el calvario que estamos injustamente atravesando? ¿Vendrá la respuesta de Juan José, de Josu Jon, de Begoña o, acaso, del señor Madrazo? Al quedar con el trasero a la intemperie, no son precisamente alhelíes lo que les asoma. Como los macacos, tienen el culo pelado. Desgastado y rojizo de tanto rozarlo, de tanto frotarlo, de tanto aferrarlo a sus infinitas poltronas.

El cortijero del PNV, señor Agirre, te amenaza con rechazar tu informe anual, si no te retractas de tu resolución. Un pulso similar nos echaron, cuando desde la Escuela de Pelota dimos a conocer a todo el pueblo la felonía cometida con nuestro alumno. Reunida de urgencia la ejecutiva jeltzale, nos amenazó con quitarnos la subvención y sacar a sus críos de la Escuela. Nos aplicaban la ley del cortijo. Tuvieron que recular avergonzados de su ridículo e imposible chantaje.

Yo sé que vas a mantener tu tesis en el informe final al Parlamento, porque creo en tu hombría y porque sé que te importa nuestro sufrimiento. Desde ya, te aplico a ti la frase que un generoso gasteiztarra, J. Ramón Pérez, me aplicó hace poco en una carta abierta al director: «El que pelea toda la vida es insustituible». Pues eso, Iñigo.

Tenemos la razón. Esa es nuestra fortaleza. A mí cada vez me está gustando más escribir, sobre todo desde que tengo constancia de que hay muchos, entre sus electores, a los que les gusta lo que escribo. Mis nutrientes espirituales son la poesía de Carlos Bousoño y parajes recónditos que he encontrado en el monte Ganguren, allí donde la Ertzaintza encontró un zulo inexistente y donde, cantarín, discurre un regacho de agua incontaminada. Los necesito porque, con vuestras comparecencias, ni se ha cerrado ni se ha zanjado nada. Es nuestro turno. Gracias por todo, Lamarka

Señora presidenta

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho


2007-01-26


Desde la ternura que me confiere la edad, demasiada, me dirijo a usted, señora, en su condición de manifestante primero, en su condición de mujer y en su condición de esposa del lehendakari tercero, por ese orden. Andaba yo ojeando en la lista de asistentes a la manifestación convocada por su marido por ver si encontraba a alguien de confianza al que dedicar estas líneas, cuando leo que usted, como Dios manda, había estado allí con sus dos hijas, atravesando la Gran Vía bilbaína detrás de la pancarta más polémica que se ha exhibido en este país de nuestros fervores. Un servidor, señora, fue uno más de entre las decenas de miles que no asistieron, porque su marido, que al fin y al cabo hacía de anfitrión, nos aconsejó que nos quedáramos en casa. No nos necesitaba.

Voy a obviar el impúdico ridículo del baile de lemas achacable, según dicen, a un histriónico Josu Jon y a un pánfilo Patxi López, por citar sólo a los dos que más celo exhibieron para que se produjera el cambio. Obviaré, a pesar de su engorde, la asistencia inferior a la presumible, ya que únicamente los estómagos agradecidos de los partidos convocantes suman diez veces más efectivos que los que allí desfilaron. Pasaré también por alto la pamema de intentar vendernos que era el pueblo llano, mayormente ausente, el que lideraba la marcha, portando la pancarta. Así como el rebote infantil de los mal llamados socialistas por causa de la alocución final de su marido. Ninguno de estos hechos me interesa. Y a usted seguro que tampoco.

Sí quisiera, y de eso hablaremos, desentrañar con su ayuda la finalidad de la convocatoria, su coherencia, su oportunidad. ¿Se percató usted, señora, de lo paradójico del eslogan? No me encaja postular paz y diálogo, mientras se denigra, rechaza y vilipendia a quienes, por constituir uno de los bandos, y no el más belicoso, forzosamente tienen que ser interlocutores necesarios para conseguir aquélla. Esta incongruencia es la que ustedes airearon a lo largo y ancho de la Gran Vía bilbaína. Se lo diré más claro: mientras sigamos alternativamente ocupando las calles, los unos obviando su violencia, la ofensiva, y los otros no olvidando la suya, la defensiva, éste seguirá siendo el país que nadie queremos, el país del dolor. Aprendamos de los inmigrantes, me refiero a los no manipulados, y de sus testimonios solidarios, tras el atentado de Barajas. Por cierto, ¿me podría confirmar usted si es cierto que la novia de uno de los fallecidos señaló la situación exacta de su novio, veinte minutos antes de la deflagración?

Yo no la conozco y ni siquiera sé su nombre. A pesar de lo cual, le agradezco que me permita seguir confidenciando con usted. ¿Sabe, señora, que durante el presunto proceso, su marido ha consentido que se pudran en aislamiento, privados cada día que pasa de un nuevo derecho, chavales cuyo único delito es haber pernoctado en sus calabozos de Arkaute? ¿Y, con los chavales, sus familiares y amigos? ¿Piensa que a los que ustedes llaman radicales les queda tiempo y ganas de condenar nada, estando como están siendo diariamente amenazados, juzgados y condenados sólo por abrir la boca, por decir, por expresarse? Unas veces por hablar y otras por callar, masacrados siempre, hagan lo que hagan. ¿Conoce, señora, la condena inhumana a De Juana Chaos -besarkada bat, Iñaki- por dos artículos tan angelicales los dos como los que a mí me vienen publicando? Estas violaciones, y más que no me caben -18/98, Segi- pero que usted conoce, han acaecido durante un proceso iniciado, que yo sepa, por una de las partes en conflicto y finiquitado -esperemos que momentáneamente- por la flagrante e interesada inhibición de la otra. ¿Se atrevería alguno de los que le acompañaron a usted en aquella manifestación, mirándome a la cara, a exigir mi condena de la organización armada? ¿Verdad que no? Pues, eso.

Sin tener que ir muy lejos, su marido está a punto de comparecer como imputado sólo por hablar, ¿existe o no existe?, con Batasuna. Creo y quiero que no le vaya a suceder nada, pero tampoco me fiaría demasiado. Josu Jon ha preparado una reacción que ha merecido la solicitud de amparo por parte de los jueces, por lo que supone de injerencia y acoso. ¡Cínicos! Me gustaría ir, pero, sólo por no ver a los que rodearán a su esposo, me quedaré de nuevo en casa. Otro día le contaré, señora, cómo jueces radicados aquí, también en pleno proceso, condenaron esta primavera a cuatro chavales a prisión, confesando en su sentencia que no les constaba que hubiesen participado en los hechos por los que se les acusaba. ¿Que no se lo cree? ¡Ingenua! ¡Sí, entre todos, nos quieren, nos queréis cercenar hasta la sonrisa! ¿Convocará Josu Jon una algarada de repulsa a favor de los condenados?

Me dirá usted, y con razón, que «Con estas cosas, a mi marido. A mí, ¿por qué?». Le contestaré que a Juan José le he dicho esto públicamente en repetidas ocasiones, sin ninguna reacción por su parte. Me gustó, lo reconozco, la reprimenda que, en Deusto, se echó a sí mismo, diciendo más o menos que no estaban dando la talla. Se refería a la casta política. ¿A qué esperan, pues, para dimitir, para irse a casa todos en bloque? Se lo agradeceríamos todos. Usted, la primera. Yo a su marido le achaco haber perdido el tiempo abriendo los Años Ignacianos, por ejemplo, en lugar de acudir a los funerales de los fallecidos por efecto de la dispersión; le achaco acudir a los desayunos de Deusto o a las bodas de oro de Kas en lugar de presidir las exequias por los muertos en sus inseguros puestos de trabajo; y haber perdido el tiempo inaugurando ampliaciones de Metro o gasoductos en lugar de asistir a los entierros de muertos por causa de enfermedades incurables adquiridas en las cárceles de exterminio o, mismamente, de suicidados por la injusticia de sus condenas y de las condiciones carcelarias.

Y ya que estamos de confidencias, yo que usted le advertiría del pago que el partido está dando a sus antecesores y valedores. Me refiero a Don Xabier, al del abrazo del oso, y a lo que está sucediéndole, tan pronto ha dejado la Ejecutiva, a mi enigmático burukide al que están fustigando cruelmente, recordándole su carácter dictatorial y su nepotismo. Y no es que no se lo merezcan pero es que, en este último caso, me están pisando una biografía que me estoy reservando para cuando todo esto finalice. El aparato del partido, como se ve, se muestra implacable.

Por último y aunque no soy quién para decir a nadie lo que tiene que hacer, me va a perdonar una última sugerencia: incorpórese a Ahotsak, señora. La solución para este país pasa por la firmeza de éste y otros colectivos similares que están surgiendo. La solución está en el pueblo, en la gente de a pie, en quienes no se nutren de la perpetuación del conflicto. El colectivo y usted se necesitan mutuamente. Hágame el favor de hacerme caso. Envíen desde allí a toda la casta política masculina al cuarto de los trastos. No han dado la talla. Lo ha dicho su marido, aunque todos lo sabíamos. No merecen por lo tanto más oportunidades, pues hay mucho en juego.

De mi parte, agradecerle sinceramente que me haya permitido estas líneas. He intentado ser respetuoso, porque es lo que se merece. Espero haberlo conseguido. Gracias por atenderme, señora presidenta.

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