Padre que mira a su hijo preso...

6.10.05

Elkarri

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho

2005-10-05

Antes de remitirlo, tengo por costumbre releer lo que escribo para evitar incurrir en errores, siempre involuntarios, o en apreciaciones improcedentes, posibilidad ésta última de la que nadie que escriba se libra. Más aún, señores de Elkarri. Desde la estúpida fascistada que se intenta contra Iñaki de Juana, no sólo releo mis escritos sino que los paso por el cedazo de amigos y abogado de confianza. Por eso, cuando mi esposa me llama para comunicarme que, en el diario, había para mí una carta abierta (en principio pensé que sería una de las muchas que me animan a seguir pero que no se publican por falta de espacio), tras leerla detenidamente, corrí rápido al ordenador, con el fin de comprobar si la había o no metido hasta la pelvis, teniendo, sobre todo, en cuenta la entidad, imagen, y prestancia de la Organización remitente y dispuesto, si así fuera, a pediros cuantas disculpas hiciera falta.

Por la prisa que veis me he dado, no va con mi estilo contestar cartas; no lo he hecho antes ni voy a hacerlo ahora, pues lo considero un método, ineficaz e inútil, que sólo sirve para dar protagonismo interesado a quien no se lo merece. Mi escrito de hoy, aunque en él tenga forzosamente que referirme a los contenidos del vuestro, es una más de mis colaboraciones con el diario que estáis leyendo. No va contigo, José Demetrio, ni con vuestro Taller. Nace de la necesidad que veo que hay de aclarar lo que afirmé en mi anterior entrega, pues compruebo, perplejo, que se me sigue sin querer entender.

Leo y releo mi escrito y, en el contexto en que cito, entre otras, a vuestra Organización, para nada manifiesto, ni es mi intención hacerlo, que la práctica de la tortura es posible gracias a vosotros, como decís que digo; pero es que, ni siquiera menciono la palabra tortura, ni, yendo más lejos, en mis más de cuarenta colaboraciones anteriores, se me ha ocurrido poner vuestro nombre al lado del de los torturadores. Si tenéis la bondad de volver a leer mis letras, lo único que yo pongo en boca del lehendakari, ante el error de su Consejero de ubicar a nuestro hijo en dos sitios diferentes y su intento de ocultarlo posteriormente ante los jueces (no me digáis que ésta no es una bomba informativa), lo único que yo pongo en boca del lehendakari, repito, es su agradecimiento a los medios de comunicación, al tripartito y a vosotros, por el respetuoso silencio que todos habéis mantenido y seguís manteniendo, ante esta violencia de calado incalculable. Nosotros ya sabemos quiénes nos han torturado, estamos preparando acciones contra ellos y, para vuestra tranquilidad, os diré que no estáis entre los imputados. Si, producto de vuestro subconsciente o inconsciente, habéis llegado a pensarlo, yo no os voy a contradecir ni voy a ser el que os lleve en eso la contraria.

Pero también conocemos a los que guardan silencios interesados. Después del calvario que estamos padeciendo ¿es mucho pedir que se nos permita decirlo en voz alta? Suele ser deporte habitual del converso, como justificación a su decisión, imaginarse persecuciones y acosos por parte de los inconvertibles, sentirse, en definitiva, víctimas irredentas de éstos últimos. No tengo otra explicación acerca de la motivación que pudo originar el absurdo contenido de vuestra pretendida réplica.

Y, ya que me lo ponéis en bandeja, os voy a decir ahora lo que os quise decir entonces, cuando le hice manifestar al lehendakari que teníais el iris puesto en una de las violencias, obviando, con vuestro silencio, la otra, precisamente la suya. Quien así opina de vosotros, señores de Elkarri, es un hombre cansado de veros saltar, como fuína al ciruelo, cada vez que un cajero se quema o un cóctel sobrevuela o pintura rojigualda emborrona paredes sacrosantas; un hombre cansado de que, machaconamente, dirijáis vuestras peticiones de tregua o de autoliquidación sólo a nuestros gudaris; aburrido de esperar en vano la misma airada reacción ante los hechos que os he ido, escrito tras escrito, desvelando. Aburrido de esperar que os dirijáis al tripartito denunciando su iniquidad, solicitándoles una tregua en su barbarie. No os he oído acusarles de tener un montón de presos inocentes, condenados a cadena casi perpetua, culpables sólo porque pasaron unas noches en Arkaute. Mis escritos ya no son por la detención de mi hijo, como decís en el vuestro, sino por la injusticia que se está cometiendo con los chavales que siguen dentro y con sus familiares. Faltáis a la verdad cuando manifestáis que habéis denunciado todas las vulneraciones de derechos, sean éstas del signo que sean. Eso es mentira. Estáis mucho más cerca de Sabin Etxea que de Bizkai Kalea, de los batzokis que de las herrikos. No os pido que sea al revés sino que haya, al menos, equidistancia, pues presumís de ser neutrales y eso, además de parecerlo, hay que serlo y ejercerlo.


Me decís que sostenéis pancartas a favor de los presos. Muy bien. Es de agradecer. Y, luego ¿qué? Para no ser después coherentes ni consecuentes, en mi caso, prefiero que sean seis y no ocho los que la sostengan, pero esa decisión no me corresponde a mí. También el alcalde, jeltzale, aparece en una de las fotos y se lo he agradecido, pero su partido se cuida muy mucho de no mandar cartas abiertas. En mi funeral, prefiero a los que se preocupen por el estado de la viuda, aunque no dejen tarjeta, que a los que dejan tarjeta y se van a la tasca a desoír la misa, sin interesarse por ella.

Estas cosas que, muy a mi pesar, me hacéis decir, sabed que no son pensamientos literarios, sino sentimientos profundos, que no son frases que rebusco sino vivencias crueles que, casi diariamente, tenemos que soportar. Fijaros. Estoy dispuesto a reconocer lo errado que he estado con vosotros, mi falta de rigor y lo injustamente que os he tratado (entresaco estas imputaciones de vuestro escrito) si, en vuestra función de asesores, le decís al lehendakari que sea valiente, que reconozca su error y que saque de una puñetera vez a aquellos inocentes que él metió en la cárcel y cuyos nombres todos conocemos. Y, si os hace el caso que a mí me está haciendo, no le invitéis a esa mesa que estáis intentando ¡ay, ama! comandar.

Aún a sabiendas de entrar donde nadie me llama, como me queda espacio, me pregunto si en vuestros trece años de vida se ha cumplido alguno de vuestros objetivos, si en este querido país hay más o hay menos paz, hay menos o hay más diálogo, si han servido de algo nuestras adhesiones, nuestras firmas, las conferencias, si estamos mejor, igual o peor que cuando nacisteis. Lo digo, no en plan crítico, sino porque en la empresa privada, cuando no se cumplen los objetivos, solemos cambiar las estrategias. Y pedirle sólo a una parte que cese en su violencia, confiriendo a este ruego rango de prioridad, y no exigir lo mismo, con la misma intensidad y contundencia, a la otra parte, es discriminación y ésta puede llevarnos a otros trece años sin resultados, a otros veinticinco años de sequía, a la perpetuación del sufrimiento. ¿Lo queremos así?...

Me quedo con el mensaje que amama Emilia, heroína, abuela soltera de más de setecientos nietos, me dejó en el contestador al leer vuestro escrito: «Quieren justificar con cartas abiertas lo injustificable». Gracias, Emilia. Me dicen que has estado pachucha. Aguanta, chavala, porque, más tarde que pronto este país será lo que queremos que sea. Y tú tienes que verlo.

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