Padre que mira a su hijo preso...

12.9.05

Sin secretismos, pero con discreción

Luis Beroiz - Licenciado en Ciencias Económicas y Derecho
2005-09-07

Carta del lehendakari al presidente del Gobierno español, con copia a la Audiencia Nacional, al Tribunal Supremo y al Tribunal Constitucional.

«Señores: en aquel tiempo, corría el año 2002, desde instancias gubernamentales centrales y ante la proliferación de acciones en la calle con autor desconocido, fuimos seriamente apercibidos por inexistencia de detenciones, advirtiéndosenos que, de seguir así, procederían a arbitrar medidas tanto complementarias como suplementarias. A la sazón, hacía y deshacía, reinaba y dictaba el malogrado José María. No podían, en una democracia, consentirse estas algaradas y había que dar un escarmiento contundente, seco y concluyente. Así lo aconsejaban los expertos, así lo entendimos nosotros y, para no desairarle, nos pusimos a trabajar en esa dirección».

«Aunque carecía de pruebas, mi consejero de Interior me tranquilizó, garantizándome que contaba con medios suficientes, si no para desenmascarar a los autores que, quizás, ni interesaba, sí para conseguir que alguien asumiera la autoría, por más que pudiera, incluso, desconocer la existencia misma de las acciones imputadas. No es momento de que yo os describa, ahora, el método practicado. Ya lo hicieron, uno a uno, los detenidos ante jueces y forenses, que, como era de esperar, se portaron y cumplieron, no dando credibilidad a la evidencia. También lo hizo, con pormenores y por escrito en prensa, el padre de uno de los torturados, con el repeluzno que, sospecho, tiene que dar recordar esas cosas y trasladarlas al papel».

«El caso es que mi Consejero tiró de lista y se fue de excursión por la ría, sembrando de terror, todo hay que decirlo, ambas orillas, si bien hubo de quejarse por no ver suficientemente publicitada y magnificada su operación en los medios estatales. Cinco noches le bastaron para que se firmaran todas sus fabulaciones y recibir, por fin y por ello, el reconocimiento de las altas instancias gubernamentales. Y, si ejemplar había sido la actuación de los forenses, no le fue a la zaga la de los fiscales, solicitando penas que constituían, de hecho, cadenas a perpetuidad. Todo salía como previsto. En los juicios, a pesar de la hilaridad que provocaban las contradicciones de los ertzainas que llevamos de testigos, iban cayendo años y años y años de condena sobre la espalda de los encausados. El escarmiento estaba siendo ejemplar. La calle era, de nuevo, nuestra. Estábamos componiendo el gorigori de la kale borroka. Nos felicitábamos por ello, cuando ocurrió lo que nadie esperaba y es que, como reza uno de nuestros más acertados refranes, antes se atrapa a un mentiroso que a un cojo».

«Una imprevisión, un cabo sin atar, un error en definitiva de nuestro consejero, que no por ello tiene que ser relegado de su cargo, hizo que se deshiciera el castillo de naipes tan hábilmente construido por Ertzaintza, forenses, jueces y fiscales. Nuestra insistente aseveración de que los chavales se autoinculpaban voluntariamente se nos vino abajo. Conocéis, por vergüenza no la repito, la historia de la presencia, aunque tratamos posteriormente de ocultarla, de uno de los imputados en dos ubicaciones a la vez y que hizo exclamar a su padre que su hijo era dios o como dios. Esta bomba que conmocionó los cimientos de la Audiencia, contribuyó a que la inmensa mayoría de los detenidos ya estén en casa libres, probada su inocencia, preparando sus denuncias reivindicativas, aunque he sido advertido de que no van a cejar hasta que estén todos fuera. Y aquí es, señores, a donde quería yo llegar».

«Ni nací para santo ni nací para mártir ni, muchísimo menos, para erigirme único responsable de esta tremenda injusticia, ya que es en mí en quien se están centrando las acusaciones de culpabilidad. Hemos intentado silenciar todo este affaire en nuestros medios pero, a pesar de que estos temas los bordamos, cada día son más, sobre todo de mi partido, los que se preguntan, incrédulos, si todo esto es posible con nosotros gobernando. Antes eran vuestras policías las que acaparaban titulares peyorativos, ahora es la nuestra la que les roba los espacios. De mi partido jamás se habían escrito las cosas tan fuertes y tan graves que, un día sí y otro también, van apareciendo en los medios no controlados por nosotros. Las muestras, constantes y masivas, que reciben los chavales, son espinas que se clavan en nuestros adentros. Es verdad que cuento con el beneplácito del tripartito, tan responsables como yo, y que cuento, entre otros, con el silencio impagable de Aralar y Elkarri, que tienen su iris únicamente puesto en una de las violencias, obviando interesadamente la nuestra. No es suficiente, sin embargo. Me recordáis todos que éstos son gajes producto de ostentar el poder, me animáis a que aguante, a que resista, pero, os repito, ni nací para esto ni creo que sea bueno para nadie seguir ocultando por más tiempo la verdad».

«Especialmente ácidos son los escritos que me dedica el progenitor de uno de los torturados. Mientras generalizaba, era soportable. Pero ahora particulariza, concretamente en mi persona. Prometió no llegar al insulto, pero noto que está elevando su tono. En su última misiva, me tacha de cruel, de cobarde y despreciable. Y nos llama torpes. Nuestros asesores nos dicen que, incluso, se puede estar quedando corto y que hay que ponerse en su lugar y juzgar si es o no crueldad la que padecen, si son o no torpezas las que reiteradamente estamos cometiendo, si es o no miserable y despreciable nuestro comportamiento. Podríamos denunciarle por el mero hecho de escribir, como lo estáis intentando vosotros con un preso que acaba de cumplir condena, pero, aquí, el remedio iba a ser peor que la enfermedad. Y es que dice verdades como puños de leñador. Y, lo que es peor, ni siquiera sabemos hasta dónde llegan sus conocimientos sobre nosotros, nuestros hábitos, prácticas y costumbres. Me niego en redondo a pasar a la historia como Juan José I el Torturador o como titular de la Lehendakaritza de la Tortura. Este es capaz de llevar esos lemas a la entrada de los batzokis o a la salida de nuestras misas o al mismísimo San Mamés».

«Propongo, y con esto acabo, que se revisen los juicios de estos chavales. Que mi consejero de Interior comparezca y declare la verdad de lo sucedido en sus calabozos y que sea lo que el Señor quiera. Si hay que reconocerles como víctimas de nuestra violencia, se hace y punto. Se trata de gente que sabe más de perdones que de rencores. Yo ya no puedo más. Tengo conciencia y noto que está pegando en la puerta. Además, si he de liderar los pasos hacia una paz definitiva, que es lo que me han pedido mis electores y yo he prometido, no puedo sentarme a la mesa con este bagaje vergonzante. Propongo, también, que se negocie con el Colectivo de Presos Políticos, como paso previo fundamental. Nos ahorraríamos fases, tiempo, cocinas y sinsabores. Basta ya de palabras vacías y de protocolos y de apariciones insultantes en los medios. Resolvamos, de una vez por todas, el conflicto, aunque desgarremos nuestras vísceras en el intento. Yo estoy dispuesto». Firmado: Juan José Ibarretxe, lehendakari.

Desde la orilla del Irati, en un tramo entre su nacimiento y su conversión en criminal pantano, rodeado de chopos, robles y avellanos, un saludo cariñoso, lehendakari, y un último ruego. Traslada esta carta a impreso oficial, enciérrala en un sobre, no le pongas sello y entrégasela en mano al presidente, en tu anunciada próxima visita. Recuerda, Juan José, que nuestros presos, tus presos, un verano más, no han tenido, en sus celdas de aislamiento y exterminio, un árbol o una simple flor que llevar a sus retinas

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